Ghostface está de vueltaEn Scream VI de Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, se burla de la franquicia de la cual es centro. No de forma directa — aunque, sin duda, la metarreferencia es parte de la escena —, pero sí de sus componentes principales. Con un humor negro mucho más directo que cualquiera de sus predecesores, el asesino señala las torpezas de las víctimas. También, los habituales errores que cometen al escapar de su asedio. Lo infructuoso que resulta tratar de evitar que pueda atraparlas.
La nueva encarnación de la figura de la máscara blanca es distinta a las anteriores. Más violenta, precisa, muy lejos de solo utilizar el disfraz para cubrir su rostro e identidad. Matar ya no es un acto compulsivo, conlleva un objetivo. Es una forma de vanidad muy refinada, que se refleja en la percepción que Ghostface tiene de sí mismo. Sabe que es una amenaza que no se puede detener y que es cuestión de tiempo que cada uno de los que señaló para morir sucumban a su cuchillo.
Pero sus víctimas tampoco son solo un puñado de adolescentes aterrorizados. Supervivientes en una ciudad hostil, reconocen su propia oscuridad y están a la espera de afrontar el peligro. Pueden parecer matices irrelevantes, hasta que el guion de James Vanderbilt y Guy Busick los usa y narra una historia dentro de otra. Scream VI es consciente de que se enfrenta a la erosión de sus giros más conocidos. Por lo que toma la decisión de convertir su conflicto en algo más que un enfrentamiento entre un homicida y sus aterrorizadas víctimas.
Scream VI
Scream VI, de Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, brinda nuevo escenario y motivaciones a su asesino. Ghostface nunca fue tan brutal ni sus muertes tan numerosas. En una versión renovada y audaz del argumento de la saga, su sexta parte rinde homenaje a sus puntos más altos y corrige, como puede, sus fallos. Con todo, su final incongruente y sus superficiales trucos de argumento no logran ser lo suficientemente ingeniosos como propone su premisa. La ola de muertes que el homicida deja a su paso termina por parecer trivial en medio de la atmósfera enrarecida que narra el guion. Un problema que la película no logra resolver del todo.
Scream VI, el regreso del monstruo de las calles de Nueva York
A la pregunta de quién es el asesino, se une, en esta ocasión, el interrogante acerca de la naturaleza de la violencia que lo impulsa. ¿Qué hace que Ghostface mate como una metódica sombra de destrucción? Algo que, junto a la agilidad y el gore explícito, identifica a la franquicia y que en Scream VI resulta mucho más notorio y explotado de mejor forma. La película guarda con cuidado sus secretos y el guion avanza hacia los lugares más sombríos de sus personajes.
Por supuesto, Nueva York se convierte en un mapa de horrores sangrientos. El criminal demuestra que no se limita a un sitio en el que actuar, sino que va en busca de sus víctimas a donde sea necesario. La ausencia de límites hace que Scream VI pueda profundizar en la idea de que no hay escapatoria. A pesar de lo que Sam (Melissa Barrera), Tara (Jenna Ortega), Mindy (Jasmin Savoy Brown) y Chad (Mason Gooding) puedan creer.
Abandonar el pueblo de Woodsboro no es una decisión fácil para ninguno. La historia profundiza en que la necesidad de escapar es tan mental como emocional. El grupo de personajes es una versión más madura y lóbrega de sí mismo. La narración deja entrever que la decisión de abandonar un pueblo condenado por sus secretos no atañe únicamente a un nuevo comienzo. Se trata de encontrar el anonimato, dejar de ser rostros reconocibles en una sucesión de tragedias.
Un nuevo territorio para un brutal criminal
El traslado a la gran ciudad es, en buena medida, el punto central del primer tramo de Scream VI. No solo reconfigura la saga como relato, también le permite ser una propuesta novedosa sin perder su esencia. La capacidad de Ghostface de ser mucho más letal gracias a las laberínticas calles de la Gran Manzana es un acierto importante de la película. La cámara convierte los callejones nocturnos, las salas de cine desiertas, las puertas entreabiertas y los portales oscuros en trampas. Con un cuidadoso uso de la atmósfera, los realizadores evitan que sus personajes parezcan perdidos o devorados por el tamaño de la ciudad. En lugar de eso, les hace recorrerla y extiende el escenario a una tensión de luces y sombras.
Un elemento que se une a una historia en que el asesino no es una trampa de identidad o un culpable circunstancial. De la misma manera que en Scream V, el argumento construye gradualmente la identidad del rostro detrás de la máscara. La hace un motivo para seguir la secuencia de crímenes interconectados entre sí a partir de los detalles que los vinculan.
