Osel Hita Torres mira a la cámara y sonríe. Se declara agnóstico. También es un hombre que aprendió a vivir con la más peculiar de las historias a cuestas. Una que el documental de cuatro episodios Osel: un viaje al infinito, dirigido por Lucas Figueroa para HBO Max, intentará relatar. Pero no hay una manera fácil de ordenar una narración que abarca una época, una circunstancia desconcertante y también una visión de la fe. Nada de lo que rodea al llamado “Dalai Lama español” es sencillo. Mucho menos fácil de contar. 

Aun así, el documental logra hacerlo con un profundo respeto hacia lo ocurrido. En 1986, Osel se convirtió en una pequeña celebridad insólita. Sus padres lo entregaron a los discípulos del Lama Yeshe después de que les convencieran de que el niño era su reencarnación. Se trató de una situación inédita, que causó furor en la época y que también sometió al pequeño a una situación inexplicable. De pronto, de ser hijo de una pareja corriente, Osel pasó a ser considerado el eslabón más joven de una larga línea de sucesores espirituales de un desconocido

En Osel: un viaje al infinito, Figueroa se esfuerza por no hacer juicios y quizás es uno de los puntos más interesantes del documental. Por lo que parece, la producción está más interesada en analizar cómo un hecho de semejante envergadura puede impactar en la vida de un niño. Más aún, cuando el contexto a su alrededor lo convenció de inmediato de que lo ocurrido era un suceso predestinado. Osel, ahora de 37 años, sacude la cabeza y, por primera vez, toma la voz para hablar como puede de un tránsito a través de una aventura sin parangón. “Poca gente puede presumir de ser un mesías”, bromea con el buen humor que le acompañará durante la larga narración de su vida.

Osel: un viaje al infinito

El documental cuenta la desconcertante historia del niño que se tomó por la reencarnación de un monje tibetano. Una singular travesía a través de las creencias, la mirada al mundo moderno y la fe, tal y como la concebimos en la actualidad. Osel: un viaje al infinito logra hacerlo con elegancia y con un profundo respeto hacia lo ocurrido. En 1986, Osel se convirtió en una pequeña celebridad insólita. Sus padres lo entregaron a los discípulos del Lama Yeshe después de que les convencieran de que el niño era su reencarnación. Se trató de una situación inédita que causó furor en la época, pero que también sometió al pequeño a una situación inexplicable.

Puntuación: 4 de 5.

De la Alpujarra al Tíbet

Osel: un viaje al infinito cuenta la historia de Osel. Con seis años cumplidos, el futuro Lama se convirtió en centro de las atenciones de una congregación de devotos. A la vez, dejó atrás la experiencia de ser un niño para ostentar el poder de un dictador. Al menos esa es la forma en que él mismo recuerda los extraños años de educación a manos de los monjes y su intento por entender qué ocurría.

“Me sentí vendido”, explica en voz baja, casi con tristeza. Sus padres, liberales y convencidos del mandato místico, no dudaron en entregar a su hijo. “De la Alpujarra pasé a otro mundo”, explica el que por más de una década fue una rareza cultural.

La idea de la santidad le desbordaba, pero con el transcurrir de los años Osel comprendió que se trataba de algo “en esencia bueno”. Osel: un viaje al infinito es un recorrido a través de una vivencia acerca de un legado cultural que le puso en centro de una extraña diatriba. ¿Era realmente el elegido? ¿Había la posibilidad real de que fuera la reencarnación de un Lama?

Osel: un viaje al infinito
Osel Hita Torres.

El asombroso recorrido de Osel: un viaje al infinito

Osel: un viaje al infinito evita la especulación sobre temas de naturaleza abstracta y se centra en la experiencia de su protagonista. Concretamente, lo hace en la forma en que el recorrido de ser un niño español normal a una pequeña celebridad trastocó su infancia. Pero, más allá de eso, en cómo ese hecho le brindó la oportunidad de crecer en medio de un ambiente asombroso. 

En condiciones tan extraordinarias que el documental evita con cuidado el amarillismo y lo extravagante. Osel: un viaje al infinito tiene un toque melancólico sobre la infancia y el asombro de lo posible. Además de ser una reflexión sobre la raíz de las grandes creencias y, al final, los espacios dolorosos en que se unen con la vida cotidiana. 

Un fugitivo de la divinidad

Pero, más allá de una experiencia que le llevó décadas comprender del todo, Osel es un superviviente. Uno del peso de la presión que su supuesto destino en puertas puso sobre sus hombros. En particular, de la sensación de ser un extraño en todas partes. Una criatura alejada por la reverencia mística que lo aisló del mundo occidental por completo. Al final, Osel escapó a España a los 18 años, pero el documental Osel: un viaje al infinito no está tan interesado en relatar lo extravagante de la anécdota, como en qué llevó a su protagonista a huir.

Lucas Figueroa, director de Osel: un viaje al infinito, junto a Osel Hita Torres.

"Soy quien soy", dice Osel, que evita responder la pregunta de si se considera la reencarnación de un Lama o si lo creyó alguna vez. Antes que eso, el hombre que es considera la posibilidad de la redención, de mirar el pasado con amabilidad. Pero, en particular, de asumir que su vida es una confluencia de circunstancias inexplicables. "A veces, el azar lo es todo".

Algo que el documental relata desde una cuidadosa distancia. Es evidente que Osel: un viaje al infinito no desea emitir un juicio acerca de lo ocurrido, sino permitir que Osel cuente su historia. Una decisión acertada que brinda a la producción un aire de confesión con un profundo significado personal.

Osel: un viaje al infinito y sus lecciones vitales

Figueroa enlaza el relato de Osel: un viaje al infinito con un recorrido amable a través de la idea sobre la santidad. “No sabía bien qué ocurría, pero en esencia era bueno”, insiste Osel. Por supuesto, nada es tan sencillo ni, mucho menos, idílico. Poco a poco, el niño considerado un líder futuro comenzó a entender los resquicios de su mundo. “Comprendí que no era el centro del mundo y eso fue un choque”.

Con precisión y elegancia, Osel: un viaje al infinito relata una historia casi inverosímil y la dota de un aire familiar y cercano. A través de registros de familiares, amigos e incluso los padres de Osel la narración se llena de emotividad y se hace más sólida. Para su último capítulo, algo queda claro.

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El documental es un recorrido fascinante a través de un suceso que desborda la mera comprensión de lo posible, pero, aun así, vinculado a lo humano. “Al final, todos somos santos, de alguna u otra manera”, insiste Osel, que con poco más de tres décadas de vida comprende el sentido de una verdad simple. “El mundo es en esencia, solo hay que descubrirlo”.

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