La primera escena de Titanic, dirigida por James Cameron, ha sido muchas veces descrita como una de las más inspiradas del cine. Ahora, puede jactarse de algo más. Todo su poder para deslumbrar y conmover, envuelve al público. La sensación traspasa la pantalla y se hace una física gracias a la tecnología 3D y, en especial, al HFR (alta tasa de fotogramas, por sus siglas en inglés). El único viaje del célebre buque se convierte en una experiencia inmersiva. Tan realista, que las aguas grises y verdes del puerto inglés de Southampton parecen estar al alcance de la mano.
Y así volvemos a ver al barco más grande, lujoso y rápido del mundo zarpará para realizar su primera travesía. Los pasajeros, sean ricos o pobres, son parte de una experiencia única. La proa reluce bajo el sol y el casco es un adelanto de ingeniería que despierta asombro para la época. El realizador pasea la cámara con cuidado, detalla el ambiente del alborozo, hace sentir al público que nada puede destruir a este coloso. Incluso, a pesar de que la mayoría conoce el final de la historia. Titanic vuelve al cine.
James Cameron, Titanic y el valor de su osadía
La importancia de la decisión del cineasta de traer a Titanic, una de sus obras más queridas de nuevo a las salas, es ambiciosa. El éxito de Avatar 2: el sentido del agua y, principalmente, el resultado de sus esfuerzos visuales, abrió una identidad de autor. Dejó claro que los adelantos técnicos pueden ser más que curiosidades y logra contradecir la idea de que el cine de entretenimiento únicamente es superficial o carece de valor a futuro.
Titanic, que también lo fue durante su estreno en 1997, vuelve en un espectáculo enorma y, ahora, con el añadido de integrar al público a su trama. A un nivel tan profundo, que sus secuencias centrales dejan sin respiración. No solo las que se esperaban fueran impactantes y hasta aterradoras, sino las más delicadas.
Los bailes y risas, Jack (Leonardo DiCaprio) que dibuja para deleite de una audiencia que casi puede tocar el papel de su carpeta. Rose (Kate Winslet), de pie a punto de saltar al agua oscura. El cabello rojo sale de los límites, la fantasía para rozar la realidad. La ya clásica escena de amor que deja un cristal empañado, se hace más íntima.
Todo toma realce, como si las secuencias no hubiesen sido imitadas en múltiples ocasiones en veinticinco años. La cercanía engendra emociones. Recuerda que es una obra sensible, que hace llorar y reír. Que sorprende por la habilidad de James Cameron para contar con un magistral sentido de la tragedia, el trasfondo de un viaje sin retorno.
Titanic
Titanic, dirigida por James Cameron llega a las salas de cine como un espectáculo que desafía las expectativas. La tecnología de punta brinda a sus mejores escenas una dimensión de proporciones inesperadas. El romance trágico en medio de un hecho histórico se convierte en la reinvención del género de desastres. También, en la demostración de que el cine de entretenimiento puede ser de autor y una experiencia emocional.
Lo mejor del regreso de la gran película del director, es comprobar su perdurabilidad en el tiempo. Su poder para cautivar y conmover. Titanic es una experiencia que necesitaba ser vista de nuevo y, esta vez, convertirse en inmersiva.
Titanic vuelve al mar y es más emocionante que nunca
El largometraje contradice las líneas de los géneros en que se basa y se permite salvedades y experimentos. Sí, se trata de una historia de amor, una adaptación de Romeo y Julieta en medio de un desastre náutico. Pero estos jovencísimos amantes son el centro de varias historias interconectadas. Se salvan uno al otro. El amor se convierte en propósito de supervivencia.
Por el otro lado, el desastre inminente tiene también un rasgo humano. El barco transatlántico, que mostró un avance mecánico que despertó la curiosidad de una generación, se transforma en tragedia. El lujo que ocultaba todo tipo de pequeñas anécdotas que el director descubre con el cuidado de un artesano.
