Samaritan (ya disponible en Prime Video) es elocuente en sus intenciones. Su protagonista es un héroe íntegro. Durante los primeros diez minutos de la película, queda claro que el mayor interés del guion de Bragi F Schut es la bondad. La que se sostiene sobre los ideales o, en el caso del misterioso Joe (Sylvester Stallone), en una discreta percepción del deber. Para el argumento, hacer lo correcto, está más relacionada con la conciencia que con el compromiso casi irracional del héroe.
Lo cual, permite que la premisa sea más innovadora de lo que parece. El director Julius Avery se aleja de manera intencional de todo el cine de género de superhéroes hasta la fecha y comienza algo nuevo. En todo caso, lo intenta con ahínco y el resultado es, en su mayor parte, sólido e inteligente.
En particular, en medio de un escenario que tiende a lo realista y que muestra a un mundo en que los hombres de capacidades excepcionales son parte de la historia. Pero, no al nivel de celebridades bienintencionadas como en el Universo Cinematográfico de Marvel. Tampoco, villanos burlones tal y como los muestra The Boys o los semidioses de DC. En Samaritan, son criaturas de carne y hueso, con errores y batallas privadas. Lo que cambia el tono de la película por completo.
Samaritan
Samaritan no ofrece respuestas sencillas y esa es una de sus mayores fortalezas. Mucho más, cuando su sutileza en mostrar lo que podría ser un superhéroe en un mundo corrompido, pesimista y oscuro es meticulosa. El director logra plantear en menos de veinte minutos grandes preguntas acerca de la responsabilidad de los poderosos.
Un mundo real, con problemas reales y en medio de la oscuridad
El largometraje es una recreación de una realidad cínica y pesimista, en la que la desesperanza invade el futuro. El titular, Samaritan, es un superhombre convertido en leyenda que murió —o eso se supone— al intentar evitar que su hermano gemelo Némesis destrozara a su natal ciudad Granito. El héroe y su exacta contraparte, tenían los mismos poderes, capacidades e insistían en sus respectivos ideales.
Pero, cada uno pugnaba en sentido contrario. Incluso, hay un cierto discurso político en el motivo por el que los grandes hombres con poderes luchan. ¿Qué hacía que Samaritan tratara de mantener el orden en la ciudad? ¿Se trataba de su punto de vista sobre la moral o solamente la defensa de lo establecido? ¿A qué se enfrentaba Némesis? ¿A esa línea entre ricos y pobres en un escenario similar?
Samaritan no ofrece respuestas simples y esa es una de sus mayores fortalezas. Mucho más, en su manera de mostrar lo que podría ser un superhéroe en un mundo corrupto, pesimista y oscuro. El director logra plantear en menos de veinte minutos grandes preguntas acerca de la responsabilidad de los poderosos. También, de las argucias de los juicios morales para justificar el mal. En medio de ideas tan dispares y sólidas, la producción encuentra un relato inteligente acerca de las proezas silenciosas.
Una ciudad con cicatrices que curar y un misterio que resolver
Ciudad Granito se recupera de sus heridas. Como una Gotham destartalada, todavía recuerda la última gran batalla entre su principal defensor y el villano al que se enfrentaba. Pero si una lucha semejante es parte del imaginario clásico de las tramas de superhéroes, Avery brinda al contexto una sensibilidad sorprendente. No es solo el choque que ocurrió entre dos fuerzas idénticas. En realidad, se relata la pérdida de los ideales que sostenían tanto a uno como al otro.
La urbe lo sufre. Con un aspecto en ruinas, las calles convertidas en pequeños campos de enfrentamiento criminal y una estética sucia, el mundo imaginado por Samaritan, es consistente. Tanto como para ser creíble que una vez, dos hombres en trajes metálicos fueron sus principales símbolos de poder. La muerte de ambos, profundiza en la certeza que ya no hay nada que perder. Ciudad Granito lo sabe y trata de sobreponerse, sin lograrlo del todo. El film insiste en un punto: hubo un tiempo de esplendor y se recuerda con melancolía y miedo.
