La investigación científica no es sencilla. Ni rápida. Muchas veces requiere del trabajo de varias generaciones de científicos para llegar a una conclusión. Cada generación encuentra unas piezas y, finalmente, los más afortunados logran completar el puzzle. Y luego ese conocimiento, esos descubrimientos científicos, pasan a nosotros a través de los medios, de un libro divulgativo, de un documental que viste en televisión o de lo que te enseñaron en la escuela.
Hay una gran cantidad de afirmaciones sobre el mundo que nos rodea que damos por sentadas porque las hemos aprendido. Y forman parte del saber popular. Son esa parte de la ciencia que todo el mundo debería conocer aunque no sea científica ni le interese la ciencia. Pero desconocemos de dónde vienen esos conocimientos. El origen del universo, que la Tierra no es uniforme y, en su lugar, la forman unas placas en constante movimiento, que no todas las personas tienen la misma sangre o que después de Neptuno hay un planeta llamado Plutón (y enano desde 2006).
En ocasiones, pensamos que estos y otros descubrimientos científicos han estado ahí siempre. Que si los aprendimos en la escuela es porque se conocen desde hace siglos. Pero te sorprenderías de lo recientes que son algunos de los hallazgo que la ciencia nos ha dado y que hoy compartimos en el saber colectivo. Aquí van algunos de ellos.
La teoría del Big Bang
El origen del universo ha intrigado al ser humano desde siempre. En gran parte, porque explicar cómo empezó el universo implica conocer de dónde venimos nosotros, los seres humanos. Algo que intentaron explicar primero los mitos, luego las religiones y la filosofía, y en adelante la ciencia. Precisamente, la teoría del Big Bang es uno de esos descubrimientos científicos que todos sabemos, o deberíamos saber. En especial porque hubo una comedia de televisión titulada así y que tuvo mucho éxito durante sus doce años de vida.
Pues bien. Aunque el origen del universo está al principio de nuestra línea temporal, saber cómo fue es algo bastante reciente, un descubrimiento científico de que no se aceptó entre la comunidad científica hasta 1965. Es más, no fue hasta 1929 que Edwin Hubble confirmó la teoría de 1927 de Georges Lemaître sobre la expansión del universo.
Curiosamente, el nombre de la teoría que ha llegado al gran público, Big Bang, se lo puso el astrofísico inglés Fred Hoyle de manera peyorativa, ya que no creía que esa teoría fuera válida. Él era más partidario de la teoría del estado estacionario, que fue elaborada en la década de 1930 por James Jeans.
¿Cuántos años tiene la Tierra?
Junto al universo, lo que más nos preocupa, o nos debería preocupar, a los humanos es la Tierra. Ese planeta que habitamos y para el que no tenemos sustituto. O si los tenemos, no contamos con la tecnología necesaria para viajar a ellos. El caso es que como la Tierra siempre ha estado ahí para nosotros, no es fácil saber qué edad tiene. Pero los científicos han intentado datar su antigüedad durante mucho tiempo. Y lo curioso del caso es que no es hasta 1953 que tuvimos la respuesta a esa pregunta: la edad de la Tierra.
Después de miles de conjeturas a lo largo de la historia, a finales de 1940, la tecnología de radiometría permitió datar la edad de la Tierra. La respuesta fue que tenía 3.300 millones de años. Pero, claro, esa cifra chocaba con todo lo anterior, así que tenían que asegurarse de que la cifra era correcta. A mediados de 1950, el geoquímico estadounidense Clair Patterson logró calcular la edad de la Tierra con un espectrógrafo de masas y obtuvo la cifra de 4.550 millones de años. Eso sí, con un margen de error de tan sólo 70 millones de años.
El descubrimiento de Plutón
En la escuela, tarde o temprano toca aprenderse el nombre de los planetas del sistema solar. Esos que acompañan a la Tierra y que giran alrededor del Sol. Los nombres suelen ser Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. Luego vienen Urano, Neptuno y Plutón. Precisamente, estos tres últimos fueron descubiertos más adelante. Es más, quienes estudiaron los planetas en la escuela antes de 1930, no sabían de la existencia de Plutón. Y mucho hemos avanzado desde entonces.
