Si les parece que la vida hoy en día es basura, pues no tienen idea cómo era el mundo hace unas décadas. La pobreza extrema era común, las condiciones sanitarias eran una constante amenaza y (lo peor de todo) no existía el Internet. Si querías saber qué temperatura hacía en China, pues tenías que viajar allí y meterle un termómetro en la boca a un chino.
Horacio Quiroga nació el treinta y uno de diciembre de mil ochocientos setenta y ocho y le tocó vivir todas las tragedias que podían acaecerle a un ser humano de la época.
Pocos meses después de su nacimiento, su padre murió en un accidente de caza en el que se disparó a sí mismo por error. A pesar de esto, Horacio creció como un niño normal, mostrando interés por la escritura desde que empezó sus estudios básicos. Cuando tenía diecisiete años, su padrastro se suicidó luego de quedar parcialmente paralizado a causa de una embolia cerebral, evento que dejó marcas imborrables en el futuro escritor.
Por un tiempo se interesó por el ciclismo y la mecánica, pero su amor por la literatura lo arrastraba constantemente a sentarse frente a una máquina de escribir. A los diecinueve años comenzó a publicar sus historias cortas. A partir de ese momento se dedicó al periodismo.
Luego, a los veinticuatro años, mientras limpiaba el arma de un amigo, se le escapó un tiro que mató instantáneamente a su compañero Federico Ferrando. Fue arrestado, pero lo liberaron tras cuatro días en prisión tras confirmarse la naturaleza accidental del suceso. Apenas un año antes de esta tragedia, dos de los hermanos de Quiroga habían muerto.
Durante unos años pudo vivir cómodamente desarrollando su talento como escritor, visitando la selva como misionero y enamorándose de una de sus estudiantes de la escuela británica, con la que se casó al poco tiempo. Vivían en un terreno selvático que Horacio había adquirido, ya que le encantaba el ambiente, allí nacieron sus dos hijos.
Horacio Quiroga: una vida de desgracias que impregnaron su obra
La dura vida lejos de la civilización fue demasiado para Ana María, la esposa de Quiroga. Esta se suicidó tomando una fuerte dosis de sublimado corrosivo, químico utilizado para revelar fotografías. Su agonía duró varios días durante los cuales se arrepintió entre delirios, ante los aterrados miembros restantes de la familia.
Desde mil novecientos veinte, Horacio entró en racha, publicando una serie de cuentos y novelas que más tarde serían consideradas como sus mejores obras, influyendo en el trabajo de muchos escritores latinoamericanos.
Siete años después se volvió a casar con una joven de nombre Maria Elena Bravo y tuvieron una hija. Su separación coincidió con las dificultades de salud del escritor. Fue diagnosticado con cáncer de próstata terminal, luego de sufrir de unos intensos dolores por varios meses. El diecinueve de febrero de mil novecientos treinta y siete, Quiroga se suicidó tomando cianuro.
Murió acompañado de un hombre con deformidades (parecidas a las del famoso Joseph Merrick) llamado Vicent Batistessa. Este se encontraba encerrado en el sótano del hospital, lejos de la vista de todos. Horacio tomó compasión de él exigiendo que fuera su compañero de cuarto.
El legado de Horacio Quiroga es enorme. Conociendo su biografía se puede ver por qué. Apenas tomó pocos descansos de la escritura en el transcurso de su vida. Cada tragedia que le ocurría alteraba su estilo y, al mismo tiempo, inspiraba sus próximas historias. Su alma torturada se expresaba de manera espeluznante, dando como resultado unos cuentos de terror maravillosos. No se sorprendan si en los próximos años sale el tráiler de “Quiroga: un muerto en vida”.