Ahora, las muertes involucran más que persecuciones o peleas a mano limpia. Ghostface dispara, acuchilla, golpea. Tiene un conocimiento omnipresente de todo lo que ocurre con los personajes. El recurso funciona al hacerse obvio que la nueva matanza emparenta a las seis películas en un mismo escenario. Confronta a Sam con un pasado angustioso y a Tara con sus propios temores. Pero, en especial, convierte a Mindy y a Chad en aterrorizados observadores de un plan — enigmático y apenas esbozado — contra su vida.
Más sangrienta y brutal, Scream VI sorprende
Scream VI rinde el inevitable tributo a la tradición de la franquicia de una escena inicial impactante. Lo hace con cuidado y en una evidente reinvención de la perspectiva de Wes Craven llevada a un nuevo nivel. Pero, en esta ocasión, muestra su decisión de renunciar a la nostalgia, incluso en esa secuencia emblemática.
Con la habitual metanarración como punto central, la primera aparición de Ghostface en Scream VI es directamente simbólica. El guion explora que, para este asesino, cazar a su víctima es de considerable importancia. Pero no se trata de un truco sádico y la película revela, en su segundo tramo, que el método de aterrorizar y atacar tiene un motivo. Uno que emparenta el final de la entrega anterior con la más reciente. El dúo de directores logra crear la sensación de que el argumento se encuentra en constante crecimiento.
Al icónico villano ya no le impulsa una desenfrenada sed de reivindicación, sino un propósito relacionado con el futuro de la historia. El leve matiz permite que la trama funcione como algo más que una nueva adición a un universo en expansión. En realidad, es un eslabón de transición que conduce a una historia cada vez más compleja.
Un asesino cruel deja un rastro de sangre
Al mismo tiempo, Scream VI explora su mitología desde una nueva dimensión. Si algo se agradece de la película es que sabe que debe justificar la aparición de Ghostface en Manhattan. No solo lo logra, sino que además incorpora a la trama la perspectiva de que el villano enmascarado va en busca de varios objetivos a la vez. Lo que implica que tiene un plan maquiavélico cada vez más complejo que se insinúa con lentitud.
Casi de inmediato, Scream VI deja claro que intentará ser más elaborada e ingeniosa que cualquier otra de la saga, salvo la primera. Su identidad como slasher evolucionó. Hay mucho más interés en que cada personaje tenga un espacio en el que desarrollar sus motivaciones y lados oscuros. Los sobrevivientes a la matanza de la película anterior, ahora saben que sus conclusiones sobre el supuesto perpetrador fueron infundadas. Al menos, lo suficientemente engañosas para sospechar unos de otros.
La narración dedica interés a desarrollar la posibilidad de que, por separado, todos tienen un buen motivo para el crimen. Que, incluso, podrían utilizar métodos retorcidos y ocultar su culpabilidad. Lo que lleva a este recorrido sangriento a través de Nueva York a emplear pistas falsas y giros de guion tramposos. Algunos no resultan tan convincentes y, de hecho, con frecuencia son meran insinuaciones acerca del mal latente. Lo que, a la larga, es un lastre en el desenlance de Scream VI.
Una buena entrega, pero no la mejor
Scream VI tiene una mayor cantidad de muertes y escenas mucho más violentas que cualquiera de sus antecesoras. Víctimas casuales e importantes en la estrategia del asesino. La película atraviesa la historia como una cruda carnicería que la cámara enfoca con detalle. Pero su ambiciosa propuesta — convertir a Ghostface en la glorificación de la esencia de la saga — se queda incompleta. A medida que las muertes aumentan, el argumento intenta justificar sus pequeñas incongruencias y lugares comunes.
Sin embargo, no lo logra. La película elabora engañosas huellas de culpabilidad que solo se sostienen en explicaciones sin la menor congruencia o lógica. Al mismo tiempo, el villano se convierte en una presencia fantasmal, con una fortaleza casi sobrehumana. Es entonces, cuando Scream VI debe lidiar con su propio dilema. La fórmula de la saga siempre dejó claro que detrás de la máscara había un culpable. No un monstruo o una criatura sobrenatural.
¿Qué es lo que insinúa ahora? El argumento termina por perder su fuerza cuando debe reconocer sus fallos inmediatos. No da suficientes pistas o usa información de forma desordenada para encajar en el nombre del culpable. El truco de las identidades múltiples del asesino se reduce a nuevas preguntas que tienen respuestas en exceso sencillas o triviales. En especial, su conclusión apresurada y superficial, que une las piezas del misterio de forma torpe.
Con todo, la nueva entrega de la franquicia de terror es lo suficientemente divertida y bien relatada como para no decepcionar. Sin embargo, jamás supera la habilidad de su primera entrega al sostener un juego peligroso con una figura cruel al acecho. Apenas puede imitarla y, aunque lo intenta, no resulta tan atractiva ni novedosa como podría creerse antes de la revelación final. Su mayor problema.