Samaritan lo deja claro cuando Sam (Javon Walton) comienza una investigación. El adolescente, obsesionado con las viejas glorias de los caídos, es el único que cree la historia trágica de la ciudad no está del todo clara. Al menos, que se encuentra incompleta ¿Qué sucedería si el superhéroe estuviese vivo?
Después de todo, el largo rastro de su cruel hermano Némesis todavía forma parte de la cultura callejera. Su recuerdo tiene adoradores, admiradores e incluso, las bandas de criminales de la ciudad le imitan. El líder de todas ellas, Cyrus (Pilou Asbæk), sostiene una especie de culto a la memoria del villano. ¿En realidad, se trataba de la personificación de la maldad? Pronto, Sam descubre que la verdad —realidad— tiene muchas capas.
El guion no intenta justificar el motivo por el que el joven está convencido que el héroe sobrevivió. Pero es evidente que es una forma de esperanza. El personaje de Sam tiene la curiosa cualidad de reflejar a Ciudad Granito: es tan frágil como fuerte. Parte de una generación que creció a las sombras de relatos sobre hombres que batallaban como dioses míticos. Sin embargo, la verdad es concreta. No eran dioses o demonios. Eran seres humanos de fortaleza superior, pero no por ello, menos complejos que el resto.
Las grandes figuras que se esconden a la sombra
Joe (Sylvester Stallone) interpreta algo más que un misterio a resolver. El inesperado encuentro con Sam le convierte en una especie de bienhechor agotado. Sorprende los matices y la inteligencia con que el actor representa a un hombre con un duro pasado a cuestas y el desencanto a futuro.
En especial, cuando no es la única figura enigmática con impermeable y singular superfuerza en el cine de los últimos diez años. Las comparaciones con El Protegido de M. Night Shyamalan son inevitables. Pero si Bruce Willis hizo énfasis en el dolor de un secreto sin explicaciones, Stallone crea un personaje totalmente humano, lleno de matices.
Este ser poderoso que a la vez, es un sobreviviente cansado, Joe tiene mucho de Rocky Balboa. Con su vulnerabilidad oculta bajo una coraza áspera de hombre que intenta conservar la dignidad, Stallone logra conmover. Específicamente, cuando Sam descubre el secreto obvio que le define. Más allá de eso, la forma en que el intérprete analiza la soledad, la exclusión y al final, el deber inexcusable sorprende por su sensibilidad.
Joe no es un héroe a ciegas. Es uno que sabe lo que perdió y lo que podría, aún, enfrentar. A su vez, es ese camino desordenado y agotado, lo que hace más creíble al personaje de Stallone. Todavía víctima de una batalla de titanes que perdió, atraviesa el camino por decisión voluntaria. “No todos somos héroes, casi nadie lo es. Pero sí, todos sabemos cuándo hay que hacer el bien” dice Joe a Sam. Lo hace, con una convicción firme, resuelta, sin grandes espavientos. Para este titán de la calle —o el que fue uno— las cosas son evidentes. Haces lo que debes. Como puedes y siempre que sea necesario.
Samaritan: el buen cine de superhéroes es posible
Para el tercer tramo de la película, una nueva confrontación está a punto de ocurrir y la ciudad, salta como testigo. Irracional, poderosa, no es solo contexto, sino un personaje por sí mismo. Para entonces, Samaritan quizás perdió su buen pulso de universo particular que mostró en buena parte de su argumento. También hizo algo más: demostró que el género de superhéroes puede ser renovado.
La mayoría de las figuras superpoderosas del cine están vinculadas a un propósito borroso y poco explicado. Defienden al inocente porque tienen la capacidad para hacerlo. Sin embargo, ¿Qué ocurre si el sentido del objetivo fuera más humano? Más mundano, mucho más relacionado con las decisiones intelectuales y morales del héroe, Samaritan toma una arriesgada decisión.
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Su héroe es parte de la historia de la calle. Es un hombre que debe sostener sobre su fortaleza —espiritual y física— la condición de una ciudad dividida por su historia. Es esa premisa, lo que permite al film recorrer lugares de enorme interés en medio de una narración limpia, sencilla y honesta. La producción es pequeña en sus ambiciones, pero enorme en su credibilidad. Probablemente, lo que la hace ser tan profunda, bien planteada y al final, conmovedora.