La primera vez que estuve en Berlín y tuve que cruzar una calle me llamaron la atención dos cosas. Por un lado, que mientras los españoles cruzábamos en rojo porque no había ningún coche a menos de 20 metros, los alemanes gritaban que qué demonios hacíamos, que estábamos locos, que íbamos a provocar un accidente y no sé qué improperios más. Rigidez teutona vs impulso latino en todo su esplendor. Por otro lado, el hombrecillo de las luces peatonales de los semáforos. Acostumbrado a las siluetas genéricas, me extrañó ver esos monigotes cuyos trazos interpretaban el cuerpo humano, lo caricaturizaban, más que tratar de representarlo.
El movimiento de sus brazos estaba exagerado y para rematar le habían puesto un sombrero. Tanto al monigote verde que permitía el paso como al rojo que lo prohibía. No tenía ni idea de su historia pero no le di mucha más importancia. Más tarde me lo encontré en forma de pegatinas callejeras. Cuando entré a una tienda de souvenirs inundada de estos monigotes en tazas, llaveros, chapas, pósters y hasta camisetas me empecé a cuestionar lo de esas siluetas. Ahí ya me puse a investigar.
Luces vs formas
Los semáforos de la época moderna no tienen mucha complicación. Los del tráfico rodado suelen constar de luces roja (detenerse), ámbar (detenerse si está fija, pasar con precaución si está parpadeando) y verde (pasar). Todas circulares. Los peatonales sólo constan de luces roja y verde, y no son circulares sino que tienen pequeñas siluetas humanas.
En la Alemania de mitad del siglo XX los semáforos peatonales no eran así. Además de luces roja y verde, también tenían la de color ámbar. Karl Peglau, psicólogo alemán especializado en la gestión del tráfico, trató de introducir dos modificaciones en los semáforos berlineses.
- Las luces circulares podían mejorarse con formas. Algunos ciudadanos, en torno a un 10%, eran incapaces de diferenciar los colores de los semáforos por patologías como el daltonismo. Peglau pensó en ellos y propuso un rediseño que dotaba a los semáforos de formas geométricas en base a su color. El verde era una flecha hacia delante, el ámbar mantenía la circunferencia, el rojo era una raya horizontal. Así, cualquiera podría comprender el significado de las luces, aunque no pudiese diferenciar los colores.
- El semáforo peatonal cambiaría por completo. La primera medida de Peglau fue desechar la luz ámbar, que no tiene apenas sentido para peatones. Esta decisión es hoy prácticamente universal. Además, "cualquiera" podía ser peatón y su circulación no estaba reglada (permisos de conducción) como la de los vehículos, así que era más probable que personas con dificultades visuales, niños o ancianos pudiesen tener que utilizar esos semáforos, y además había que ponérselo lo más fácil posible. Para ello, Peglau pensó en sustituir las poco expresivas luces circulares por un dibujo que todo el mundo pudiese comprender.
Sólo cuajó una de las ideas. La primera, la de añadir formas geométricas, se descartó por el coste de reemplazar todos los semáforos ya existentes, aunque fue bien acogida. A la segunda le faltaba un detalle más: contar con un diseño para la propuesta, algo tangible para tratar de llegar a las autoridades.
Ese diseño corrió a cargo de Anneliese Wegner, la secretaria de Peglau. El primer boceto incluía dedos en las manos del hombrecillo del semáforo (en alemán, Ampelmännchen) que se acabaron eliminando por la dificultad técnica de incorporarlos en los semáforos. Detalles demasiado precisos.
13 de octubre de 1961
Ese día fue instalado el primer Ampelmännchen en Berlín. A principios de la década de los 60, apenas tres lustros después del final de la II Guerra Mundial, en un país con la división enquistada y mucho camino por recorrer para recuperar el nivel de desarrollo, la noticia no era el nuevo diseño del Ampelmännchen, sino, simplemente, que había semáforos nuevos en la ciudad.
Pero la figura iba calando, iba gustando, se iba extendiendo en la misma medida que el resto de ciudades de la Alemania Oriental iban adoptando el diseño. El Ampelmännchen logró entrar en los colegios unos años después de su nacimiento para formar parte de la educación vial básica a los niños. En los años 80, el Ministerio del Interior de la RDA comenzó a usarlo también con fines didácticos a nivel nacional.
