Contact es una de las películas de ciencia ficción más importantes que se han hecho, ya que representa una historia sobre contacto extraterrestre de la manera más realista posible. Carl Sagan, el autor de la novela en la que está basada, dedicó su vida a popularizar la ciencia, sin sacrificar un ápice de rigor científico. Pensaba que, dado el inmenso tamaño del universo, la existencia de vida inteligente en otros planetas tenía que ser casi una certeza. Sin embargo, esa misma longitud le hacía pensar que los cientos de testimonios de alienígenas visitando la Tierra tenían que ser simples alucinaciones o malos entendidos. Por eso decidió escribir su propia narrativa sobre cómo es que alguna otra civilización podría contactarnos.

El resultado fue una novela que rápidamente se convirtió en un clásico de culto. La trama trata sobre una científica llamada Ellie Arroway (Jodie Foster), quien trabaja para el programa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence o búsqueda de inteligencia extraterrestre), encargándose de monitorear las transmisiones de radio provenientes del espacio. Cuando descubre una señal que contiene una secuencia de números primos, su trabajo pasa de ser una curiosidad poco importante, transformándose en la labor más trascendental de todo el planeta.

Curiosamente, Carl Sagan se inspiró en una de las fundadoras del SETI de la vida real para escribir al personaje que intepretó Jodie Foster. Se trata de Jill Tarter, una brillante científica que ha dedicado su vida a la búsqueda de extraterrestres. Su fascinación surge del hecho de que, a diferencia de lo que ocurría en épocas pasadas, hoy ya no hace falta tener fe en la existencia de criaturas inteligentes, sino que la tecnología ha hecho posible que lleguemos a responder esta pregunta de manera científica.

Contact / Estrellas K

Una mujer en un mundo de hombres

El sexo de Jill Tarter amenazaba con ponerle freno a sus aspiraciones científicas. Mientras que hoy en día existen muchos modelos a seguir para niñas que busquen convertirse en científicas, cuando Tarter nació, en 1944, la ciencia era considerada una disciplina exclusivamente masculina. Recuerda vívidamente una conversación que tuvo con su padre cuando solo tenía ocho años. Probablemente motivado por su madre, este le dijo que debería comenzar a pasar más tiempo haciendo cosas de chicas con ella, en vez de ir de acampada, pescar, trabajar con herramientas, entre otras actividades masculinas que Jill y su padre compartían. La futura astrónoma se enfureció muchísimo. No tenía ningún sentido la sugerencia de que tenía que escoger entre ser una niña y hacer las cosas que le gustaban. Por eso se decidió a estudiar la carrera más masculina que se le ocurrió: ingeniería.

Sería un prejuicio con el que Jill Tarter tendría que lidiar toda su vida. Durante la escuela secundaria adoraba las matemáticas y la física. Quiso cursar carpintería, pero las mujeres no tenían permitido inscribir esa asignatura. Entonces se vio obligada a cursar economía doméstica. Más tarde logró graduarse de ingeniería física en la Universidad de Cornell, como la única mujer en una clase de trescientos estudiantes. Pero la desigualdad se expresaba en todos los niveles. Mientras que los estudiantes podían ir y venir de los dormitorios sin restricciones, las estudiantes no tenían permitido salir de sus habitaciones entre las diez de la noche y las seis de la mañana. De igual forma, nada podía desmotivar a Jill Tarter, por lo que consiguió su Máster y luego su doctorado en la Universidad de Berkley. Allí sería donde entraría en contacto con la posibilidad de explorar el espacio.

En Berkley se familiarizó con el Proyecto Cyclops, un esfuerzo de la NASA por determinar cómo buscar inteligencias extraterrestres. Se trataba de un diseño para coordinar grandes números de radiotelescopios para detectar señales hasta una distancia máxima de mil años luz. El proyecto involucraba entre 1000 y 2500 radiotelescopios, trabajando en coordinación. No llegó a hacerse realidad debido a los altos costos, pero sí se convertiría en el fundamento sobre el que trabajaría el SETI.

Los telescopios del futuro probablemente podrán proveernos de imágenes como esta. Imagen generada con IA.

Dos factores fundamentales de la historia de Carl Sagan provienen de la vida real de Jill Tarter. El primero es una imaginación que tuvo cuando era niña. Se encontraba caminando de la mano con su padre sobre las arenas de una playa, de repente pensó en que sería posible que muchas otras niñas como ella también podrían estar caminando junto a sus padres, pero en costas ubicadas en otros planetas de nuestra galaxia.

El segundo tiene que ver con una tragedia personal. Uno de los puntos más importantes de la película resulta ser la muerte del padre de la protagonista. Este pereció cuando ella era solo una niña, dejándola con la necesidad de honrar su memoria, persiguiendo sus objetivos científicos con una tenacidad muy poco común. La inspiración que tomó Carl Sagan no se limitó a las superficialidades de su historia de vida, sino que ambos ya compartían una amistad, lo que le permitió al famoso astrofísico construir un personaje bastante profundo.

Jill Tarter en busca de extraterrestres

A la astrónoma le entusiasmaba la idea de que nuestra tecnología ya era capaz de responder la pregunta milenaria de si estamos solos en el universo. Mejor aún, como la búsqueda de inteligencia extraterrestre era un campo científico completamente nuevo, todavía no cargaba con la discriminación de género con la que había lidiado toda su vida. Esto le permitió establecerse y destacar en un área de investigación que muchos veían como inútil.

Cuando le preguntaban cuál era el punto de sus investigaciones, Jill Tarter respondía que saber si somos el único planeta habitado y el único con una especie inteligente nos diría mucho sobre la naturaleza del espacio exterior. Fue directora del Proyecto Phoenix, el cual se encargó de analizar casi ochocientos sistemas estelares parecidos al nuestro, a través de radiotelescopios situados en Australia, West Virginia y Puerto Rico. También creó el HabCat, un catálogo que documenta 17.129 estrellas candidatas a tener exoplanetas potencialmente habitables.

Luego de 35 años explorando la galaxia, Jill Tarter decidió retirarse en el 2012. La revista Time la consideró una de las cien personas más influyentes del mundo, en su lista del 2004. Un asteroide lleva su nombre, pero las personas la conocen principalmente por haber inspirado una de las historias de ciencia ficción más fascinantes que se han llevado a la pantalla grande, nada más y nada menos que por la leyenda del cine, Robert Zemeckis.