Scrooge: Cuento de Navidad, de Stephen Donnelly, tiene la complicada responsabilidad de añadir un elemento novedoso a una historia narrada en cientos de ocasiones. Después de todo, la obra de Charles Dickens se ha convertido en una tradición navideña por derecho propio. 

Donnelly lo sabe y recurre a la animación para dotar de mayor amplitud, brillo y elementos extravagantes a la narración. Pero también hace algo más. Crea una percepción en la que el conocido relato del anciano avaro que debe enfrentarse a su pasado para ablandar su corazón dialoga con una nueva generación. Al menos, hace un decidido intento que lograrlo, aunque el resultado sea la mayoría de las veces demasiado blando para ser efectivo.

Para Scrooge: Cuento de Navidad, es de considerable interés comprender el centro de su conflicto. Esta vez Scrooge es algo más que un personaje enfurecido y herido por un pasado angustioso. Para su enésima adaptación, el Ebenezer de Dickens es un hombre que sana como mejor puede heridas que nunca curaron del todo. No es cercano ni mucho menos amigable.

Scrooge: Cuento de Navidad

Con cierto parecido con el Grinch del querido cuento del doctor Seuss, Scrooge: Cuento de Navidad emparenta la idea de una burla satírica con algo más sentido. Scrooge tiene un carácter aborrecible, pero también sufre en silencio. A pesar de que la historia de Dickens ha sido depurada de todo elemento elaborado, el mensaje sigue siendo el mismo. El argumento narra con ingenua habilidad las diversas versiones de Scrooge, todas como pequeñas piezas de un mapa más amplio y singular. No obstante, esta inocencia pretendida termina por ser en ocasiones fallida. La narración está enfocada en un público muy joven y Scrooge: Cuento de Navidad se rinde a esa eventualidad. La animación se hace cada vez más estridente y el director usa un excesivo colorido para tratar de dotar a la narración de nueva vida.

Puntuación: 3 de 5.

Scrooge: Cuento de Navidad, una nueva versión de un clásico 

La historia de Scrooge: Cuento de Navidad, que relata otra vez las andanzas de Ebenezer Scrooge a través del pasado y el futuro, conserva su encanto. No obstante, la eventualidad de encontrarse en el ámbito de lo animado hace que las circunstancias sean más curiosas. 

La atmósfera pasa de un aire lúgubre angustioso a una brillante mirada casi dulcificada por una espléndida banda sonora. No obstante, las transiciones no son del todo adecuadas y la película termina por avanzar a un ritmo extraño, incómodo e, incluso, desordenado. 

Uno de los grandes problemas de Scrooge: Cuento de Navidad es mezclar la narración de fondo y el despliegue de efectos visuales en un todo único. La mayoría de las veces no lo logra y, de hecho, da la sensación de que la película va de un extremo a otro de un espectro de emociones sin unidad ni solidez.

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Por momentos, el guion parece tener verdaderos problemas para mostrar una sola historia. Por un lado, observa a su personaje central con atención. Después, su pasado se presenta como un estallido luminoso de ideas sobre la soledad, el desarraigo y la marginación. En medio del trepidante tono del relato, algo parece quedarse a medias, incompleto, con una incómoda falta de resolución.

El anciano gruñón con un toque divertido 

Scrooge: Cuento de Navidad analiza el carácter huraño de Ebenezer con una mirada emocional. El ya clásico rencor del protagonista titular por la época más amable del año se transforma ahora en una reacción en cadena. Una especie de evolución enfurecida, cansada e irritada sobre la convivencia, el amor y la pérdida.

Pero, como producción destinada a un público más joven de lo habitual, Scrooge: Cuento de Navidad necesita establecer de inmediato que su protagonista odia la felicidad. Una idea simple que el guion, de Leslie Bricusse y el mismo Donnelly — basado en el músical Scrooge de 1970, protagonizado por Albert Finney — desarrolla con habilidad.

Scrooge: Cuento de Navidad

El personaje deplora la celebración, la efusividad y la posibilidad de la alegría. La enfrenta como puede, se deleita con su capacidad para hacerlo. Durante sus primeros diez minutos, la película tiene algo de entusiasmo canalla. De hecho, su Scrooge es mucho más villano que antihéroe y más divertido que solo cruel. 

Este era un hombre que deploraba, en muchas formas, la Navidad

Con cierto parecido con el Grinch del querido cuento del doctor Seuss, el argumento emparenta la idea de una burla satírica con algo más sentido. Scrooge tiene un carácter aborrecible, pero también sufre en silencio. A pesar de que la historia de Dickens ha sido depurada de todo elemento elaborado, el mensaje sigue siendo el mismo. 

En realidad, resulta más poderoso en su simplicidad. Este anciano lleno de furia, capaz de levantar el puño y el bastón para golpear, también tiene un perro adorable que cuida con mimo. De modo que el argumento narra con ingenua habilidad las diversas versiones de Scrooge, todas como pequeñas piezas de un mapa más amplio y singular. No obstante, esta inocencia pretendida termina por ser en ocasiones fallida.

Scrooge: Cuento de Navidad

Al fin y al cabo, la narración está enfocada en un público muy joven y Scrooge: Cuento de Navidad se rinde a esa eventualidad. La animación se hace cada vez más estridente y el director usa el excesivo colorido para tratar de dotar a la narración de nueva vida. Pero solo lo consigue a medias, porque las exageraciones visuales terminan por diluir el relato central. De pronto, el viaje en el tiempo de Scrooge es también un reconocimiento de otro mundo — otra vida — que debe comprender. Pero todo está construido para impresionar, deslumbrar antes que conmover

Al final, esta fábula agridulce, en la que un hombre descubre el sentido de la Navidad, termina con una celebración multicromática casi delirante. Una mirada a un recorrido por el bien, el mal y los recuerdos que pudo ser mucho profunda y, sin embargo, escogió ser solo llamativa. El mayor problema de la producción.

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