En las biografías cinematográficas, la mayoría de los directores suelen caer en el mismo error. Tratar de contar la historia del personaje al que analizan como si fuera parte de la ficción, sin errores ni lados oscuros. O, por el contrario, exagerar este último aspecto todo lo que pueden. Michael Mann se aleja de ambas cosas en Ferrari (2023) y toma una decisión inteligente para su protagonista.

Enzo (un irreconocible Adam Driver) es un empresario con una codiciosa necesidad de triunfar. También es un marido ausente e infiel. El padre de un hijo muerto y la cabeza visible de una compañía que se tambalea peligrosamente hacia el desastre. Eso, mientras la debacle de las malas decisiones políticas de una Italia que sufre las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, amenazan el panorama entero.

El guion de Troy Kennedy Martin, logra que esos elementos se unan en una serie de imágenes acerca del mundo automovilístico. Para la historia, la que pasa en la empresa es lo mismo que en la vida del último heredero del legado familiar. Por lo que las escenas se intercalan unas a otras. La cámara sigue a Enzo mientras intenta llevar a la compañía a la estabilidad, pero también, en su caótica vida matrimonial. El montaje y la edición se convierten en una forma ideal de establecer el tono y el ritmo de la película. Durante su primer tramo, los pesares de Enzo, se traducen en los fallos de una marca que lucha por sobrevivir. Lo mismo que sus triunfos. 

Ferrari

Ferrari, de Michael Mann, intenta contar al mismo tiempo la historia de la crisis de finales de 1950 de la empresa titular y la de Enzo (Adam Driver), el último heredero de la marca. En ocasiones, la combinación funciona. Lo que convierte a la película en un sofisticado análisis del triunfo, a través del emporio de automóviles. Pero cuando el guion se enfoca demasiado en el melodrama de la vida privada de Enzo, pierde toda la tensión y se vuelve tediosa. Su mayor problema

Puntuación: 4 de 5.

Ambientada en los últimos años de la década de 1950, la cinta encuentra sus mejores momentos, cuando se vuelve pesimista y práctica. Enzo necesita que la empresa que dirige gane la peligrosa carrera de la Mille Miglia, que se alarga a 1.000 millas a lo largo de Italia. Al mismo tiempo, aclarar su vida familiar. Esta última en precario equilibrio entre el romance que sostiene con Lardi (Shailene Woodley) y su matrimonio tormentoso con Laura (Penélope Cruz, de premio). Entre este complicado escenario, Enzo necesita encontrar el triunfo. El director destaca el hecho que el magnate es un ex piloto automovilístico, por lo que todas sus decisiones son casi siempre impulsivas. Lo que antes o después, le llevará al desastre. 

Un hombre complicado en un terreno de riesgo

Michael Mann utiliza su habilidad para plantear los pesares humanos y convierte a Enzo Ferrari en una fuerza de la naturaleza. El personaje interpretado por Driver, desea que todo en su vida sea un éxito y lo logrará al coste que sea. El guion se hace rápido y directo, mientras Enzo exige a sus empleados el máximo desempeño y un éxito que las finanzas de la empresa no permiten de inmediato. Pero el argumento pierde un poco el tino, cuando intenta relatar, con la misma perspectiva, la vida privada del último Ferrari.

Hay un toque casi melodramático en la forma en que se plantean las decisiones que Enzo debe tomar entre el amor y lo que supone su compromiso personal. Esto es, permanecer con Laura luego que ambos perdieron un hijo. Es evidente que Mann trata de explorar en las emociones de su protagonista, pero pierde el tino a medida que la historia se hace más compleja. Tanto, como para que para durante su segunda mitad, la cinta pierda su impecable tensión. La intención del realizador, de explorar en lo que hace a Enzo ser quien es, se hace apresurada y en especial, forzada. 

Todo mejora, cuando la trama vuelve de nuevo a las carreras y al mundo de los coches. La fotografía de Erik Messerschmidt, muestra el universo Ferrari con precisión, poniendo énfasis en la fuerza del sistema de fabricación y ensamblaje. Es entonces cuando los cuidados cortes, que van de la oficina de Enzo a la línea de montaje, se vuelven el corazón de la película. Ferrari, tal y como la imagina Michael Mann, es en cierta forma un homenaje a los esfuerzos desesperados por conservar la memoria cultural. En otras palabras, que una de las últimas grandes empresas italianas logre sobrevivir a la precaria economía de la posguerra europea. 

Los puntos altos y bajos de 'Ferrari'

La premisa funciona, mientras el cineasta puede mantener la sensación de urgencia en su narración. La compañía se viene a pique y hay que hacer todo lo posible por evitarlo. La cinta toma un tono épico, que la estupenda banda sonora de Daniel Pemberton apunta con acordes casi líricos. Lo dramático se hace una visión sobre el trabajo en conjunto y en equipo, mientras Roma brilla como un paisaje crepuscular. 

Lamentablemente, Mann pasa demasiado tiempo tratando de dejar claro que la infidelidad matrimonial de Enzo es un tema que hay que resolver. La sucesión de escenas de discusiones, gritos y peleas desvía la atención del punto más interesante de la película y diluye sus partes de mayor interés. Para su final, que el director trata que sea doloroso y elegante, el dejo a decepción es inevitable. 

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