Cobró vida a través de cómics, protagonizaba breves programas de radio, protagonizó juegos infantiles y acabó teniendo hasta su propio espacio en el programa infantil más popular de la televisión pública. Dicho de forma resumida, el Ampelmännchen se convirtió en un icono de la cultura popular alemana, sobre todo berlinesa, que por su carácter diferencial y exclusivo redobló el sentimiento de pertenencia a su ciudadanía.
Tras el derribo
Tras la caída del muro de Berlín comenzó el proceso de la reunificación alemana. Una reunificación con muchos tintes de homogeneización, de adaptación, que también pasaban por las diferentes señales de tráfico. Las señales verticales del lado oriental fueron reemplazadas para que la tipografía fuese la misma en todo el país. El Ampelmännchen también recibió su parte y comenzó a eliminarse su presencia, empezando por los programas de educación vial. Era un elemento que había que ir haciendo desaparecer progresivamente. Los ciudadanos del Berlín Oriental crearon campañas en su defensa y pidiendo su retorno, con escaso éxito inicial a mediados de los 90.
La clave para su vuelta nació de la casualidad. Un diseñador de la antigua RFA, Markus Heckhausen, ya se había fijado en los Ampelmännchen durante sus viajes a la zona oriental, y quiso inspirarse en ellos para plantear posibles nuevos diseños. Pero como ya no los encontraba, fue investigando sus orígenes en la industria hasta localizar las fábricas en las que eran creados. Heckhausen quería construirse algunas lámparas con viejos Ampelmännchen, la fábrica con la que contactó, que seguía fabricándolos, vio una posibilidad comercial en esas lámparas, y lanzó al mercado seis modelos.
Esas lámparas se convirtieron en un inesperado éxito comercial hasta llegar a niveles que trascendían lo comercial. La prensa local y nacional hablaba de esas lámparas, las revistas de diseño les siguieron. Se colaron de fondo en programas y series de la televisión alemana. Fueron más allá y se convirtieron en un símbolo para la sociedad. Todo este movimiento culminó con el regreso del Ampelmännchen a los semáforos de todo Berlín en 2005, incluida la parte occidental.
Y no sólo Berlín, algunas otras ciudades occidentales también trataron de adoptarlos, como Saarbrücken, donde se esgrimieron motivos psicológicos (los conductores reaccionaban mejor a estos que las siluetas tradicionales), o Heidelberg, donde finalmente fueron descartados para uniformizar la regulación vial de toda la ciudad. En otras ciudades como Colonia o Dresde se introdujeron variaciones y es una mujer con las mismas líneas de diseño del Ampelmännchen quien controla el tráfico peatonal.
Benditos marcos, benditos euros, benditos dólares
Si algo he aprendido con el paso de los años son dos cosas: que los 99 euros que me costó el marco de fotos digital que le regalé a mi madre fueron una mala inversión, y que la nostalgia vende lo que sea. El Ampelmännchen es de hecho un símbolo lleno de nostalgia, y los genios del marketing, capaces de vender bikinis con modelos octogenarias en plena nevada, no tardaron en ver el filón comercial de este símbolo.
Si has dado un paseo por Berlín alguna vez, seguramente lo habrás notado. Tiendas para turistas llenas de merchandising con el Ampelmännchen como protagonista.
Inicialmente, Peglau no veía con buenos ojos la idea de convertir su creación en un icono que estampar en camisetas, tazas, lámparas, sillas o toallas, pero Heckhausen logró convencerle. Años después, la viuda de Peglau, que murió en 2009, aseguró que sólo la insistencia y la visión de Heckhausen, que tuvo que pleitear por conservar su copyright, hicieron posible la supervivencia del Ampelmännchen. Actualmente, este pequeño gran icono mueve ocho millones de euros al año a través de sus cuatro tiendas (la primera, abierta en 1996), un restaurante, un estudio de diseño y una cafetería. Todo para que los españoles crucemos con el monigote en rojo si no hay coches a distancia suficiente para matarnos. Y los alemanes, cabreados.