Los muy cuestionados demonólogos Ed y Lorraine Warren insistían en que se necesitan “apenas 28 días” para romper el velo “del mundo de los espíritus”. La afirmación nacía, como no, de su larga y vasta experiencia en situaciones semejantes. Pero, por si eso no fuera suficiente, insistían en la posibilidad de que los fenómenos de índole inexplicable obedecieran un orden interno verificable. Toda esta extraña idea sostiene a la docuserie 28 días paranormales de Joe Berlinger para Netflix.
Lo que podía ser un recorrido por lo extraño, lo singular y lo temible, termina por ser un gran chiste de humor negro involuntario. Berlinger reconstruye paso a paso supuestas experiencias al borde de la percepción de lo real y trata de encontrar una explicación consistente para ellas.
¿Los medios? La tecnología y una serie de supuestos datos medibles, que se convierten en una especie de combinación desigual entre la crónica visual y un espectáculo morboso. Además, como si se tratara de un añadido artificial, es el yerno de la icónica pareja investigadora de fenómenos sobrenaturales quien acompaña la experiencia.
¿Qué es lo sobrenatural? La pregunta se repite con más frecuencia de lo conveniente en 28 días paranormales. Ocho participantes en el proceso tratarán de responderla, pero desde el “día 1”, que señala el primer capítulo, es obvio que no lo lograrán. Este intento de reality show decae de inmediato en medio de un mar de inconsistencias cada vez más tediosas.
En especial, porque todo lo que engloba — desde el concepto de lo desconocido al miedo convertido en objeto de estudio — es de una ambición considerable. Pero 28 días paranormales, con seis cortos episodios, apenas roza la superficie de la idea. Mucho menos, logra analizarla más allá de un espectáculo barato, mal construido y, la mayoría de las veces, casi autoparódico.
28 días paranormales
Como una versión de ínfima calidad de la serie Cazadores de Fantasmas, del investigador Grant Wilson, 28 días paranormales intenta descifrar el mundo de lo invisible. Lo hace con una aparente puesta en escena naturista, en la que mezcla la búsqueda de indicios con cierta escenografía de lo tenebroso. No obstante, sus intentos son tan obvios como para ser una colección desordenada de puntos comunes con otras producciones. La oscuridad de ventanas cerradas o sitios destruidos con sonidos amplificados. La constante insistencia de los participantes "en percibir que algo ocurre" e, incluso, los usuales trucos de grabar con cámaras de espectro sensible la oscuridad. Todos los clichés de la curiosidad por lo paranormal están incluidos en la serie. Lo que hace inevitable preguntarse si Belinger se cuestiona la credulidad y la capacidad colectiva para el miedo antes que algo más.
Entre el miedo y el humor de 28 días paranormales
Belinger, responsable de diversos documentales, incluyendo las populares — y superficiales— entregas de Conversaciones con asesinos, tiene experiencia en ficcionar la realidad. De hecho, varios de sus mejores trucos — como la cámara subjetiva y las escenas dramatizadas — intentan brindar cierto orden a 28 días paranormales.
Pero, a pesar de sus intenciones, la serie no avanza más allá de explorar la posibilidad de que lo terrorífico pueda ser una experiencia. A medio camino entre lo que parece un humor cruel sobre la credulidad humana y algo más elaborado acerca de qué produce temor, 28 días paranormales decae por su torpeza.
Belinger, que desea demostrar que algunos lugares pueden contener lo maligno, lo extraño y lo inexplicable, lleva la experiencia al terreno de la hipótesis científica. Lo cual hace que deba usar pequeños trucos de efectos para lograr una atmósfera que resulta, cuanto menos, incómoda.
Todos los clichés del mundo de los espíritus
Como una versión de ínfima calidad de la serie Cazadores de Fantasmas, del investigador Grant Wilson, 28 días paranormales intenta descifrar el mundo de lo invisible. Lo hace con una aparente puesta en escena naturista, en la que mezcla la búsqueda de indicios con cierta escenografía de lo tenebroso. No obstante, sus intentos son tan obvios como para ser una colección desordenada de puntos comunes con otras producciones que manejan tópicos parecidos.
La oscuridad de ventanas cerradas o sitios destruidos con sonidos amplificados. La constante insistencia de los participantes “en percibir que algo ocurre” e, incluso, los usuales trucos de grabar con cámaras de espectro sensible la oscuridad. Todos los clichés de la curiosidad por lo paranormal están incluidos en 28 días paranormales. Lo que hace inevitable preguntarse si Belinger, en realidad, no se cuestiona la credulidad y la capacidad colectiva para el miedo antes que algo más.
La mera sugerencia de un experimento social resulta mucho más interesante que la serie en sí. Tal vez, por eso, el recorrido por entre habitaciones polvorientas, pasillos estrechos repletos de basura y parajes solitarios tenga algo de cínico. Belinger, acostumbrado a exponer la naturaleza humana en todas sus miserias, intenta un juego casi grotesco acerca de lo que nos aterroriza.
28 días paranormales, nada nuevo que mostrar
Pero, sin las herramientas adecuadas, esa sugerencia al fondo de 28 días paranormales se desploma en medio de una blanda puesta en escena. Para sus capítulos finales, la serie mezcla la urgencia de dejar un mensaje — incluso uno vago y sin forma — con terminar con cierta dignidad la experiencia.
No lo logra y es esa sensación de ser una producción incompleta y básica el elemento más pobre en 28 días paranormales. Un experimento fallido que pudo ser, al menos, una mirada distinta sobre el miedo de haber sido ejecutada con mayor habilidad.