La mayor parte del misterio es evidente en Mansión encantada, dirigida por Justin Simien, incluso antes que la película llegue a su segunda mitad. Por supuesto, está basada en la popular atracción de Disneyland del mismo nombre, a la que rinde homenaje directo. Por lo que no hay secretos que ocultar en su narración, que peca de simple.
De hecho, buena parte de su primer tramo es un evidente tributo al espectáculo que abrió sus puertas en 1969. El aire experimental y curiosamente atractivo crea una atmósfera inmersiva que se basa, en esencia, en su interés visual. Pero incluso las insinuaciones de fantasmas y otros enigmas por resolver no logran que el argumento sea de interés.
El endeble guion de Mansión encantada, escrito por Katie Dippold, convierte al inocente misterio del espectáculo de Disneyland en una adaptación con un conflicto deslucido. Peor aún, a medida que la historia avanza, deja claro que toda la innovación —o los riesgos— es exclusivamente visual.
Mansión encantada
La película de Justin Simien es un homenaje directo a la atracción que lleva su nombre en Disneyland, pero sin el encanto del espectáculo. Intenta ser una historia más profunda de lo que le permite su sencillo guion y se esfuerza por abarcar una serie de temas que no llega a profundizar del todo. El resultado es una película visualmente atractiva, llena de cameos de estrellas y apariciones especiales, que, sin embargo, carece de verdadero interés. En especial, cuando todo apunta a una reflexión amable y casi nostálgica sobre la muerte y el amor. Con un apartado visual que resulta llamativo, que llega a ser escalofriante, la película decae debido a un guion deficiente.
La innovación brilla por su ausencia
El director de Mansión encantada parece seguir una línea cuidadosa de eventos, pero sin brindar un aire individual a esta historia, que depende en exceso de una muy conocida por el público. Lo que hace que evite ser audaz al plantear su escenario o profundizar en el argumento.
El cual, por supuesto, es una mínima variación del ya conocido. Gabbie (Rosario Dawson) acaba de comprar una casa en Nueva Orleans, en la que habita lo que parece ser una gran población de fantasmas torturados. Esta madre soltera descubrirá, de pronto, que su incredulidad es incapaz de vencer el miedo y la desolación de la oportunidad perdida.
Por lo que tomará la decisión de contratar a un grupo de expertos para lograr permanecer en la casa y descubrir el misterio que la rodea. Lo que se vuelve más oscuro cuando descubre que todo apunta a que los espectros que habitan sus paredes son algo más que sombras del pasado.
La realidad es que Mansión encantada pierde la oportunidad de explotar lo más intrigante del relato original
Si un elemento se lamenta de Mansión encantada es que el argumento pierde la oportunidad de explotar lo más intrigante del relato original. Desechando la posibilidad de abordar una historia que se interconecta entre sí y de incorporar el rico contexto visual y simbólico a la película.
En lugar de eso, usa la comedia y el terror en una mezcla poco efectiva y más cercana a la parodia que a la sátira burlona. Lo que tiene como inmediata consecuencia que buena parte de Mansión encantada sea un recorrido entusiasta, pero de escasa solidez, a través de una historia levemente confusa.
En especial, cuando el grupo de personajes se convierte en una combinación disparatada de talentos y puntos de vista. Desde Ben (LaKeith Stanfield), un autoproclamado guía de lo paranormal, hasta Owen Wilson como sacerdote torpe. La trama intenta unir docenas de hilos narrativos y convertir a su premisa en la habitual aventura de un equipo disparejo. Pero la evidente falta de química entre el elenco, los juegos de palabras sin gracia y la lentitud su primer tramo hacen a Mansión encantada fallar en su intención de sorprender, cautivar e incluso divertir.
Un final sin atractivo
En especial cuando el numeroso grupo de personajes recorre la enorme casona entre una puesta en escena artificiosa y predecible. La idea de hallar las pistas de un misterio sobrenatural se hace cada vez menos importante a medida que el guion se interesa más por el concepto de la muerte. Lo que hace que las secuencias de Mansión encantada destinadas a provocar la risa y la reflexión terminen siendo una exploración poco elocuente de la muerte y el dolor.
Para su tramo final, la película encuentra la manera de dialogar con un burlón sentido del absurdo que le brinda sus mejores partes. No obstante, a pesar de que el conflicto se resuelve —y ofrece una conmovedora visión de la pérdida—, no logra remontar sus puntos bajos. Ni siquiera cuando concentra toda su energía en dejar claro que se trata de una sátira acerca de la vida, la esperanza y la búsqueda de propósito.
Como experiencia visual, Mansión encantada capta el aire tétrico de la atracción que lleva a la pantalla grande. Pero en su apartado argumental la fragilidad es obvia. Sus perspectivas sobre la ausencia, las preguntas acerca de lo desconocido y el amor que sobrevive al horror son deficientes. Lo que convierte su final —un cliché que rompe la poca atmósfera que el largometraje logró construir— en una decepción. Casi tan dura y lamentable como la del resto de la película.