Uno de los grandes atributos de Posesión infernal: El despertar, de Lee Cronin, es su magistral uso del contexto para aterrorizar. Pero si la célebre trilogía de terror Evil Dead de la cual procede narraba el miedo desde espacios abiertos, bosques y cabañas solitarias, en esta ocasión, el escenario cambia.
Un viejo y destartalado edificio de Los Ángeles se convierte en una puerta al infierno —literal y figurado— y en una más de las tantas entidades que pueblan la cinta. Lo que permite a la película profundizar en ideas y planteamientos por completo desconocidos acerca del terror repugnante y la maldad sobrenatural.
A pesar de que su primera escena ocurre, precisamente, en una cabaña en escombros junto a un lago. La cámara observa con cuidado, integrando el paisaje silencioso a la idea de permanencia. El cineasta Lee Cronin conoce la poderosa influencia de la saga imaginada por Sam Raimi y no olvida que la cinta que dirige es una continuación. Mucho más alegórica que directa, Posesión infernal: El despertar explora la misma idea del elemento monstruoso que debe acceder al mundo corriente a través de un objeto.
Posesión infernal: El despertar
La película de Posesión infernal: El despertar, de Lee Cronin, es una secuela bien narrada de Evil Dead, del español Federico Álvarez. También rinde tributo al universo terrorífico imaginado por Sam Raimi en la década de los ochenta y noventa. No obstante, la trama se traslada de bosques desolados a la ciudad, por lo que el encuentro con el mal primigenio, que despertará un libro condenado con tapas de piel humana, tendrá una extensión mucho más amplia, agresiva y voraz. El director utiliza las habitaciones, corredores y techos para crear una sensación claustrofóbica. Pero es su brillante guion, que apuesta al nihilismo con dosis de terror corporal y gore, lo que convierte a la película en una reinvención bien ejecutada de un clásico.
El miedo está en todas partes en Posesión infernal: El despertar
El guion escoge la sencillez lineal para narrar los acontecimientos que explorará. No hay grandes misterios en las conexiones que establece con Posesión infernal, de Federico Álvarez, cuya historia continúa pero no explora. Lo importante en esta ocasión es el medio que escoge el mal —personificado como una fuerza casi con voluntad propia— al manifestarse. El Necronomicón va a caer otra vez en manos incorrectas. Los Deadite volverán a encarnarse. Solo que, ahora, tendrán un nuevo lugar en el cual cometer sus atrocidades.
La dirección de Lee Cronin es precisa y consigue crear el paso del bosque a la ciudad en escenas que emulan —y homenajean— a la trilogía original. No obstante, Posesión infernal: El despertar tiene personalidad propia, un ritmo lento que va recreando la zozobra como una infección que corroe paredes y habitaciones, que atraviesa pasillos y se eleva por las esquinas polvorientas. Si antes los suelos manchados de sangre eran trampas mortales, ahora lo son las puertas cerradas, los baños estrechos, las cocinas sin ventanas.
La película avanza con rapidez hacia su trama central. Hacia el retorcido punto de vista acerca de que la oscuridad, incluso en una gran ciudad, esconde monstruos. Tan peligrosos, voraces y al acecho como el bosque más profundo. Gradualmente, el director construye paralelismos con el universo que Sam Raimi dibujó con cuidado. En sus primeros diez minutos, Posesión infernal: El despertar aclara un punto crucial. El escenario cambia, pero el poder de la invocación a las penumbras de lo desconocido es tan espeluznante como siempre.
Dos víctimas que no saben que lo son
De la misma forma en que lo hacen otras entregas de la saga, los personajes juegan un lugar central en la trama. No son accesorios, ni tampoco víctimas propiciatorias al recorrer los conocidos códigos del terror. Esta vez se trata de dos hermanas. Beth (Lily Sullivan), una madre soltera, decide reunirse con Ellie (Alyssa Sutherland) en un momento especialmente caótico de su vida. Poco a poco, el argumento juega con la perspectiva de que el desorden emocional es también una parte del que rodea a sus personajes.
Las tomas muestran, en borrosos primeros planos, las paredes cubiertas de moho y telarañas. Los pisos agrietados, los muebles viejos. En Los Ángeles, la decadencia tiene algo de devastación silenciosa en el hormigón gris y los muros de argamasa que podrían derrumbarse con facilidad. Aunque, en realidad, el horror se encuentra bajo tierra. Cuando un terremoto descubre un nuevo ejemplar del libro condenado, Posesión infernal: El despertar abandona su mirada contemplativa.
Entonces, la vieja herencia de la destrucción, la sangre y lo grotesco deja atrás cualquier otro giro de guion. El relato se concentra en vísceras derramadas, en el paso de Deadite, viscoso y estremecedor. La muerte se extiende por todas partes y las hermanas deberán luchar contra ella como puedan. Pero no tienen armas contra un enemigo que toma docenas de formas distintas. Un mensaje que la trama de Posesión infernal: El despertar repite con acierto en varias de las escenas más repulsivas del cine de terror actual.
Posesión infernal: El despertar, digna secuela espiritual de una clásica saga de terror
Por supuesto, Lee Cronin rinde un homenaje directo a la franquicia de los años ochenta y noventa. En su conclusión, las dos hermanas han logrado vencer, a costa de dolor, miembros amputados y horrores incontables, a las criaturas malignas que invoca el libro.
Pero, en su última escena, queda claro que no todo ha terminado. Que esta entrega abrió la puerta para un inframundo retorcido en constante expansión. Una sorpresa bien recibida que, probablemente, enlaza la película con un prolífico futuro en el género de terror.