Gran parte de las escenas de la serie El Paciente, disponible en Disney+ a partir del 30 de noviembre, transcurren en un único escenario con sus dos personajes mirándose el uno al otro. El guion de Joel Fields y Joseph Weisberg se esfuerza por crear la sensación de peligro inminente, pero también de intimidad. La extrañísima combinación da como resultado una puesta en escena casi teatral sobre una premisa terrorífica. ¿Qué ocurriría si un asesino intentara comprender los límites de la naturaleza psiquiátrica y emocional de su impulso de matar? 

La pregunta se responde a través del miedo. Al mismo tiempo, de la búsqueda de lo esencial que nos hace humanos, en contraposición al instinto depredador. El doctor Alan Strauss (un extraordinario Steve Carell) debe enfrentarse a Sam (Domhnall Gleeson) en un duelo de inteligencia y resistencia intelectual. Pero no solamente para profundizar en la oscuridad interior de este último. También para evitar morir a manos de Sam, un asesino en serie que decidió encontrar una explicación para su naturaleza cruel.

Desde el primer capítulo, El Paciente deja claro que el recorrido será brutal y preciso. Sam secuestra a Alan y le encadena en el sótano de la casa en la que vive. Después, le hace la más singular y aterradora petición. Necesita que le “sane” y le evite continuar asesinando de formas aterradoras. Que lo haga con todas las herramientas a su disposición. Se trata de una carrera contra el tiempo. Sam volverá a matar muy pronto. La víctima podría estar en la calle. Pero lo más probable es que Alan pague con su vida cualquier titubeo o incapacidad para comprender la psique de su captor.

El Paciente

Gran parte de las escenas de la serie El Paciente, de Disney+, transcurren en un único escenario con sus dos personajes mirándose el uno al otro. El guion de Joel Fields y Joseph Weisberg se esfuerza por crear la sensación de peligro inminente, pero también de intimidad. La extrañísima combinación da como resultado una puesta en escena casi teatral sobre una premisa terrorífica. ¿Qué ocurriría si un asesino intentara comprender los límites de la naturaleza psiquiátrica y emocional de su impulso de matar? La pregunta se responde a través del miedo. Al mismo tiempo, de la búsqueda de lo esencial que nos hace humanos, en contraposición al instinto depredador. El doctor Alan Strauss (un extraordinario Steve Carell) debe enfrentarse a Sam (Domhnall Gleeson) en un duelo de inteligencia y resistencia intelectual.

Puntuación: 4.5 de 5.

Cuando el paciente es un criminal

La premisa, en apariencia retorcida, pero lineal, es, en realidad, una brillante exploración sobre la tensión psicológica convertida en sufrimiento. A la vez, una visión sobre lo macabro que se alimenta de las sombras interiores de la vida corriente. Como producción, El paciente tiene la enorme capacidad de englobar los elementos más temibles en una atmósfera enrarecida y pesimista. 

“Es posible que no sobreviva”, razona Alan aterrorizado. Por supuesto, sabe a lo que se enfrenta. Sam es un criminal, pero también una criatura al límite de la deshumanización. Entre ambas cosas, su impulso agresivo por el asesinato es la manifestación de un punto en su interior voraz e imprevisible. 

Lo más curioso en El Paciente es que la naturaleza sangrienta de las experiencias de Sam se establece a la periferia. El guion juega con la idea de que el personaje atraviesa la tensión interior de la culpa y la furia, pero más allá de la pantalla. En el transcurso de la historia, solamente es un hombre pálido y tenso que necesita ser escuchado. Que, incluso, exige la atención total de Alan con una desesperación cercana a la obsesión.

Atrapado en las fauces de un monstruo

Al otro extremo, Alan sabe que únicamente podrá salvar su vida si es capaz de construir un vínculo con este criminal que se deleita en la crueldad. Uno, además, con consciencia sobre sí mismo y la responsabilidad de sus acciones. La batalla intelectual entre ambos es mucho más que una idea que se manifiesta en líneas elaboradas.

Es una percepción sustancial acerca del bien y del mal, enlazados por la necesidad de ser comprendidos. Sam aspira a la curación, pero no a la redención. El guion de El Paciente evita, de hecho, el juicio moral y hace hincapié en la condición de la tensión de las tinieblas que sofocan a su personaje.

Para este asesino en serie que necesita ser “curado” la culpa no es una opción. Tampoco una condición de transgresión que atraviesa una percepción más clara sobre la ruptura intelectual y psiquiátrica que sufre.

El Sam de Gleeson no mata por placer, sino por rabia. Por la necesidad efectiva, directa y desesperada de cierto orden a su alrededor. En El Paciente, para sobrevivir, Alan necesita comprender ese equilibrio, ese punto limítrofe entre las sombras y la realidad por las que transita su secuestrador. 

El dolor, el miedo, la sangre en El Paciente

Uno de los puntos de mayor interés en El Paciente es que evita cualquier punto en común con las usuales historias sobre asesinos en serie. En ninguno de sus capítulos hay exploraciones directas sobre búsquedas policiacas, escenas del crimen o lo que ocurre más allá del relato de Sam. En las contadas ocasiones en que se menciona, la percepción es inmersiva, peligrosa y tenebrosa. El asesino habla sobre sí mismo con la elocuencia de la cólera, la insatisfacción y un vacío existencial cada vez más tenebroso. Pero, a la vez, descubre las múltiples capas que rodean a su impulso asesino

Para Sam, asesinar no es un acto ordinario. Tampoco es una percepción acerca de su personalidad o comportamiento. Es un suceso al margen de su vida, que le lleva a un espacio macabro en el que brinda rienda suelta a sus impulsos grotescos. A su vez, poco a poco, Alan comprende el juego del gato y el ratón construido a la medida de una experiencia retorcida en el que está atrapado.

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La fisura de la realidad — la concepción de lo humano — desde la cual lo contempla su captor. El argumento de El Paciente se concentra, entonces, en los vínculos letales que unen al rehén y al hombre que lo mantiene cautivo. Los detalla hasta que la naturaleza del mal — esa abstracción espectral que pende como una amenaza sobre Alan — se manifiesta en toda su extensión. Quizás, el punto más poderoso y bien construido de esta espléndida rareza narrativa.