Dejar el mundo atrás está arrasando en Netflix. La nueva película del creador de Mr. Robot basa su capacidad para intrigar en lo que no muestra, antes de lo que narra en pantalla. De modo, que lo que parece la enésima recreación de un posible evento apocalíptico, termina por ser una rara mezcla entre paranoia colectiva y el prejuicio. Pero más allá de eso, el director, está decidido a que la historia — basada en la novela del mismo nombre de Rumaan Alam — sea controvertida en todos los aspectos.

En primer lugar, y al igual que el libro, el argumento no explica muy bien qué está pasando. De hecho, no tiene el menor interés en describir un suceso que al parecer arrasará con la raza humana. En lugar de eso, concentra toda su energía en describir como Amanda (Julia Roberts) y Clay (Ethan Hawke), deciden apartarse de la ciudad. Eso, para complacer la necesidad de aislamiento de ella y la sensación de abatimiento general de él. La película juega entonces con el subtexto acerca del estatus económico y social de la pareja. Por lo que deja entrever que eso será importante para entender lo que acaecerá. Ella es una gerente ambiciosa y él, un profesor de inglés. Por lo que aunque tienen una vida en la que se pueden permitir ciertos lujos, no son ricos. 

Es entonces cuando el guion — también escrito por Esmail — hace su jugada más extraña. La de asumir que todo lo que está pasando a kilómetros de distancia, llega como una oleada al lugar aislado en que la pareja y su familia se encuentran. Poco a poco, la sensación que el horror se avecina — y será inminente, antes o después — lo llena todo. Particularmente cuando George (Mahershala Ali) y su hija Ruth (Myha’la Herrold) llegan de improviso para explicar, lo que al parecer no tiene definición clara. La película se llena de frases que insinúan que algo está ocurriendo. Que lo que empezó como un apagón, se está convirtiendo con una rapidez de pesadilla en una circunstancia potencialmente catastrófica. No obstante, no hay nada para demostrar su escala ni tampoco implicaciones, lo que añade presión a la sensación general de desconcierto. 

Un conflicto que no se aclara nunca

Es evidente que Esmail quiere imitar la tensión de la novela en que basa el argumento con la sensación creciente de alarma sin algo claro que lo produzca. Pero al director le falta pulso a la hora de crear verdadera tensión sobre un hecho invisible que se debe definir a través de las reacciones de sus personajes. Pero Dejar el mundo atrás, está más interesada en crear una atmósfera de catástrofe y de vez en cuando, lo logra. El problema radica es que el conflicto depende demasiado del hecho que se descubra bastante poco para poder funcionar. Al menos indicio, la cinta parece dar vueltas ciegas alrededor de su premisa. En otras palabras, el quién confiar cuando el fin del mundo se acerca. 

Resulta tedioso que a lo largo de dos horas y un poco más de duración, la trama no logre profundizar en ninguno de sus temas. Se insinúa que la desconfianza es racial, discriminatoria o de clases. Pero la historia avanza de inmediato a otro lugar y entonces, deja entrever que hay un misterio que resolver. En manos más hábiles, esta confusión de tópicos acerca del apocalipsis podría resultar.

De nuevo, el fin del mundo

En las de Esmail, que parece llevarse mejor con argumentos que pueda explorar con la extensión del formato serializado, se vuelve una acumulación innecesaria. Una y otra vez, la película sugiere que la muerte se avecina, que la destrucción está cerca. Tampoco brinda explicaciones y ejerce presión sobre sus personajes. 

Pero la fórmula no funciona en ninguno de sus extremos. El guion no avanza de la intriga y mucho menos, de la angustia general. Mientras los personajes conversan de forma incansable y vacía, es notorio que Esmail quiere que el público empatice con su miedo. No obstante, no solo no logra que suceda, sino que para su último tramo — el más tedioso y repetitivo — es evidente que el argumento necesita avanzar hacia algún punto. Sin embargo, Dejar el mundo atrás se hace redundante y subraya sus pocas ideas con torpeza. De explicaciones a medias e insinuaciones, con la clara intención que el público llene los espacios como mejor pueda. 

La película convertida en fenómeno

Un hecho curioso de la cinta, es la cantidad de teorías conspirativas que se han creado a su alrededor. De la desconfianza que genera en alguna parte del público que la productora de Michelle y Barack Obama esté a cargo de su realización, hasta su insinuación de un suceso misterioso. Las redes sociales se han llenado de comentarios acerca de la alegoría oculta a la destrucción que parece sostener al largometraje. 

Sin duda, uno de los escasos puntos a favor de Esmail, que convirtió a la trama en un espacio lleno de interrogantes que pueden ser interpretados a conveniencia. Pero, ¿eso es suficiente para relatar una buena historia? Es la gran pregunta que deja a su paso la cinta, que para sus últimas escenas, tiene algo de apresurada y urgente. No en cerrar su premisa — que nunca lo hace — sino en crear una atmósfera de enigma a medio revelar. 

Sin embargo, ni lo que se oculta es tan interesante ni Esmail lo cuenta de manera relevante. Lo que convierte a Dejar el mundo atrás en una especie de trozos de películas y tramas distintos, mezclados en un escenario sin mucho tino. Eso sí, a la disposición de la imaginación colectiva, quizás, su punto más alto. Y esa es la razón principal por la que deberías ver la película.

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