La explosión durante las pruebas de combustible del Falcon 9 de SpaceX ha llenado de caos a la industria aeroespacial.
Poner satélites en órbita es un negocio muy valioso (más de 5.000 millones de dólares en 2015), pero mucho más lo es la gestión de servicios satelitales, establecido en más de 127.000 millones en 2015.
En el 9º vuelo de un Falcon 9 de SpaceX en 2016 viajaba el Amos-6, el primer satélite de Facebook. Que deberá ser repuesto por parte de sus sus creadores, y aunque no hará un agujero mortal en las finanzas de SpaceCom —el fabricante, cuyo valor en bolsa se dejó un 40% tras la explosión— ni Facebook, supone una pérdida de lo único más valioso que el dinero en la tecnología aeroespacial: el tiempo.
Poco más de 20 cohetes despegan todos los años camino a la Estación Espacial Internacional o para operaciones rutinarias con satélites. SpaceX rápidamente se ha asentado como el líder del mercado debido principalmente a precios inferiores a la competencia, unos 62 millones de dólares frente a los más de 160 millones del europeo Ariane 5.
En el futuro de la tecnología aeroespacial privada se medirá cada dólar, euro y rublo invertido. El traspiés de SpaceX supondrá mover el calendario de lanzamientos, y Arianespace parece que será la más beneficiada.
La tecnología de la aeronave europea tiene más años en el mercado, y los satélites Atmos-6 de SpaceCom/Facebook que serán lanzados durante los próximos cinco años, así como el resto de la industria, empezarán a ver con otros ojos los más altos precios de Arianespace.
La otra gran alternativa son los cohetes Proton-M de Khrunichev lanzados desde Baikonur, que no atraviesan sus mejores años en cuanto a fiabilidad. SpaceX mantendrá su buena racha, pero esta explosión quizá haya dado el alivio necesario a la competencia hasta que pongan sus nuevos y más baratos cohetes en el mercado en un par de años.