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Cuando escuchamos una noticia como lo sucedido hace pocos días con la conductora Tania Reza, las alarmas saltan, se rasgan vestiduras, se hacen juicios de valor y se polarizan las opiniones; ya no digamos nada sobre las opiniones que se levantan sobre la televisora. Lo que sé es que hay que ir más allá que sumar a la larga fila de adjetivos para el conductor o para Televisa; más allá de la firma en Change.org para que la CONAPRED emita una resolución que, por cierto, ya emitió la queja, que es el primer paso en el proceso de esta comisión para emitir resoluciones, recomendaciones y peticiones para resarcir, si así aplica, el acto discriminatorio señalado.

Sí, hay que ir más allá porque discriminar no es un asunto aislado, no es algo exclusivo de conductores de televisión o personas adineradas; hay que ir más allá porque todos podemos serlo y aveces sin darnos cuenta, pues para nosotros no es algo "con mala intención", sin que eso quite responsabilidad, ojo. Y es por esto que hice un ejercicio autocrítico y descubrí que antes que aprender a no discriminar, lo aprendí desde edad temprana, y aunque quiero pensar que he cambiado para bien, creo que aún estoy lejos de tener un récord limpio. Me explico.

"Prietita pero bonita"

¿Cuántas cosas esconde un piropo como ese sobre mi color de piel? Mucho más de lo que se puede pensar, y eso que la intención era "buena". Y, mientras a mí me decían así, a la compañera de piel blanca y cabello rubio le decían "la gringuita", también, creo, con "buena" intención. ¿Se podría deducir entonces que ser güera es mejor que tener ascendencia purépecha, como es mi caso? Sí claro, ese es el mensaje que esconde ese "halago".

Así, mientras yo veía que era de poca estatura, morena, con un perfil característico de ascendecia purépecha me conformaba en no ser "la gorda", "la mormona", "la bañada" (esto quiere decir que es cristiana), "la marimacha"; aunque también entre mis compañeros estaba "el richi" (el "riquillo" del salón y por esto no sabía jugar futból como "los del barrio"), "el panzas" (víctima de toda clase de burlas), y así hasta recorrer cualquier cosa que saltara a la vista, a veces con connotaciones más despectivas, otras intentando ser halagos, pero todos cumpliendo la regla de señalar las diferencias y convertirlas en juicios de valor**.

Cosas de niños

Ahora que inventaron el bullying, los niños por eso se hacen jotos.

Esta frase la escuché en una papelería frente a mi escuela, provenía de una mamá a la que habían llamado de dirección porque su hijo fue acusado de acosar a sus compañeros. Ella justificó a su hijo de esta forma, y agregó que los niños deben ser "bulleados" porque si no "no aguantarán en la vida adulta". Y puede ser que tenga razón pero no por los motivos correctos. Lo más sorprendente fue que otras señoras le dieron la razón, que los niños no deben volverse "dulces" porque esto los hace homosexuales.

Todos sabemos que cantas en los camiones, así que hazlo aquí.

César fue mi compañero de tercer año de primaria y esto le dijo el maestro antes de pasarlo al frente para que cantara para el resto de la clase, como "castigo por estar de inquieto". Sí, ya sé que mi educación escolar falló en todo. Lo delicado es que nos reímos de él y el maestro le dijo que tenía que cantar toda la canción aún cuando a César se le cortó la voz por el llanto. El asunto pasó sin más, es decir, no hubo papás levantando la voz por César, tampoco se despidió al maestro. En ese entonces no había CONAPRED, internet o Change.org para hacer de este hecho un escándalo viral pero tampoco nada parecido, ni siquiera la conciencia de que hicimos algo terrible.

Mi hijo es gay pero sí es buena gente, fíjese.

La señora explicaba a otra que su hijo se había ido a vivir con su novio. Él era mi vecino y mientras crecimos jamás hablé con él porque él evitaba cualquier contacto con los demás niños. Unos decían que "era buena gente, aunque joto", otros, en su mayoría niños, que no querían que jugara con ellos porque intentaría abrazarlos o besarlos. El chico estudió derecho y se fue del barrio, su papá no hablaba con él y su mamá lo justificaba con esa frase ante las vecinas.

Pues, para qué usas esa falda.

Eso me dijo un jefe cuando rozó mi pierna con su mano y volteé a verlo sorprendida. Solo pude reír de vergüenza, con un sentimiento que no atiné a manejar. Puedo decir que fue porque era muy joven y jamás había estado en una situación así, pero simplemente no tenía criterio para enfrentarlo. Lo que hice fue ver mi falda y reprocharme por usarla tan corta y por "despertar" que demás chicos en la calle me gritaran cosas. Me gustaría decir que me enojé, que acusé a mi jefe, que defendí mi derecho a vestir como me diera la gana, pero mentiría. Los efectos de la discriminación son tan peligrosos que me habían llevado a un punto de creer normal que si visto corto o "apretado", pues me van a decir cosas por la calle, después de todo "yo me lo busqué".

La autocrítica

Podría seguir con ejemplos y momentos clave, como cuando señalábamos a la señora obesa, al vecino con discapacidad, a "la divorciada"; el caso es que estas situaciones se viven a diario. Con el paso del tiempo he aprendido a suprimir montón de expresiones, de esas como "pareces indio", al referir que alguien no entiende algo, o "es que anda en sus días", para referir a una chica que tiene (o solo en mi percepción) mala actitud; así como decir que las vías del tren por donde pasa "La Bestia" "está lleno de maras" para decir que hay muchos migrantes sudamericanos de camino a Estados Unidos.

La autocrítica es la mejor cura contra la discriminación

Para mi fortuna (y para los demás a mi alrededor), también conocí otras personas que señalaron mis faltas, mi insensibilidad, mi ignorancia. Me habría gustado mucho no ser tan ignorante, mucho más sensible, mucho más empática, pero, y esto no es justificación, es lo que sucedía a mi alrededor y yo creía normal. Y es que en el fondo, discriminar, no parte de una actitud bien pensada o maquinada, es decir, parte de una profunda falta de valores, de una inmensa ignorancia y soberbia para con los demás, esto se hace aún más grave porque las actitudes discriminatorias parecen transparentes e inocuas y se les justifica por ser jocosas, divertidas o justas.

Así, antes que desbordarnos de críticas con el conductor de televisa, hace falta voltear a ver "nuestras barbas". Revisar nuestros valores y aprender que la discriminación tiene muchos formatos, algunos con fachada de broma, de halago, de dicho, de política de la empresa, de cartel y también puede estar presente en un saludo, en una frase, en la decisión de dar un servicio o no a alguien. Sin duda, la autocrítica es la mejor cura contra la discriminación y actuar en consecuencia nos salva de perpetuar esta práctica como algo normal y nos protege de ella.

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