El que ahora es conocido como planeta enano, tras su reclasificación de 2006, fue descubierto en 1930 por el astrónomo estadounidense Clyde Tombaugh en el Observatorio Lowell de Arizona. Por su tamaño, en un principió se creyó que había sido un satélite de Neptuno que había dejado de serlo para ser un planeta, pero esta teoría se rechazó en 1970. El planeta X fue bautizado como Plutón, el dios romano del inframundo, a propuesta de una estudiante universitaria, Venetia Burney.
Y como el nombre se hizo muy popular, Walt Disney lo usó para llamar así a su personaje Pluto. Como anécdota, con el paso de los años hay quien ha mezclado ambas historias y considera que el perro de dibujos animados inspiró el nombre del planeta y no al revés.
Los grupos sanguíneos
La sangre ha sido un tema importante en la historia de la humanidad. Desde siempre hemos sabido que si nos hacíamos una herida, sangrábamos. Pero saber que la sangre estaba ahí no ha sido sinónimo de entender para qué sirve, qué contiene y cómo funciona. De ahí el uso y abuso de las sangrías empleadas para, teóricamente, sanar a los enfermos.
Las transfusiones de sangre fueron un gran descubrimiento científico. Si alguien sangraba podía morir si no recuperaba un mínimo de sangre en su cuerpo. De manera natural, el ser humano necesita tiempo para reponer la sangre perdida. Con una transfusión, se resuelve el problema. Pero las primeras transfusiones no siempre funcionaban. ¿El motivo? No toda la sangre era igual.
La primera transfusión sanguínea está ubicada en 1492. Pero era un proceso que no garantizaba que el paciente sobreviviera. Tuvo que llegar Karl Landsteiner para poner algo de luz en este misterio. ¿Por qué algunos pacientes morían y otros no? Ya en 1875, el fisiólogo alemán Leonard Landois había comprobado que las transfusiones de sangre entre humanos y animales o entre diferentes personas no daban buenos resultados. Los glóbulos rojos reaccionaban mal.
En 1909, el fisiólogo austríaco Karl Landsteiner identificó cuatro grandes grupos sanguíneos en la sangre humana. Los que hoy conocemos como A, B, AB y 0, nomenclatura que se estandarizó en 1928. Este descubrimiento científico le reportó el Premio Nobel de Medicina en 1930. Pero no fue hasta la década de 1950 que se extendió la aceptación de esta clasificación para la realización de transfusiones.
Los gérmenes
Es aceptado por todo el mundo que cuando enfermamos, en ocasiones la causa está en unos seres que no vemos a simple vista. Vamos, que estamos rodeados de criaturas microscópicas, dentro y fuera de nuestro organismo. Algunas nos ayudan y otras nos hacen enfermar. Pero aunque nos parece algo natural saber esto, durante siglos, el ser humano no tenía ni idea. Se había teorizado en varias ocasiones, pero no era aceptado por la sociedad hasta hace relativamente poco.
Hasta 1846, era común que médicos y enfermeras no se lavasen las manos entre paciente y paciente. De ahí que muchos contrajeran infecciones y acabasen muriendo de algo que, en ocasiones, ni siquiera traían de casa. Algo que ahora nos parece de sentido común. Pero a partir de 1846, el médico húngaro Ignaz Semmelweis introdujo esta práctica en la maternidad del Hospital General de Viena. El resultado es que bajó la tasa de mortalidad.
Pero no fue hasta la llegada de Louis Pasteur, que entre sus muchos descubrimientos científicos, destaca el hallazgo de los gérmenes en 1866. Hallazgo que empezó en 1854 cuando inició sus estudios sobre la fermentación de la cerveza y el vino. Sólo visibles con un microscopio, los gérmenes causaban desde meras molestias hasta enfermedades mortales.
Los virus
El concepto de gérmenes engloba a toda una fauna microscópica. Como las bacterias y los virus. Precisamente, estos últimos, los virus, se descubrieron en 1892. Pero no los vimos por primera vez en una fotografía hasta 1940 gracias a un microscopio electrónico. Es más. En 1796, el médico británico Edward Jenner desarrolló la primera vacuna contra una enfermedad causada por un virus, la viruela. Pero sin saber que la causa era un virus. En 1885, por ejemplo, Pasteur creó la vacuna contra la rabia. Pero tampoco sabía que la causa era viral.
