Uno de los elementos más llamativos en el primer capítulo de El ADN del delito de Netflix, es su capacidad para abarcar varias cosas a la vez. Por un lado, la producción originaria de Brasil, recuerda el motivo por el que el país es considerado una potencia del entretenimiento. Las secuencias iniciales de la serie, tienen la factura de cualquier producción norteamericana. Desde el uso de la cámara — con la dirección de Heitor Dhalia — hasta los densos diálogos bien pensados para profundizar en el conflicto central. La trama no tiene nada que envidiar a procedimentales más famosos y de mayor antigüedad.
Pero además de eso, sorprende la complejidad que hace que su argumento explore tópicos poco habituales en tramas de este tipo. La historia, que abarcará en sus ocho episodios, al menos dos países y la caída de una organización criminal, es ordenada y precisa. De modo que su principal interés, es brindar al público toda la información que necesita para comprender una historia poco común. En particular, porque todo ocurre en una zona geográfica muy poco explotada en la pantalla pequeña.
El ADN del delito
Con ocho capítulos, la serie de Netflix ‘El ADN del delito’ explora el submundo criminal latinoamericano. Pero lo hace desde los recursos de la alta tecnología y con un punto de vista que brinda mayor interés a la investigación en laboratorio que a lo que ocurre a campo abierto. El resultado es una serie que, aunque falla en cerrar algunas tramas, tiene la habilidad de utilizar el color local, sin perder el carácter universal de su premisa. El crimen está en todas partes y debe ser combatido con todos los recursos a mano.
Al otro extremo, el guion de Bernardo Barcellos, Heitor Dhalia y Leonardo Levis, enfrenta con habilidad tocar un tema local. El crimen de la frontera entre Paraguay y Brasil, tiene sus propias reglas, connotaciones y características. Por lo que la serie se esfuerza en analizar cada hecho y suceso desde la perspectiva de dejar claro el camino que sus personajes seguirán. Entre ambas cosas, El ADN del delito es lo suficientemente inteligente, para sostener un relato que podría ser incomprensible fuera de su país de origen.
Pero en lugar de eso, logra que la batalla de intereses entre criminales, resulte atractiva no solo para el público sudamericano. La premisa se hace universal al tocar un tropo que cualquier amante de las historias criminales podría reconocer. La de la lucha — sin cuartel y muchas veces ingrata — contra asesinos desalmados, que, en ocasiones, tienen mayores recursos que la ley.
Una versión sobre el mundo criminal
Al contrario de lo que podría suponerse, la idea del principal de la producción, no es mostrar balaceras o enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Aunque los hay. Su propósito esencial es demostrar que la labor de los funcionarios involucrados en casos semejantes, depende de los pequeños detalles.
Lo que brinda El ADN del delito un ritmo por completo inesperado. Lo importante en su argumento, son los vínculos entre sucesos en apariencia aislados. También, los procedimientos legales, que nunca se muestran en todo su rigor burocrático. Para la serie de la Netflix, ese matiz se transforma en un subtexto que da a cada episodio una curiosa densidad.
Desde que el primero relata el asalto a una empresa de seguridad de Paraguay que debe contar con la colaboración de la policía brasilera, el punto de partida es evidente. Todo lo que ocurrirá a continuación, depende de la tensión entre funcionarios que desconfían unos de otros, aunque deben trabajar en colaboración.
Resolver un delito a través de la tecnología
La serie marca su mapa de conexiones hacia un territorio criminal que abarca Latinoamérica entera y debido a eso, se hace más complejo a cada paso. Lo que empieza por un delito menor, es un hilo que lleva a un escenario más complicado. También, a que las fuerzas del orden de Brasil deban demostrar sus recursos para enfrentarse a la amenaza.
Es entonces, cuando la serie alcanza su punto de mayor interés. Con un pulcro apartado visual, el director muestra los recursos policiacos con un aire futurista. También, haciendo hincapié en que combatir el crimen en la actualidad, es mucho más que solo el trabajo de funcionarios o el conocimiento del entorno que les rodea. La serie muestra su capacidad para tocar temas válidos para cualquier país y situación. Pero en especial, cómo la labor de abogados, investigadores y científicos, es prácticamente idéntica en todos los países.
El tono local como elemento distintivo
Con sus técnicas forenses que no tienen nada que envidiar a las mostradas en la franquicia CSI, la serie de Netflix toma una decisión inteligente. Utilizar el entorno y las peculiaridades de una zona tan compleja como lo es la frontera entre dos países esencialmente distintos, para narrar su relato. El resultado es un argumento que va desde las continuas discusiones e incomodidad entre funcionarios al final, una colaboración forzosa.
Esto último, logrado de manera orgánica y natural. Uno de los puntos más altos de la serie, es su capacidad para mostrar la progresiva madurez de su historia. Eso, a pesar de que el capítulo seis — el más complejo de la producción — pierde la oportunidad de explicar cómo repercute las tensiones entre países en el trabajo policial. Aun así, el tema queda claro y para su final — que anuncia segunda temporada — su ambicioso argumento, pudo concluir sus cuestiones mayores de manera eficaz. El crimen no tiene fronteras geográficas y mucho menos, se detiene por las complejidades culturales que lo rodean.