En la película Renfield, Drácula es una criatura narcisista, melodramática y violenta. El monstruo está convencido de que la inmortalidad es un privilegio de pocos y que debe ser disfrutada sin ningún límite moral. La enésima reinvención de la figura clásica no es otra cosa que una nueva adición a las películas de vampiros. No obstante, en esta ocasión, se nos presenta un personaje hedonista, convencido de que la sangre es un vehículo de conocimiento y matar un acto de vanidad.

Sin duda, la interpretación de Nicolas Cage aporta un toque singular a la conocida historia de la figura espectral que debe asesinar para vivir y abre una dimensión novedosa a su larga historia cinematográfica. Desde Nosferatu, de Friedrich Murnau, hasta la trilogía Blade. Los argumentos que narran la vida inmortal desde los lugares más oscuros y siniestros se han vuelto un género de enorme popularidad en el séptimo arte. También cómo estos profundizan en temas tan dispares como el miedo, la soledad y la muerte a través de sus temibles existencias.

Si eres de los que disfrutan con el género, te dejamos cinco películas de vampiros que reflexionan sobre la vida eterna desde puntos de vista novedosos. La culpa religiosa, el amor trágico o el humor son clave en este recorrido a través del género de terror por la naturaleza humana. Profundizar en el concepto colectivo de la muerte y la vida es, tal vez, el mayor atributo de esta extraña colección de relatos sobre un tipo de maldad que nunca pierde interés.

Thirst, cuando la religión se cruza con las películas de vampiros

Para el sacerdote Sang-hyun (Song Kang-ho), la violencia y crueldad del mundo contemporáneo resultan insoportables. Precisamente porque debe lidiar con ambas cosas a diario y casi siempre llevando las de perder. En esta extraña película de vampiros, el director de culto Park Chan-wook crea una exploración del horror del vacío existencial por medio de un personaje herido por la desesperanza.

Este hombre, que está convencido que lo sobrenatural es real —especialmente en su versión más bondadosa—, no tiene explicaciones para la proliferación del mal. Y comprende que es poco lo que puede hacer para afrontar la derrota en cualquiera de sus intentos por consolar a los más pobres y desposeídos.

De modo que, cuando un accidente médico le convierte en un monstruo ansioso por beber sangre, debe enfrentarse a un mundo que está más allá de sutilezas morales. El realizador coreano logra que su personaje atraviese un violento deseo erótico y corporal, hasta alcanzar un tipo de remordimiento que se hace más retorcido. Gradualmente, Sang-huyn perderá su humanidad y comprenderá que, quizás, el bien nunca fue real, más allá de un espejismo religioso. En su sangriento final, esta película sobre un pintoresco vampiro demuestra que más que un monstruo imparable, el protagonista es una víctima de sus propios dolores intelectuales.

Lo que hacemos en las sombras

Este falso documental es una aproximación humorística al mito del vampiro que sorprende por su ingenio. Viago (Taika Waititi), Vladislav (Jemaine Clement) y Deacon (Jonny Brugh) son inmortales de diferentes edades y procedencias. Conviven en un piso, con alguna que otra incomodidad, mientras intentan registrar en vídeo su existencia entre las sombras.

La cámara les sigue con atención a través de sus largas noches en busca de sangre. También en sus disparatadas disertaciones acerca de la vida, la muerte, la moda y el amor. Y, por supuesto, en sus diatribas sobre los grandes y pequeños inconvenientes del mundo entre las sombras, habitado por los monstruos y sus acólitos. 

Los directores Taika Waititi y Jemaine Clement convierten lo que podría parecer un argumento absurdo, en una rarísima película de vampiros. Una parodia brillante acerca de las creencias, los prejuicios y las angustias morales del mundo contemporáneo. El resultado es un argumento provocador en forma de sátira a gran escala del cine de terror y sus códigos habituales. Con su particular perspectiva acerca del miedo y lo retorcido, el guion recorre tópicos y clichés con habilidad, pero sobre todo con profunda sensibilidad. 

