Si nos preguntasen cuál sería el superpoder que más nos gustaría tener, seguro que la capacidad de volar estaría entre los más mencionados. Sí, viajar en el tiempo y leer la mente seguro que también. Pero la posibilidad de surcar los aires como las aves o los murciélagos es algo que ha obsesionado al ser humano durante cientos, e incluso miles de años. Tanto, que no hemos cejado en el empeño hasta disponer de artilugios y máquinas como el paracaídas, el globo aerostático, el helicóptero y, por supuesto, el avión. Los primeros intentos se basaron en imitar a las aves con la mayor fidelidad posible y uno de los grandes pioneros en hacerlo fue el científico andalusí Abbás Ibn Firnás.

De hecho, aunque destacó como inventor en áreas muy dispares, es especialmente reconocido por la construcción del primer planeador relativamente exitoso. Tanto, que muchos lo consideran uno de los grandes precursores de la aeronáutica.

Eso sí, es importante destacar que los vuelos de este científico de Ronda no fueron especialmente elegantes y que, si bien no terminaron con su muerte, tampoco transcurrieron sin daños. Es decir, que algo planeó, pero todavía tenía mucho camino por delante antes de conseguir echar a volar. 

La obsesión por volar: de Ícaro a Ibn Firnás

La obsesión de los humanos por volar es tan antigua que incluso queda retratada en la leyenda griega de Ícaro, de más de 3.000 años de antigüedad. Según esta, el arquitecto Dédalo, padre de Ícaro, construyó unas alas de plumas y cera para que su hijo pudiera volar. El invento fue un éxito, pues el joven logró alzar el vuelo, como los pájaros, pero se acercó tanto al Sol que la cera se derritió, haciéndole caer en picado y morir.

Como otras leyendas griegas, tiene su propia moraleja, pero no es esto lo que aquí nos interesa. Muchos años después, en la Córdoba andalusí, Ibn Firnás quiso emular a Dédalo, aunque con algo más de cuidado. Tras muchas jornadas de observación del vuelo de las aves, construyó unas alas de madera que cubrió con plumas, para emular aún más la forma de volar de los pájaros. Corría el año 875 y ya podemos encontrar en las descripciones cierto parecido con los ingenios que desarrollaría Leonardo da Vinci muchos siglos después.

Para probar su eficacia, Firnas se subió a una altura considerable e invitó a cualquier cordobés que lo deseara a presenciar su hazaña. Muchas personas observaron desde la ladera de una montaña cómo se dejaba caer con su planeador de madera y plumas, realizando un pequeño vuelo del que hay dos versiones.

Zaltmatchbtw (Wikimedia Commons)

Una versión más exitosa que la otra

Algunos espectadores aseguraron que el científico había logrado planear cierta distancia, pero que luego cayó en picado, sufriendo daños en su espalda. En cambio, otros relataron que consiguió incluso tomar algo más de altura y que después tocó tierra bruscamente y marcha atrás. En ese momento, fue consciente del uso que dan los pájaros a su cola y decidió añadir una a su próximo invento.

Pero lo cierto es que no hubo muchos más inventos. Murió trece años después, tras lidiar continuamente con intensos dolores de espalda. Precisamente por eso, lo más probable es que la primera versión sea la más acertada. Eso sí, en sus escritos es verdad que insiste en que fue un error no añadir una cola al planeador.

Pero, sea como sea, es indiscutible que Ibn Firnás fue una de las primeras personas que se acercaron al superpoder de volar. Faltaban 1.000 años para que los hermanos Wright emprendiera su primer vuelo exitoso en aeroplano. Pero ellos requirieron de una máquina ajena a su cuerpo. Mucho antes, aquel inventor andalusí demostró algo que también era necesario. Que los seres humanos no podemos volar por mucho que nos empeñemos. De los errores también se aprende y aquellos intentos fallidos fueron sin duda muy útiles para los éxitos que llegaron tantos años después.