Hace unos años, Netflix era mi principal fuente de contenido. También, la más confiable y la de mayor calidad. La mayoría de las veces era el único servicio de suscripción que ofrecía estupendas opciones con una revisión rápida de su catálogo. O en cualquier caso, cuya colección de estrenos de series y películas era atractiva por el mero hecho de resultar original. En especial en verano. Durante los días más calurosos era la vía rápida para pasar el rato. Era un entretenimiento, además, con un precio razonable. Ahora, mi sueño de verano con Netflix ha terminado hecho pedazos.

Antes de la gran guerra de los servicios por suscripción online, Netflix era un gigante indiscutible. Y lo era porque ofrecía las condiciones ideales para que la plataforma se convirtiera en algo más que un servicio de contenido clasificado. Eran los años en que House of Cards deslumbró por su argumento elaborado y elegante, además de actuaciones de primera línea. O en los que historias como The Orange is the new black lograron sorprender por su originalidad y madurez. Fue la época de Sense8, experimento de las hermanas Wachowski que demostraron los alcances de las plataformas streaming. Sin reglas o limitaciones, las creadoras de The Matrix imaginaron un universo alternativo tan poderoso como inolvidable. 

También Netflix fue el primer servicio en cambiar los hábitos de consumo de contenido televisivo cuando eso parecía impensable. La novedad de tener acceso a las temporadas completas en un solo día deslumbró. A la vez, transformó la forma en que los suscriptores comprendíamos la experiencia de disfrutar de un programa. Todavía no se usaba el término “maratón” para definir un hábito que ya hoy forma parte de la cultura popular. Pero el hecho de decidir cómo, cuándo y de qué forma explorar nuestras historias favoritas, tuvo un peso significado sobre la fidelidad a Netflix. Mientras las grandes cableras se afanaban por crear producciones capaces de captar publico por semanas y meses, la plataforma tomó el riesgo de crear un evento único. Y tuvo éxito al hacerlo. Tanto que mis veranos estaban asegurados.

Para cuando Stranger Things, el contenido más exitoso de Netflix y su serie más emblemática, llegó a la plataforma era algo más que una novedad. Era la posibilidad de disfrutar de producciones de altísima factura, calidad y producción por un precio más que razonable. Una pantalla televisiva a gran escala que abarcaba el mundo entero y además, se nutría de la experiencia en conjunto. Con un éxito arrollador, Netflix se transformó en algo más que una opción. Pasó a ser una forma de consumo de producciones a gran escala, una productora por derecho propio y al final, un músculo notable en una nueva forma de entretenimiento. 

Un largo e irregular camino hacia ¿el éxito? de Netflix

A principio del 2015, Netflix se reinventó. Y comenzó a recorrer el trayecto de las producciones originales. Al principio, se trató de un recorrido entre el ensayo y el error. El 3 de septiembre de ese año, se estrenó la primera producción cinematográfica original de plataforma. Beast of no Nation sorprendió por su sensibilidad y argumento elaborado. Se trató de la primera autofinanciada por el servicio y también la que se atuvo a criterios de calidad cinematográficos de alto calibre. 

Ya antes, la serie House of Cards, había demostrado la sostenibilidad de un sistema de negocios por completo distinto al Hollywoodense. Netflix, que no dependía de taquilla, distribución o marketing, podía darse el lujo de enfocar sus presupuestos netamente en la producción. Y de hecho, la posibilidad de dar cabida a proyectos rechazados por estudios y productoras permitió al servicio avanzar con rapidez en una dirección nueva. Cinco años después de la película de Fukunaga, ya el catálogo de Netflix era algo más que una curiosidad. En realidad, era una combinación de la consideración de la obra sin presiones de costo redituable inmediato. También la puerta abierta para diversas creaciones con marcado tono autoral y estilístico. 

En el 2017, Netflix decidió dar su paso más osado hasta la fecha y presentar a Okja de Bong Joon-ho, en el festival de Cannes de ese año. El film sorprendió, cautivó y causó un revuelo complicado en el tradicional evento, que terminó por un cambio de reglas constitutivas. La novedad de una película que solo se había transmitido en su versión online, irritó y desafió al festival. El hecho de que Netflix fuera una plataforma de suscripción preocupó y demostró que algo ocurría en el sistema de estudios norteamericano. Para Netflix, fue la tentativa de comprender el recorrido de su forma de hacer cine por nuevos lugares. 

En el mismo año, se estrenó Ícaro. Se trató de un diálogo esencial con el cine independiente que deslumbró a las audiencias y superó la traba de Netflix solo como plataforma de entretenimiento. Mudbound abarcó terrenos más íntimos y mucho más poderosos en lo emocional. Finalmente, The Meyerowitz Stories, también del 2017, demostró que había la posibilidad de crear cine de autor con sello Netflix. 