Drácula de Bram Stoker, la más mítica de las películas de vampiros

Puede parecer una adaptación sin más del clásico literario de la época victoriana. Pero, en realidad, la obra de Francis Ford Coppola es un experimento arriesgado con muy buenos resultados. A mitad de camino entre el romance gótico y el terror explícito, es también una historia de amor decadente y dolorosa. Todo ello envuelto en una magnífica estética barroca y un cuidadoso apartado visual. 

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La gran novedad es su profunda aproximación al Conde Drácula. Interpretado por Gary Oldman, el argumento de esta película de vampiros lo muestra como una criatura que atraviesa cada uno de los lugares de la clásica historia. Desde el joven guerrero voivoda inmortalizado por las crónicas históricas, hasta el ser envejecido que espera a Jonathan Harker (Keanu Reeves) a la puerta de su castillo. El vampiro en la cinta es una presencia absoluta, que corre por los siglos tras el impulso de la sangre y el amor. 

Un viaje alucinante que acabará cuando conozca a Mina Murray (Winona Ryder), en un Londres bajo el reinado de Victoria de Inglaterra. La película, entonces, reinventa el clásico en un trágico romance que solo podrá terminar con la muerte. A pesar de su predecible cierre, el guion evita caer en clichés y brinda a los amantes una conclusión épica a la altura de sus aspiraciones por la inmortalidad.

Una chica vuelve a casa sola de noche

Esta película de vampiros muestra una criatura nocturna que atraviesa el mundo contemporáneo desde una observación siniestra y distante. En una ciudad iraní sin nombre, una chica (Sheila Vand) vaga por las sombras. Lleva ropa negra y apenas habla.

La directora Ana Lily Amirpour sigue a su personaje a través de laberínticas calles y locales con apenas una bombilla encendida. La cámara la enfoca en toda su extraña belleza pálida, en largas tomas silenciosas en blanco y negro. Lo que refleja su intento de contar la inmortalidad en medio de una amarga soledad. El argumento está más interesado en explorar los sentimientos de un ser incapaz de morir, que sus violentas pasiones. Lo que brinda a la clásica historia un aire onírico y pesaroso en esta singular película de vampiros.

La narración profundiza en cómo la vida interior de esta criatura con rostro de mujer es tan poderosa como su apetito de sangre. Ella contiene ambos, mientras ejerce una justicia singular y precisa. La chica mata, no por hambre —no siempre—, sino por un riguroso sentido de la moral que, al final, es el punto central del largometraje. Inquietante en su capacidad de narrar la tensión del miedo, la película es una rareza en medio del género dedicado a los vampiros.

Solo los amantes sobreviven 

Eva (Tilda Swinton) y Adam (Tom Hiddleston) han estado juntos durante más de cinco siglos. En el nuevo milenio, ambos viven en lugares distintos del mundo, pero continúan compartiendo un poderoso vínculo romántico. Por ese motivo, cuando ella se da cuenta de que la inmortalidad comienza a ser un peso insoportable para él, viaja a su encuentro hasta la destartalada Detroit. Juntos comenzarán un nuevo capítulo de sus vidas y una nueva exploración de la inmortalidad como experiencia hedonista e intelectual.

Jim Jarmusch creó la que es, quizás, la película de vampiros más atípica de los últimos veinte años. Apenas muestra sangre —solo en paletas de helado—, tampoco la violencia del mundo inmortal. El verdadero interés del director es contar la placidez delicada y apesadumbrada de la existencia sin medida ni consuelo a través de una pareja de hermosos monstruos. Las circunstancias que les abruman y el tiempo que corre para ellos en paralelo a su mundana sabiduría de la mortalidad.

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Al final, esta película de vampiros carece de moraleja, más allá del correr del tiempo y la eternidad del amor. Un mensaje delicado que permanece tras una última escena que muestra la verdadera naturaleza de estas criaturas sin hacer otra cosa que sugerir su carácter sobrenatural.