En Invitación al infierno, Evie (Nathalie Emmanuel) no sabe a dónde pertenece. Después de la muerte de su madre, perdió el norte y su sentido de la identidad. En la confusión, descubre que su historia familiar es más complicada de lo que parece y que no es tan sencilla como un misterio separado por kilómetros de distancia. De la misma forma que otros tantos personajes en películas de horror, decide emprender una búsqueda de la respuesta a ese enigma a su alrededor.
La premisa es la reinvención más reciente de la habitual historia gótica. Lo es, incluso, al plantear a su heroína como una extraña entre iguales. Además, de agregar cierto comentario político sobre su personaje femenino. Evie no es una víctima y no está destinada a serlo. En realidad, tiene toda la intención de comprender su historia, a pesar de que eso parece tener un precio.
Una heroína a solas con sus temores
Evie es estadounidense y deberá viajar a la sofisticada Europa en busca de algún rastro de su familia. Pero incluso, en esa versión contemporánea de la posible víctima al acecho del monstruo, hay dobles lecturas. El viaje no es solo físico, también es emocional. El personaje se enfrenta a las sombras —propias y externas— pero le llevará tiempo adentrarse en ellas y su significado.
Mucho más cuando, lo que le aguarda al otro lado del Atlántico, es un tipo de amenaza vieja y retorcida. La película plantea la idea sobre lo terrorífico desde lo inminente. Todos los indicios apuntan a lo imposible y lo increíble, lo que emparenta a Invitación al infierno, con la Noche del Espanto de Tom Holland. Ambas comparten el hilo de lo monstruoso en el corazólo cotidiano.
Pero el clásico de vampiros de los ochenta creaba la noción de la existencia del monstruo desde lo cómico. La producción de Thompson lo hace desde la amenaza. Evie está en peligro y es uno real, potencialmente mortal. Aún peor: podría no solo morir, sino atravesar un tipo de oscuridad definitiva de la que no podrá volver.
Invitación al infierno
Invitación al infierno tiene una estética preciosista y bien construida que trabaja en su atmósfera de forma paulatina. Lo logra a través del uso de la luz y la sombra, la atención a los detalles y una fastuosa mirada a la arquitectura. Una vez que su personaje abandona Norteamérica, el mundo a su alrededor se convierte en una visión del lujo. La Europa que retrata la directora tiene cierto aire lánguido y nostálgico. Pero también, un marcado carácter ominoso. Algo ocurrirá a no tardar, parece sugerir las largas tomas que observan calles vacías o salones de clásica decoración.
Castillos, neblinas y rostros pálidos en medio del miedo
Invitación al Infierno tiene una estética preciosista y bien construida que trabaja en su atmósfera de forma paulatina. Lo logra a través del empleo de la luz y la sombra, la atención a los detalles y una fastuosa mirada a la arquitectura. Una vez que Evie abandona Norteamérica, el mundo a su alrededor se convierte en una visión del lujo. La Europa que retrata la directora tiene cierto aire lánguido y nostálgico. Pero también, un marcado carácter ominoso. Algo ocurrirá a no tardar, parece proponer las largas tomas que observan calles vacías o salones de clásica decoración.
Una circunstancia peligrosa y sin duda, sobrenatural, aguarda al personaje. Uno de los elementos más altos del largometraje, es que de la misma forma que premisas como Relic: herencia maldita de Natalie Erika James, la atmósfera lo es todo. Se construye paso a paso, como si la directora austríaca quisiera expresar el paso de Evie de la luz a una oscuridad perpetua.
Las secuencias en Invitación al infierno se alargan en silencios plácidos que se vuelven incómodos. En observadores fortuitos que podrían ser solo paranoia del personaje. ¿Lo son? Pero el argumento no es obvio en la dirección al que se dirige, de modo que se toma el tiempo en crear tensión.
Invitación al infierno es una revisión al género de vampiros que toma decisiones correctas
Evie, que no tiene una idea clara de lo que encontrará en la historia de su madre, descubre que está más aislada que nunca. Marginada de origen y después, por una discreción misteriosa de parientes desconocidos, se encamina a un núcleo de amenaza. Para llegar ahí, tendrá que atravesar una profunda connotación sobre la pérdida. A medida que se adentra en el continente, la joven que fue en Estados Unidos desaparece.
Cuando Evie recibe la invitación de un pariente desconocido, el ritmo del argumento de Invitación al infierno se acelera. Hasta entonces, la huérfana confusa, vaga de un lado a otro en busca de respuestas. Pero solo es en Inglaterra en que la película toma mayor cuerpo y su construcción como relato de género, se hace más obvio.
Es curioso como Thompson utiliza pequeños detalles para anunciar el peligro. Uno de los puntos más altos de Invitación al infierno es tener claro que su herencia es la del cine gótico. El homenaje está en todas las secuencias y se lleva a cabo, con un diestro empleo de los símbolos visuales. Evie, de pie en una encrucijada de la ciudad, parece aguardar el peligro. Es así y a no tardar, el guion mostrará sus secretos.
La cámara recorre a Londres con el aire de maravilla del que descubre la belleza. Pero al centro de los señoriales edificios y después, un enigmático castillo, aguarda una vieja amenaza. Tan desconocida como imprevisible. Al final, un depredador a punto de saltar sobre una víctima desprevenida.
Los vampiros vuelven a la pantalla del cine con elegancia y buen gusto
Para cuando los monstruos aparecen por primera vez, Invitación al infierno perdió buena parte de su aire contenido. Su tercer tramo es el más flojo y hacia la conclusión, cuando Evie debe luchar contra el peligro, el más previsible. Quizás se deba a que, en contraste, la película mantuvo su densidad visual y narrativa por el suficiente tiempo para asombrar. Al perder ambas cosas, se convierte en una imagen simple de lo que pudo ser. Con todo, se atreve a varias decisiones audaces que permiten al guion todavía guardar algunas sorpresas.
En especial, se agradece que profundice en el tema sobre el monstruo de forma contemporánea. Muestra a los vampiros como depredadores sofisticados, pero a la vez, criaturas con cierta sensibilidad tenebrosa. La combinación permite que la mitología asociada al monstruo se hace más rica. No por ello blanda, edulcorada o el mejor de los casos, romántica. Las criaturas que habitan en la premisa de Invitación al infierno desean matar. Lo harán, con un brillante retrato del hambre, el deseo y la violencia.
La concepción resulta más inteligente, menos obvia y elegante que otras tantas de data reciente. Más cercana a Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch y con obvias referencias a Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola), Invitación al infierno pondera sobre la inocencia. También, como la oscuridad es parte de una percepción de lo que el ser humano puede ser. Evie podría ser tanto una Mina Murray posmoderna como una curiosa versión de Jonathan Harker. Entre una y otra cosa, el largometraje encuentra su equilibrio y dota a su personaje de una curiosa fortaleza.
El final previsible rompe por completo el bien sostenido equilibrio del guion. Pero a pesar de sus últimas escenas mediocres, Invitación al infierno continúa siendo una gran evolución en la forma de contemplar el horror. Una sofisticada adición al género que, seguramente, encontrará un buen lugar en la larga mitología del siempre creciente cine que homenajea a los vampiros.