Tanto en el libro Shantaram, de Gregrory David Roberts, como en la serie del mismo nombre de Apple TV+ la atmósfera es de urgencia. Lin (Charlie Hunnam) intenta huir no solo de la ley, sino de sí mismo. Acaba de escapar de una cárcel australiana y desea encontrar el fin del mundo. Al menos, es lo que el personaje cree que necesita para lograr dar un paso más allá del círculo de oscuridad de sus pesares.

Del pasado criminal que le persigue y los sufrimientos de una vida dura, que le ha dejado todo tipo de heridas emocionales y espirituales. La decisión parece obvia, pero el brillante argumento la convierte en un tránsito decisivo que cambiará el futuro de su personaje central para siempre

Este criminal en busca de una nueva vida — “desaparecer en un mundo en el que no tenga nombre”, como insiste el personaje — vaga en la confusión. Las primeras escenas dedican buena parte del guion de Shantaram a mostrar la sensación que envuelve a Lin, la forma en que todo lo que creía y deseaba está a punto de derrumbarse. Lo que hace que la decisión de huir sea obvia. 

La búsqueda de la iluminación y la paz

Pero la serie de Eric Warren Singer y Steve Lightfoot no hace cosas tan simples como mostrar el escape de un criminal. De la misma forma que el éxito literario del 2003 del que proviene, Shantaram se toma el tiempo de analizar los motivos de Lin. Como obra autobiográfica, la novela de origen reflexiona sobre la insatisfacción del escritor y su búsqueda de un lugar que pueda considerar como propio. Lo mismo hace la serie, solo que, además, añade capas de brillante emotividad.

El personaje no solo transita un oscuro terreno interior, lleno de dolores y pequeños traumas. También se hace preguntas profundas sobre el motivo de transitar hacia nuevas decisiones. No se trata de un renacimiento o una redención. En realidad, el guion de Shantaram crea la perenne sensación de transformación en medio de decisiones trascendentales y privadas, lo que dota a la serie de una singular profundidad.

Shantaram

Shantaram es poética sin desearlo y poderosa sin que esa sea su intención inmediata. La década de los ochenta es un contexto adecuado para su vitalidad y la profusión de colores, música y detalles de época construyen un escenario radiante para la historia. Pero, más allá de eso, enlaza la idea sobre la cualidad del tiempo - del que trascurre, de la madurez emocional - como algo más amplio, profundo y consciente. En la producción, los términos medios son escenarios entre los que los personajes se trasladan a través de sus propias preguntas y tentaciones. A la vez, una ventana hacia la belleza, la tristeza y la desolación. Todo en una experiencia vital tan bien narrada como visualmente poderosa.

Puntuación: 4.5 de 5.

Shantaram, la vida y sus extraños giros

Con capítulos de una hora de duración, el argumento se toma el tiempo suficiente para explorar en su personaje. Hunnam brinda a Lin una curiosa humanidad y un sentido de la exploración — interior y exterior — que otorga a la serie un singular brillo filosófico. 

De hecho, buena parte de Shantaram explora con cuidado cómo su personaje principal es tan bondadoso como proclive a los errores. Una percepción sobre la dualidad moral que se extiende al resto del elenco y que convierte a la producción en una inesperada reflexión sobre la ética y el poder de la voluntad. También, sobre el poder del libre albedrío — un tópico que se analiza desde una óptica curiosamente neutra — y el destino. 

Pero, lejos de ser sermoneadora, crítica o idealista, Shantaram posee una rara cualidad mundana que convierte el trayecto vivencial de Lin en un tránsito inteligente. A través de sus malas decisiones, pero, también, mediante el progresivo proceso de hacerse más fuerte, sensible e, incluso, emotivo. “Me equivoco con tanta frecuencia que creo no hago otra cosa” dice con sencillez el personaje, en una Bombay multicultural y ruidosa. También, el propósito de enmienda. 

Una mirada a los dilemas y los viajes interiores

A medida que la serie avanza, y es evidente que el gran escape de Lin a Bombay es mucho más que una medida desesperada, Shantaram se esfuerza por mostrar su profundidad. Lo logra gracias a un mapa vívido y brillante sobre la ciudad, la vida en la India y, en especial, el crecimiento espiritual de su personaje central. 

Poco a poco, lo que comenzó como una decisión desesperada se convierte en un recorrido por una deslumbrante visión de las segundas oportunidades. También, del asombro, de la ternura y de la cualidad, casi ingenua, con la que Lin encuentra otro mundo por completo distinto. Uno tan brillante, cálido y lleno de contrastes que le empuja al autodescubrimiento.

Shantaram, de la misma manera que su versión literaria, evita con cuidado los tópicos o clichés edulcorados para centrarse en la vitalidad. Bombay es una colección de imágenes radiantes, de la sensación urgente de vivir a plenitud, incluso en medio del sufrimiento y la belleza. 

La producción es poética sin desearlo y poderosa sin que sea su intención inmediata. La década de los ochenta es un contexto adecuado para su vitalidad y la profusión de colores, música y detalles de la época construyen un escenario radiante para la historia. Pero, más allá de eso, enlaza la idea sobre la cualidad del tiempo — del que trascurre, de la madurez emocional — como algo más amplio, profundo y consciente.

En Shantaram, los términos medios son escenarios entre los que los personajes se trasladan a través de sus propias preguntas y tentaciones. A la vez, una ventana hacia la belleza, la tristeza y la desolación. Todo en una experiencia vital tan bien narrada como visualmente poderosa.

Shantaram

La luz y la sombra en Shantaram

Una vez en Bombay, la vida de Lin se convierte en un recorrido a través de lugares inéditos de un país desconocido, pero también de sí mismo. El contrapeso ideal es Khader Khan (Alexander Siddig), un criminal con el que Lin crea una extraña relación de contraste. Si el aprendizaje del nuevo mundo que le rodea es necesario, el mejor guía es este jefe criminal que conoce los parajes más tenebrosos de Bombay. 

Pero, a la vez, también lo más luminoso de una ciudad poderosa. Con una habilidad casi cinematográfica, la cámara sigue a sus personajes a través de callejones sucios y, también, paisajes de ensueño. Todo en medio de la sensación de que Lin comprende el sentido de la vida por primera vez. 

Al otro extremo se encuentra Prabhu (Shubham Saraf), el símbolo de la amistad para Lin y, quizás, el rostro más amable del país que le acoge. Es la relación entre ambos lo que permite comprender la forma en que Lin asimila la transformación moral y emocional que sufre. A la vez, el tránsito profundo, elegante y bien construido hacia una revelación introspectiva que se muestra con lentitud. Todo, bajo un escenario cambiante y tan radiante que resulta desconcertante en toda su belleza. 

Una mirada nueva a un mundo desconocido

El director Bharat Nalluri convierte a cada giro argumental de la serie en un recorrido formidable a través de varias capas de significado. Ya sea sobre la vida, la búsqueda de objetivo personal o únicamente el asombro hacia lo desconocido, Shantaram es sólida en su sentido de viaje iniciático. Pero, a la vez, es sensible y está bien construida acerca de los pasos trascendentales que pueden cambiar una vida para siempre. 

Si el libro Shantaram despertó el asombro por su amabilidad e inteligencia para dialogar con la evolución moral, su adaptación va un paso más allá. Encuentra el lugar de luces y sombras que permite al argumento explorar sobre el motivo por el cual la búsqueda espiritual comienza por la maravilla. Un concepto curioso que la producción aborda con profunda elegancia y una conmovedora mirada sobre la vida y sus impredecibles giros. 

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