Corrupción. Violencia. Desnudos. Disparos. Drogas. Santo, una de las nuevas series de Netflix, ofrece todo eso a través de un drama que alterna conflictos personales y la espectacularidad de algunas escenas de acción. Ernesto Cardona, interpretado por Bruno Gagliasso, y el Detective Millán, encarnado por Raúl Arévalo, protagonizan un relato ambientado entre Madrid y Brasil con la búsqueda de un narcotraficante como punto en común.

En Santo parecen agruparse muchas de las leyendas y hechos reales asociados con el narcotráfico. Desde individuos que cambian su cara hasta las redes que tejen en los cuerpos policiales o el resultado que sufren quienes se integran en esos mundos y luego intentan salir. La serie de seis capítulos no funciona, en ese sentido, como Narcos; pero hace bastantes guiños en relación a sucesos reales. 

Conviene aclarar un aspecto en relación con la comparación. Narcos toma referencias para componer un relato ficcionado con un fondo documental notorio. Ese marco no es tan evidente en Santo. ¿Esto es un problema para la serie? No, a menos que el espectador esté yendo a este relato con esa intención. Sin necesidad de ese marco, sus personajes logran componer una trama de tensiones interesante. 

Netflix y el riesgo de los estigmas

Las producciones sobre narcotráfico se están convirtiendo en una suerte de subgénero dentro del drama y la acción. Puede que el fenómeno fundacional haya sido Narcos, al menos dentro de Netflix. A partir de esta obra, ese universo repleto de sangre y drogas alcanzó un público masivo, se convirtió en una suerte de referencia pop. Entonces, desde una perspectiva comercial y de contenido, ¿por qué no insistir en esa dirección?

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Santo puede venir desde ese interés. Un público cautivo en relación con historias en las que el drama, la violencia explícita y el narcotráfico dialoguen de forma constante. El riesgo que se corre en el intento es el de saturar ese espacio, ofrecer propuestas que no tengan un valor diferencial, más allá del entretenimiento, y estigmatizar los espacios en los que se desarrollan. No es causalidad que una de las localizaciones sea Brasil, otro país latinoamericano marcado por la desigualdad, el narcotráfico y la sangre sobre las calles.

Basada en ese país, la serie Santo también explora el perfil religioso de la cultura brasileña y el paisaje de las favelas. Su villano, Santo, encabeza una banda de narcotráfico con intereses tribales. Sus pasos no son solo por venganza, el liderazgo en zonas o debido a la gestión de una crisis; también avanzan sobre un relato que escapa al plano en el que se encuentra la droga. Mientras tanto, el detective Millán juega con fuego. 

Santo

Tres personajes están marcados por una misma figura en esta serie, Santo, narcotraficante sobre el que se habla como un ser que está más allá del bien y del mal, hasta posicionarse como una figura religiosa. Mientras tanto, dos policías, desde sus veredas, intentan desmontar su sistema, corriendo el riesgo de perderse en esa búsqueda. Cinco capítulos interesantes, orientados a seguir expandiendo un universo narrativo dentro de Netflix, el de la historia que tienen a las drogas y las armas como caminos hacia distintos relatos.

Puntuación: 3 de 5.

Santo y las dos caras de la moneda

Ernesto Cardona se adentra en un caso con la intención de resolverlo, aun cuando esto le puede costar la vida. En ese intento, fallos o conflictos de intereses lo dejan expuesto ante el cartel. La serie de Netflix hace un esfuerzo por construir al personaje desde ese lugar, aunque pueda resultar confuso entre los saltos temporales y los pulsos presentes en el relato. Cardona se encuentra un en contexto en el que no puede confiar en nadie. Yendo y viniendo entre momentos, Santo cuenta cómo se adentró en ese mundo y, también, su interés por los espíritus. 

Si la serie desea servir como una suerte de ensayo cultural o antropológico, puede que funcione. Durante los tramos en los que el relato se asienta en Brasil, todo cuanto describe luce verosímil, con el respaldo de un buen trabajo fotográfico y actuaciones convincentes. En oposición, cuando se narra desde Madrid, el detective Millán deja más dudas. A caballo entre dos mundos, el legal y el delictivo, su vida poco a poco se desintegra. Ambos personajes son perseguidos por su pasado y la sombra de una figura sobre la que se habla como un Dios: “¿No lo sientes?”, es uno de los diálogos más repetidos por Bárbara, interpretada por Victória Guerra.

El pendiente de los saltos temporales

A ratos, el rol de Bárbara parece ser el de femme fatale. Mientras la historia de los otros dos ejes del relato es contada con tiempo y detalle, la suya (y la de Susi, en la piel de
Greta Fernández) es una a la que habría convenido dejarle más tiempo en pantalla. La actriz no solo convence, sino que seduce al espectador, a la vez que se intenta discernir qué ocurre con ella, por qué esa fe, por qué esa relación con algo prohibido. Hasta que, como en los otros casos, se revela que un hecho del pasado la hundió en las entrañas de ese universo con Dios propio. 

Santo es una serie que, entre el narcotráfico, la sexualidad y la religión, tiende a dispersarse; quizá por un tema de edición y el abuso en los saltos temporales. Ese último recurso, en ocasiones, enturbia la historia que desea contar: cómo, movidos por distintos intereses y traumas, unos y otros son parte de un pulso de poder que va más allá de ellos. Puede que por las alteraciones previas el desenlace resulte confuso, debilitando la historia que quiere contar, quizá por querer abarcar demasiados aspectos en ese viaje, incluyendo guiños al terror que permite descubrir que, tras la fachada de la droga, se encuentra una secta. La serie puede verse completa en Netflix desde este 16 de septiembre de 2022. 

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