En La sirenita, dirigida por Rob Marshall, Ariel (Halle Bailey) tiene una enorme curiosidad por el mundo de la superficie. También, una necesidad casi irreprimible por descubrir sus secretos y las diferencias que guarda con el reino submarino en el que nació. El guion de Jane Goldman y David Magee se esfuerza por mostrar que la principal emoción del personaje es el entusiasmo por todo lo que acontece más allá del mar.
Se trata de un ligero matiz que la diferencia de película del año 1989. Si la original dejaba entrever que el corazón idealista de su protagonista buscaba el amor, en esta ocasión, desea conocimiento. En La sirenita de Rob Marshall, la más joven de las hijas de Tritón (Javier Bardem) está buscando un propósito.
Aunque, por supuesto, terminará por enamorarse —y serán sus apasionados sentimientos los que impulsen la trama—, esta versión de la clásica figura es más profunda. Una adolescente voluntariosa que se enfrenta a su padre por su sabiduría, más que por la mera ingenuidad de la rebeldía.
La sirenita
La sirenita, de Rob Marshall, es el mejor live action de Disney hasta ahora. Pero eso no quiere decir que haya superado por completo los problemas de una estética genérica y un objetivo poco claro que acompañan al resto de las producciones del género. Con un apartado visual deficiente, pero actuaciones sólidas, la película tiene un ritmo irregular que se hace más obvio hacia su final predecible y plano. No obstante, la actuación de Halle Bailey y el énfasis en la personalidad de Ariel dotan al argumento de una notable personalidad. Pese a su excesiva duración y su falta de ingenio para destacar lo emocionante y fantástico de su relato, es un tributo respetuoso al clásico y abre la puerta para otras obras más profundas del mismo estilo.
Los primeros problemas de La sirenita
Revisar un clásico —mucho más a la altura de la cinta de John Musker y Ron Clements— siempre es un riesgo, por lo que La sirenita no toma demasiados. Con escenas acuáticas que se acercan más a la animación que al acabado cinematográfico, la primera media hora rinde tributo la película de la cual proviene. De hecho, las primeras escenas, con la clásica canción Fanthoms Bellow, tienen un parecido notorio con la animada de 1989.
No obstante, uno de los puntos bajos del live action de La sirenita es su apartado visual, con efectos digitales que en más de una ocasión entorpecen la narración. El mundo submarino en que habita Ariel es deficiente, notoriamente irreal y con algunos problemas claros de iluminación. También se hace evidente la dificultad de trasladar a los queridos personajes de la narración original a una imagen realista.
Tanto el cangrejo Sebastian (Daveed Diggs) como Flunder (Jacob Temblay) tienen un aspecto deslucido y mecánico. Aun así, el talento de ambos actores es lo suficientemente entretenido como para sostener cada una de sus escenas. Lo mismo podría decirse de Scuttle (con la voz de Awkwafina), en cuyas contadas apariciones agrega un humor vibrante a la historia. Resulta, por supuesto curioso, el hecho de su cambio de género, pero la intérprete logra sostener su buen humor y su capacidad para hacer reír. Eso, a pesar de que la mayoría de los chistes y juegos de palabras de la original, no están presentes.
Una estrella en las profundidades del mar
Pero, sin duda, es Halle Bailey el punto más vital en una película correcta y poco arriesgada. La actriz imprime a su papel en La sirenita un aire indómito y firme que sorprende durante las primeras secuencias. No obstante, muestra una vulnerabilidad que dota a la encarnación de la clásica sirena de inesperados matices. Antes que rebelarse contra su padre, Ariel intenta definir su propio camino y responder a sus profundas preguntas espirituales. Algo que la intérprete logra transmitir con la fortaleza sutil. Su búsqueda de grandes descubrimientos — y, después, su defensa del amor— es tan genuina como sincera.
Al mismo tiempo, el talento vocal de la también cantante agrega un elemento emocional importante a La sirenita. Son los números musicales los que brindan a la película un ritmo mucho más enérgico y bien construido de lo que podría suponerse. Con algunas letras a cargo de Lin-Manuel Miranda, las recordadas melodías de la original evolucionan para un público más adulto y una nueva sensibilidad. Sin embargo, el cambio no es tan notorio como para que la huella del músico sea muy evidente en el largometraje.
Con cuidado, La sirenita construye su apartado de nuevas canciones, entremezclando novedades con las muy queridas letras originales. Algunas diferencias son obvias, pero, en general, la capacidad de transmitir emociones de la actriz es un elemento que eleva al largometraje a un nivel distinto a cualquier otro live action. De hecho, es la extraordinaria interpretación de la icónica Part of Your World la que marca el tono de la película y le brinda su mejor parte. También, una de sus secuencias más conmovedoras. Para resaltar, el cambio de la letra en Kiss The Girl, la icónica escena del gran primer beso entre la pareja protagónica. De la antigua, que insistía en el amor e insinuaba en que robar un beso era necesario, la nueva melodía sugiere el amor como un vínculo que debe ser compartido y sin duda, aceptado, entre ambos amantes.