En el 2018, Vida privada dejó claro que el lenguaje cinematográfico que auspiciaba Netflix buscaba la posibilidad de la innovación. Al otro lado del viento de Orson Welles fue recuperado por un grupo de cineastas y convertido en un curioso experimento visual. Incluso había lugar para rarezas de autor en el más puro estilo del cine independiente. Shirkers, la película robada de Sandi Tan, debutó como una exploración al arte cinematográfico en estado puro.

Netflix brindó la oportunidad a Alfonso Cuarón para crear una épica en blanco y negro que preocupó a otros estudios. En el 2018, Roma se convirtió en una sorpresa en la temporada de premios. Con el León de Oro en el Festival de Venecia y tres Oscars de la Academia de Hollywood, la película se convirtió en un hito. Pero también en la demostración de la capacidad de Netflix para ser la productora ideal para cineastas en busca de libertad creativa y un abultado presupuesto. Un año después, El irlandés de Martin Scorsese demostró que Netflix no tenía reparos en presupuestos multimillonarios. Siempre y en cuando, la repercusión inmediata fuera reconocimiento y publicidad expedita. 

Para los años siguientes, la fórmula se mantuvo. Historia de un matrimonio asombró y se convirtió en la favorita del camino al Oscar. Después, Estoy pensando en dejarlo y el Poder del Perro mostraron la posibilidad de un cine adulto y autoral. A pesar de sus errores de planteamiento y forma, Netflix insistía en ser un lugar de encuentro con el cine. Una productora sin límites y casa de films que, de otra forma, jamás podrían haberse filmado. 

Pero entonces, Netflix debió enfrentarse a lo impensable. Una guerra total entre plataformas que le obligó a tomar decisiones inmediatas. Y a menudo equivocadas, para vencer el avance del resto de las plataformas de suscripción. 

El inevitable declive de una marca y fin de las maratones de verano

Con la llegada de la pandemia, Netflix disfrutó del repunte más inmediato de su servicio en años. Con buena parte de la población mundial recluida en el ámbito doméstico, el streaming tomó el lugar del cine en varias maneras distintas. No solo en la experiencia, sino también, en la preferencia. Pero mientras Netflix se convertía en la opción natural, el resto de los servicios de suscripción inició una ofensiva que deslumbró al mercado ávido de opciones. Y que empujó a Netflix a decisiones cuestionables para mantener su sitial de honor.

HBO Max se convertió en la vitrina de producciones destinadas al cine, toda una novedad que deslumbró al público en cuarentena. Por otro lado, Disney+ hizo gala de sus marcas más famosas a un precio accesible. Netflix se vio despojado de su mercado cautivo. También de la exclusividad de sus opciones. En un giro simbólico, la plataforma perdió la que fue su serie insigne por años. Friends, convertida en un producto de consumo masivo, abandonó el catálogo Netflix y comenzó a formar parte del de su rival, HBO Max. Un campanazo que dejó claro que la guerra de las licencias — quién podría transmitir qué — era más complicado de lo que podía suponerse. 

La proliferación mundial de los servicios de suscripción dinamitó el sistema de negocios de Netflix

La proliferación mundial de los servicios de suscripción dinamitó el sistema de negocios de Netflix. Tanto como para que su primera reacción a principios del 2021, fuera comenzar a rellenar su catálogo con todo tipo de producciones mediocres. Desde películas de ínfima calidad, producciones locales de cuestionable argumento hasta experimentos fallidos. Durante los primeros meses del año más duro de la pandemia, Netflix redobló su oferta de catálogo. Pero la mayor cantidad de programas disponibles, no sostuvo la calidad. Series sin mayor trascendencia, producciones originales con grandes rostros de Hollywood y guiones mediocres. Poco a poco, Netflix se enfrentó a un hecho impensable cinco años atrás: tener que vencer en el negocio que había ayudado a crear. 

En el 2022, Netflix atraviesa la mayor de sus crisis. El año comenzó con una perdida apreciable de suscriptores. También con despidos masivos, cierre de departamento y cancelaciones de series. Por ahora, la plataforma parece estar consciente de su contenido mediocre y parece avanzar en regresar a sus inicios. Pero mientras eso ocurre, algo es inevitable. El catálogo de Netflix se ha convertido en una combinación soporífera de producciones de bajísima calidad que decepciona por su falta de imaginación y solidez. 

¿Podemos esperar los suscriptores algo distinto a futuro? Al menos, por ahora, la plataforma parece más interesada en lidiar con sus problemas financieros que con la calidad de su contenido. De modo que es probable, que por unos años, la plataforma sea solo el lugar que acumula producciones de segunda categoría en buena cantidad. Un sombra débil de las robustas producciones de antaño.