Titanic es una obra coral al usar la estructura clásica de varios hilos de argumento que ocurren a la vez. La vida en los camarotes más pobres es radiante. En los más costosos, gris y helada. Los contrastes aparecen ahora, definidos como partes vivas que se unen entre sí. El 3D y el HFR permiten que los colores y las texturas, en apariencia artesanales, narren una época.
Una película que encuentra su elemento para convertirse en obra de arte
Los celebrados trajes de Rose asombran con sus sedas y festones, que la oscarizada Deborah Lynn Scott convirtió en reflejos del estado de ánimo del personaje. Mientras que los retratos en carboncillo de Jack, muestran hasta la última muesca y curva. Ambas visiones sostienen el primer tramo de la cinta, sorprendiendo incluso por los menores detalles a la vista.
El sonido del barco abriéndose paso entre olas, los gritos de los marineros llamándose unos a otros. Ya no se trata solo de un relato visual que impacta — ya lo era para su estreno— sino uno que resulta casi intimidante. Cuando el capitán Smith (Bernard Hill) ordena que se acerque a los 22,5 nudos, es una celebración cinematográfica al largometraje que nos recuerda su lugar como símbolo cultural.
También cementa la ambición de James Cameron, quien lleva a cabo una película que, en su momento, se consideró imposible y, ahora, es una joya nostálgica. Pero, en especial, a la tecnología que la hace parecer nueva, aunque no lo es. De hecho, brinda al filme una segunda lectura y le proporciona una vitalidad que se basa en su renovada capacidad para sorprender. Tal pareciera que Titanic siempre necesitó el 3D para alcanzar todo su potencial.
Una historia de amor que choca con la tragedia
La vuelta a la pantalla de Titanic en 3D y, particularmente, con el hiperrealismo del HFR, es un riesgo para James Cameron. El director se atreve a no añadir escenas o incorporar ediciones alternativas. Lo que hace, es dejar claro que el guion tiene potencia suficiente como para admitir una revisión de forma. La narrativa conserva su magia imperfecta, edulcorada, con algunos fallos de guion. No obstante, sigue siendo un relato encantador —al menos, al principio— que cautiva por su aparente ingenuidad.
Claro está, la mayor parte del peso de la tecnología añadida destaca en la recreación de la tragedia. De hecho, muchos de los aportes visuales incorporados a la película tienen como propósito llevar al género de desastres a otra dimensión.
El realismo muestra la catástrofe a todo nivel, tan cercano como para ser claustrofóbico. Las tablas que se rompen, el agua que inunda con rapidez los niveles inferiores. El reloj que se detiene. Los gritos y alaridos de los que intentan escapar, sin que haya posibilidad que lo hagan. Pero el momento definitivo es cuando el casco pende en vertical sobre la línea del horizonte, lo que causa admiración por su magnitud. El 3D acerca las ventanillas que titilan, las astillas gigantescas que se parten en dos a la mano del público. Le lleva de vuelta a esa noche en que el barco más grande del mundo demostró que ninguna obra humana es imperecedera.
El 3D, un recurso que enriquece la historia
Hubo preguntas e incredulidad ante el regreso de esta obra al cine, con el único añadido de un apartado visual renovado. Pero la experiencia demuestra que el director conoce lo suficiente su trabajo cinematográfico, para innovar incluso en lugares en los que no parece posible.
Este no deja de ser un evento cinematográfico profundamente emocional y esta es una gran oportunidad para que una nueva generación de espectadores experimenten una de las cintas más premiadas de la historia. Titanic regresa, para los nostálgicos que querrán paladear otra vez esta rareza monumental, basada en la tragedia, pero que aspira a la esperanza. Un nuevo público verá caer una joya al océano y casi rozar su rostro, gracias al 3D. De una u otra manera, encontró el medio ideal para narrar los misterios de su espíritu aventurero. Un recorrido que James Cameron enriquece con el júbilo de un creador en medio de uno de los puntos más altos de su carrera.