Los puntos fuertes del live action
La trama dedica tiempo a profundizar en los vínculos que unen a la protagonista con su mundo y contexto. Javier Bardem encarna a un rey que, sin caer en lo autoritario, tiene una profunda conexión con el océano y rige con una sabiduría antigua. No obstante, el guion sugiere una cierta oscuridad que es muy notorio en el primer enfrentamiento que sostiene con Ariel.
Por otro lado, las hermanas de Ariel son un añadido que brinda sustancia a la relación de una familia amorosa, pero singular. Perla (Lorena Andrea), Karina (Kajsa Mohammar), Indira (Simone Ashley), Caspia (Nathalie Sorrell), Mala (Karolina Conchet) y Tameja (Sienna King) tienen personalidades distintas y, en la mayoría de las ocasiones, amables. No obstante, la relación entre todas ellas no se explora lo suficiente y se deja en un segundo plano casi de inmediato.
En La sirenita, este universo atemporal suspendido en el tiempo es un territorio en que el conocimiento se obtiene a través de la experiencia. Lo que hace que su decisión de comprender el mundo más allá de sus límites tenga mayor significado y peso.
Si antes Ariel sentía un asombro ingenuo por los seres humanos, ahora la acompaña la firme sensación de la necesidad de comprender lo desconocido. Lo que convierte al segundo tramo de la película en el mejor de su argumento y el más emocional de toda la producción.
Un nuevo compañero sentimental para La sirenita
Eric (Jonah Hauer-King) es quizás el personaje que muestra mayores cambios a partir del original. Desde el príncipe plano de la película de animación, el actor logra construir un hombre sensible que encuentra en Ariel una igual intelectual. No solo en la forma de comprenderse uno al otro —sus escenas juntos son los puntos más altos de la película—, sino también en su forma de enamorarse. En la adaptación de La sirenita, el amor no es accidental. Mucho menos un hecho mágico. Es, en realidad, un vínculo que se hace más fuerte a medida que ambos protagonistas descubren el respeto mutuo.
Si algún mensaje establece la película es que Ariel y Eric no están predestinados al amor. De hecho, para ella la experiencia resulta novedosa e inesperada. Su visita al mundo humano no está relacionada de ninguna forma con perseguir una imagen fugitiva de un romance imposible. En el mayor cambio de la conocida historia de La sirenita, Ariel desea la aventura y el amor es una aventura más. Desde luego, no la única y, aunque es de considerable importancia, no es central en su vida.
Dotar de semejante individualidad a su personaje protagonista modifica su historia y brinda dimensiones nuevas a su comportamiento. Ariel no es una víctima de las circunstancias, tampoco una rehén de su destino. Es una criatura voluntariosa que busca su lugar en el mundo y, cuando lo encuentra, sabe que tendrá que tomar decisiones para ser feliz, no para ser amada.
Una bruja malvada y furiosa
En su debut en el live action, Ursula (Melissa McCarthy) es pura rabia que se expresa con una venenosa lentitud. El guion toma la decisión de explorar su resentimiento contra Tritón, en lugar de solo su malicia. Gradualmente, el personaje abandona el estereotipo —sin buscar reivindicación o redención— y se hacen más comprensibles sus motivos. La malvada figura desea el poder. Por razones fundamentadas y no tan vagas como la envidia. Un matiz que la intérprete profundiza con habilidad.
Ya pudimos comprenderla en su versión anterior. Pero en La sirenita de Rob Marshall es importante profundizar sobre por qué la villana de la historia no puede hacer otra cosa que vengarse.
La actriz dota de un sentido del humor festivo, cínico y lúgubre a su papel. Algo que evoluciona a medida que la historia brinda mayor espacio a reflexionar en la maldad como la consecuencia de un hecho y no como una cuestión accidental.
La sirenita no cubre las expectativas
Pero si algo se lamenta de La Sirenita es la incapacidad de la película para mantener hasta su conclusión el buen ritmo de su primera hora. También, su rechazo a profundizar en la fantasía y el colorido en beneficio de un aire realista. Las escenas submarinas carecen de vitalidad y, aunque Halle Bailey dota de un ritmo dinámico a todas sus apariciones, el resto parece deslucido en contraste.
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La sirenita logra superar los problemas de tono genérico de otras producciones recientes de Disney, pero sigue sin hacerse imprescindible. Sin mayor aporte a la historia que una Ariel más decidida, un Eric deslumbrado por su inteligencia y una Ursula llena de rencor, la historia parece incompleta. En el mejor de los casos, rinde un respetuoso tributo a la obra atemporal que la precedió, convertida en un clásico del cine. ¿Es suficiente para justificar su existencia? Es la gran pregunta que se queda sin respuesta.