Los virus fueron difíciles de descubrir. No fue hasta 1901 en Cuba que el médico Carlos Finlay descubrió el virus que causaba la fiebre amarilla. Y que lo transmitía un mosquito. Hasta entonces se había logrado determinar varias enfermedades causadas por un patógeno desconocido. Finalmente, en 1931 se inventa el microscopio electrónico. En 1935, el bioquímico y virólogo estadounidense Wendell Meredith cristaliza el virus TMV. Descubrimiento científico que le reportará el Nobel de Química en 1946.
Como dato curioso, en los últimos 120 años se han descubierto más de 200 virus que afectan a los humanos. Entre tres y cuatro especies nuevas cada año. Algunos son mortales, pero otros son inocuos.
Los dinosaurios
Los dinosaurios siempre han enamorado a pequeños y mayores. Su tamaño, sus formas… Los hay para todos los gustos. Y cada nuevo descubrimiento amplía el catálogo de especies con una diversidad impresionante. Pero, claro, como poblaron la Tierra hace tantos millones de años, es fácil que nos pasaran desapercibidos durante tanto tiempo. Hay un meme en internet que lo explica bien. ¿Sabías que George Washington (1732 - 1799), el primer presidente de Estados Unidos, murió sin conocer la existencia de los dinosaurios?
El motivo es que la palabra “dinosaurio” no se creó hasta 1841. Los primeros huesos descubiertos en Reino Unido y Estados Unidos de estas gigantescas criaturas fueron desenterrados precisamente en el siglo XIX. Pero al principio no se sabía muy bien qué eran. El geólogo William Buckland llamó en 1824 a unos de estos restos con el nombre de megalosaurio. Palabra formada por dos palabras griegas: mega (grande) y saurio (lagarto).
Para no alargar mucho la explicación, el naturalista y paleontólogo inglés Sir Richard Owen, publicó en 1841 un catálogo con sus observaciones de lo que había descubierto y desenterrado durante esos años. Y aprovechó para darles un nombre común: dinosaurios. Palabra formada por dos palabras griegas: deinos (horrible, fiero) y saurio (lagarto).
Las placas tectónicas
El sentido común nos hace pensar que la Tierra está formada por una masa de tierra o roca sobre la que se asientan montañas, valles, islas, continentes, etc. Pero esa masa no es continua. En realidad, es un puzle de piezas que se rozan unas con otras y que se mueven. No a la velocidad con que nos movemos nosotros. Ni a la velocidad con que crecen las plantas. Este descubrimiento científico que muchos hemos aprendido en la escuela, no es algo que aprendieran nuestros abuelos. Ni tan siquiera algunos de nuestros padres. Y es que el hallazgo de que la Tierra está formada por placas tectónicas, es algo que viene de la década de 1960.
Las placas tectónicas, sus movimientos y sus interacciones explican el porqué de los continentes, de las montañas y de fenómenos como los terremotos o las erupciones volcánicas. En definitiva, que la Tierra como tal no ha sido siempre así y que sus cambios geológicos se han ido gestando durante millones de años.
Si bien hubo pioneros en el siglo XIX que pusieron las bases para la teoría de la tectónica de placas, no fue hasta 1960 y 1970 que esta teoría se pudo plasmar por escrito uniendo todas las piezas anteriores. Por ejemplo, en 1915, el explorador polar y meteorólogo alemán Alfred Wegener propuso la idea de deriva continental. Es decir, que los continentes no estaban fijos sobre la Tierra. Después de la Segunda Guerra Mundial, tecnologías como los submarinos y los radares ayudan a conocer más el fondo marino y así descubrir qué había debajo de los continentes.
Y en 1967, Dan McKenzie y Robert Parker publicaron en la revista Nature el descubrimiento científico colectivo que se había gestado durante décadas. El título del artículo era: “The North Pacific: An Example of Tectonics on a Sphere”. Traducido como “El Pacífico Norte: un ejemplo de tectónicas en una esfera”. La teoría fue ampliamente aceptada por la comunidad científica.