Ya estamos en noviembre y en buena parte de Europa aún no hemos sacado las chaquetas del armario. Incluso los mayores adoradores del verano ya se muestran preocupados por la deriva que está tomando la situación. Solo los negacionistas del cambio climático parecen tranquilos. Pero lo cierto es que está claro que algo está pasando y que no es nada bueno. Todo ello son sospechas que se confirman con la publicación del último informe sobre el Estado del clima en Europa de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), realizado junto al Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea. En él puede verse que, en los últimos 30 años, las temperaturas de Europa se han calentado más del doble de la media mundial. Se trata, por lo tanto, del continente que más se ha calentado. Y con diferencia.

El programa Copernicus recoge exhaustivamente datos medioambientales, tanto procedentes de satélites como de observatorios terrestres. De este modo, y junto a la información procedente de las políticas climáticas de cada territorio, se puede extraer información sobre cómo está afectando el cambio climático al viejo continente.

La conclusión es claramente negativa, aunque el informe recoge también datos para la esperanza. Por ejemplo, que muchos países de Europa están teniendo resultados muy positivos de sus políticas contra el cambio climático. De hecho, en la Unión Europea se ha logrado reducir las emisiones de efecto invernadero en un 31% entre 1990 y 2020. Además, cuenta con el objetivo de alcanzar una reducción neta del 55% para 2030. Estamos tomando medidas, sí. Pero, aun así, la situación es bastante preocupante. Da miedo pensar cómo sería si no las estuviésemos tomando.

El cambio climático en Europa

El informe de la OMM y Copernicus hace gran hincapié en la gravedad de las olas de calor acaecidas en Europa en el último año. Estas han sido especialmente preocupantes en el oeste y el sur del continente, donde se han batido numerosos récords. Eso, unido a que se trata precisamente de una población muy envejecida, puede ocasionar problemas serios para los europeos.

No solo el calor, sino también las precipitaciones extremas, suponen un caldo de cultivo inmenso par todo tipo de enfermedades. Se espera que aumenten los casos de zoonosis. Es decir, enfermedades que pasen de animales a humanos, como lo hizo por ejemplo la COVID-19. Además, pueden elevarse las cifras de las que usan animales como vectores. Por ejemplo, los cambios derivados del calor y el cambio climático pueden hacer que en ciertos entornos aumenten las poblaciones de mosquitos o garrapatas, transmisores de numerosas enfermedades.

Y, por último, todas estas condiciones pueden empeorar también las alergias, ya que se modificaría la producción y distribución del polen. Las personas mayores y los niños serían los mayores afectados de esta situación.

En el lado bueno de las cosas nos encontramos que las políticas de mitigación del cambio climático también pueden tener efectos beneficiosos para la salud. Y es que, según el informe, en 2019 se dio alrededor de medio millón de muertes prematuras relacionadas con la contaminación ambiental propiciada por el uso de combustibles fósiles. La reducción de emisiones puede ayudar a mitigar este problema en Europa. Y, quizás, a la larga también se reduzca el resto. Estamos en el buen camino, pero ya vemos que hay situaciones de las que no podemos librarnos.

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Más calor y menos precipitaciones

Por ahora, las olas de calor seguirán aumentando, independientemente de la disminución de las emisiones. Especialmente se espera que sean muy intensas en los océanos. No hay más que ver lo mucho que ha llegado a calentarse el agua este verano. Eso podría traer fenómenos meteorológicos extremos.

Sin embargo, las precipitaciones regulares disminuirán en buena parte de Europa. Según el informe, “se proyecta una disminución de las precipitaciones en verano en el Mediterráneo, que se extenderá a las regiones del norte”. Y, en el otro extremo, “se prevé que las precipitaciones extremas y las inundaciones pluviales aumenten a niveles de calentamiento global superiores a 1,5 °C en todas las regiones, excepto en el Mediterráneo”.

Ya hemos visto que todo esto puede afectar a la salud de las personas, pero también a los ecosistemas. Y es que el aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones son grandes disparadores de los incendios forestales. Estos han aumentado muchísimo en los últimos años, arrasando con todo a su paso. Pero eso solo ha sido el principio.

Ante estos datos, es imposible no caer en el pesimismo y hacerse una pregunta: ¿significa esto que ya está todo perdido con el cambio climático? Pero lo cierto es que no está todo perdido. Las consecuencias de nuestros actos a nivel climático no se ven de inmediato. Ahora mismo estamos pagando las emisiones del pasado, pero las políticas actuales podrán verse en el futuro. Si no hiciésemos lo que ya hacemos, la situación sería todavía peor. Este calor que parece que no se va debe verse como un aliciente para seguir el camino. No como una razón para rendirse y dejarse caer sobre él.