En Los tres mosqueteros: DArtagnan, de Martin Bourboulo, la ambientación histórica tiene un uso novedoso. En lugar de ser un escenario estático, se convierte en un contexto vital y lleno de movimiento que define rápidamente a sus personajes. Durante sus primeros minutos, la cámara muestra al París de 1627 con una apariencia majestuosa.

A pesar de sus calles de tierra, sus edificios de madera y carruajes que se sacuden entre montañas de desperdicios, es la ciudad más hermosa del mundo. Y forma parte de la Francia reinada por Luis XIII, que durante más de una década mantuvo al país en paz. 

El guion de Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière muestra la estabilidad del país, pero también una amenaza latente. El soberano no teme enfrentar a enemigos ocultos, aunque sabe que los tiene. El cardenal Richelieu (Eric Ruf) es uno de ellos. Escondido bajo las sombras de palacio, está dispuesto a traicionar y embaucar —con todos los medios a su alcance— hasta hacerse con el poder.

Los personajes de esta historia han pasado de ser héroes intachables a convertirse en hombres falibles, cercanos y llenos de matices. A pesar de que Los tres mosqueteros: D’Artagnan es, en esencia, una gran aventura que comienza de inmediato, la trama tiene la suficiente habilidad como para explorar a las célebres figuras.

Los tres mosqueteros: D'Artagnan

La película de Martin Bourboulo es la enésima adaptación del clásico de Alejandro Dumas, pero con una diferencia notable. La historia, en lugar de hacer énfasis en las virtudes de sus personajes, lo hace en sus sombras y lugares oscuros. También en el humor y un homenaje a gran escala al género de aventuras. El resultado es una historia que, sin grandes ambiciones, se convierte en un entretenimiento elegante y con un apartado visual magnífico. No obstante, su guion carece de la solidez para convertir a la producción en algo más. Con varias secuencias de acción destacables, en su último tramo se vuelve predecible a fuerza de rendir tributos a las grandes aventuras cinematográficas que imita. Tal vez, su mayor problema.

Puntuación: 3.5 de 5.

Los tres mosqueteros: D’Artagnan es un clásico renovado

Charles D’Artagnan de Gascuña (François Civil) es hábil con la espada, descarado y está más cerca de ser un bribón que un caballero. Algo que la historia disfruta en narrar en su primer tramo. Más allá de sus deberes con la hermandad de mosqueteros, a la que pronto se unirá, este joven maravillado por París desea fama y dinero. A ser posible, muy rápido y de la manera más sencilla.

Por supuesto, Los tres mosqueteros: D’Artagnan se enfoca en su eventual madurez y, quizás, en una mayor nobleza. Sin embargo, el conflicto está mucho más concentrado en las sombras que en las luces de su rostro más visible. Lo mismo que con el resto de su elenco. 

Constance (Lyna Khoudri), Mylady de Winter (Eva Green), Athos (Vincent Cassel), Porthos (Pio Marmaï) y Aramis (Romain Duris) son una extraña mezcla de virtudes y flaquezas. Algo que se narra en medio de un misterio, una posible redención y, sin duda, la búsqueda de un ideal mayor.

Lo que diferencia a la película de otras adaptaciones

Los tres mosqueteros: D’Artagnan comienza de manera peculiar: con la muerte de su personaje principal. Se trata de una trampa del argumento, que de inmediato revela sus intenciones. El joven espadachín emerge de la tierra en la que acaban de enterrarle sin daño físico, dejando claro que el argumento está lleno de trampas y pistas faltas. A la vez, que este antihéroe intrépido tiene la suficiente fortaleza como para afrontar las más extrañas situaciones. 

La evidente intención del director es mostrar que esta nueva versión del clásico de Alejandro Dumas es tan despreocupada y divertida como espectacularmente visual. También, que se aleja todo lo que puede de las más de cuarenta adaptaciones cinematográficas del mismo relato que hasta ahora se habían llevado a cabo. A pesar de que sus elementos principales son conocidos por la mayor parte del público, consigue desmarcarse basando su efectividad en su capacidad para emocionar. 

Los tres mosqueteros: D’Artagnan

Lo siguiente que ocurre en Los tres mosqueteros: D’Artagnan es una travesía veloz entre numerosos peligros. D’Artagnan se enfrentará a duelos, ofenderá a desconocidos violentos y demostrará su valor al evitar —de nuevo— ser asesinado. Todo en la misma tarde y acechado por la amenaza de descubrir una conjura que le sobrepasa en conocimiento y experiencia. 

La acción está en todas partes en Los tres mosqueteros: D’Artagnan

Cuando el protagonista finalmente se une a sus compañeros de manto y espada, Los tres mosqueteros: D’Artagnan alcanza sus mejores momentos. En su segundo tramo, el realizador francés logra que todos los personajes —incluso los secundarios que apenas muestran el rostro— sean un variado matiz de emociones.

D’Artagnan intenta resolver un asesinato y descubrir la identidad de un enemigo sin rostro que lo sigue a todas partes. Mientras tanto, su confidente en palacio vigila las argucias del poder. Además, hay otros tantos hilos argumentales en marcha, como la necesidad de espiar a la Iglesia católica y, claro está, salvaguardar a la dama de turno. 

Los tres mosqueteros: D’Artagnan
Athos (Vincent Cassel) y Milady de Winter (Eva Green) en Los tres mosqueteros: D’Artagnan.

En manos menos hábiles, una mezcla semejante habría convertido la película en una combinación rápida y desigual de historias incompletas. Pero Martin Bourboulo logra que sea un recorrido frenético, entretenido y entusiasta a través de un relato lleno de energía. A pesar de tener algunos agujeros de trama que no logra explicar y de la forzada insinuación de que la historia continuará en una segunda parte.

Aun así, hay más puntos altos que bajos en esta aventura que no se detiene en ningún momento y que resulta entrañable en su ingenuidad. Para su final abierto —que anuncia la segunda parte, rodada al mismo tiempo que la primera y que se estrenará en Navidad—, Los tres mosqueteros: D’Artagnan demuestra su mayor fortaleza. La capacidad de ser un espectáculo elegante, a pesar de sus pocas ambiciones y algún que otro fallo de dirección. 

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