Lo primero que sorprende del thriller Fair Play de Netflix, es su aparente parecido con otras películas que enfrenta a personajes ambiciosos por el triunfo. Es casi inevitable no recordar a Wall Street de Oliver Stone de 1987, en sus primeras escenas. En especial, las que dejan claro que la relación entre Emily (Phoebe Dynevor) y Luke (Alden Ehrenreich) se volverá ponzoñosa y violenta cuando deba pasar la prueba de la codicia. Pero las comparaciones con el clásico de los ochenta terminan cuando la realizadora Chloe Domont — que debuta en la película — toma a sus personajes y los convierte en enemigos.
Porque no solo logrará una tensión erótica que sorprende por su cualidad agresiva, sino también, convertirá el largometraje en una batalla sórdida. Fair Play no es un drama de relaciones, tampoco desea explorar los motivos como la necesidad de poder rompe una relación de pareja. Es una batalla violenta, brutal y brillante entre medias verdades, manipulaciones y trampas. Un enfrentamiento que sacará lo peor de sus personajes y también, sus habilidades ocultas para convencer y empujar a la desgracia a otros. ¿Parece un escenario deplorable?
Fair Play
Fair Play, de Netflix, no es solo un thriller erótico que relaciona el deseo sexual con el poder y la ambición. También es, una inteligente exploración acerca de la codicia del mundo contemporáneo y como, del amor al odio, hay un paso. Una distancia que puede desaparecer cuando la necesidad de triunfar, se convierte en un arma y mucho peor, en una forma de atacar desde la manipulación y el resentimiento.
No lo es en absoluto. De hecho, lo que más sorprende es que la producción, toma caminos poco usuales para contar la vieja historia de cómo el amor no puede soportar la competencia entre rivales. Todo desde una perspectiva maliciosa. ¿Pueden dos talentos idénticos y con las mismas metas soportar que uno de ellos lleve la ventaja? Es lo que ocurrirá cuando Emily reciba un ascenso. Luke parecerá conformarse, pero en realidad, la situación solo empujará a uno y al otro a batallar con todas sus armas. No solo por triunfar — eso por descontado — sino también para humillar.
Cuando el triunfo es un camino cuesta arriba
Fair Play maneja numerosos temas actuales sin hacerlos tediosos, sermoneadores o muy evidentes. De modo que mientras Emily celebra su triunfo y Luke comprende por primera vez lo que puede ser el fracaso, suceden varias cosas al fondo.
El guion analiza desde el género, el rol de mujeres y hombres en las finanzas, hasta el miedo y la violencia, en medio de escenas elegantes. Todas ellas bien construidas pero sostenidas del todo por sus actores. Esta pareja, con una química sexual notoria, también puede odiarse con el mismo deseo con que tiene sexo. Lo que la directora utiliza para mostrar como del amor al odio, hay un solo paso.
Además de la carga de enemistad que la nueva posición de Emily provoca, está el hecho que nadie sabe que está comprometida con Luke. Lo que le brinda a él una ligera ventaja sobre ella. Pero Emily lo sabe, de modo que juega las cartas de la influencia a su favor. La película avanza para explorar en las trampas, violentas y estratégicas, que la pareja se pone entre sí, son una forma de reflejar el mundo financiero en su totalidad. Pero más allá de eso, a la vez es una manera de enlazar lo que pasa en pantalla — la progresiva enemista entre personajes — con un punto complicado.
Una venganza entre dos amantes enfurecidos
Para sus últimas escenas, Fair Play encontró la manera de narrar la caída en el desastre de un romance agrio y a la vez, la oscuridad interior de sus personajes. Pero no en el estilo de una película de suspenso tradicional. Con un grupo de personajes despiadados y despreciables, la cinta no se conforma con brindar una dimensión nueva acerca del odio por avaricia. Al mismo tiempo, deja claro, que todos estamos tan cerca de él como para que sea latente.
Lo que se hace evidente, en la medida que Luke y Emily comprenden que el odio, es solo otra forma de relacionarse entre sí. De la misma manera que la ambición por triunfar, es un tipo de necesidad erótica. La película establece todo tipo de comparaciones incómodas que la llevan a terrenos nuevos y hacen inevitable que cuestione que necesitan sus personajes para ser felices. No se trata de dinero, tampoco de un romance estable y convencional. Es un ansia casi insaciable por vencer, destruir y devastar.
Esta pareja que termina arruinada — y no en la manera más obvia — podría ser cualquiera. Un elemento que el argumento deja claro, para un final angustioso y realista. La codicia, es, a la vez, el punto de quiebre de la moral contemporánea, convertida en sexo y necesidad de evasión. La moraleja más extraña y amarga de la trama.