En una entrevista para American Cinematographer, Steven Spielberg contó que la primera vez que imaginó el film E.T. El Extraterrestre fue en una imagen corta. No tenía claro cuál sería el aspecto de la criatura, aunque ya tenía algunos bocetos gracias a Encuentros en la tercera fase. Pero sí que sería amigo de un niño pequeño. Y que ambos “harían lo imposible”. Que juntos tomarían una bicicleta — ese símbolo de la juventud tan norteamericano — para volar. “Volar, eso fue lo primero que vi”, contó Spielberg, de esa primera gran visión sobre la que se convertiría en su película más famosa. “Ambos se elevarían del suelo y para escapar del peligro, pedaleando con fuerza”.
La escena, por supuesto, se convirtió en uno de los fotogramas más reconocibles del cine. También en el sello de la propia casa productora de Spielberg, Amblin. Pero más allá de eso, en el símbolo de toda una nueva forma de asumir el cine de ciencia ficción. De ejecutar algo más poderoso que la simple idea para una obra cinematográfica. “Quería mostrar que todos podemos conmovernos”, contó para Variety. “Y que el bien, no es exclusivo del género humano”. E.T. El Extraterrestre es una mirada a la niñez, un film ajeno al cinismo interesado en conmover a través de lo asombroso. Spielberg, que se había hecho un nombre con Tiburón y tuvo su primer fracaso con 1941, intentó con la historia de un visitante espacial algo nuevo.
E.T. El Extraterrestre era un cuento de hadas moderno. Construido como una profunda alegoría sobre las diferencias y sobre la amistad incondicional. Spielberg creó una aventura fantástica y sencilla, pero también profundamente significativa. Una metáfora sobre los pequeños dolores de la infancia, el misterio, el dolor y las grandes aventuras de la niñez. Un mérito que le permitió reconstruir la manera como se asume el cine de aventuras, la fantasía y la cercanía emocional. En especial, cuando a principios de los 80, la ciencia ficción todavía se consideraba un género menor. Y uno que tenía poca relación con la idea sobre un tipo de cine destinado a sorprender y a conectar en varias maneras con el público.
Volar en bicicleta, un refugiado espacial y la belleza de la inocencia
E.T. El Extraterrestre fue un proyecto modesto, mucho más pequeño y personal que cualquier otro del director. Convertido ya en uno de las figuras más representativas de un Hollywood en plena revolución, Spielberg quería innovar. Y su historia acerca de una criatura espacial que se refugia en la casa de un grupo de niños era la quintaesencia de la inocencia. Pero también fue su historia más personal. La que resumió sus inquietudes y la maravilla que sentía con respecto a la capacidad del cine para dialogar con la emoción.
“Todos estamos inspirados. Me inspiro todo el tiempo, pero mis inspiraciones (reales) son la suma de todas mis partes. Y todas mis partes comenzaron en 1947, cuando nací en Cincinnati, Ohio. Acumulé el polvo o el polen de mi experiencia hasta E.T.”, contó para American Cinematographer. “Imaginé que habría hecho yo y mi grupo de amigos con un extraterrestre”. Para la ocasión, Spielberg desdeñó la idea del asombro tecnológico o el peligro. “E.T. es un niño que encuentra niños. Es una criatura bondadosa que encuentra una pandilla de bienhechores”.
Tal vez por ese motivo, E.T. El Extraterrestre perdura, se asume como parte de la cultura popular. El film traduce la necesidad de asumir lo emocional como parte de una dimensión irracional, pero insustituible de la mente colectiva. Pero también, es una fantasía a gran escala, un sueño imposible de generaciones. “Mis padres imaginaban monstruos en el bosque, yo imaginé a un extraterrestre”, contó Spielberg. Para el director, que ya había llevado a la curiosidad por los misterios del espacio a la apoteosis, volver a lo pequeño fue desconcertante. “Con Encuentros en la tercera fase todo era formidable”, explicó. “Pero con E.T. El Extraterrestre todo era pequeño. Todo era diminuto, un secreto”.
Spielberg trabajó con un equipo que imaginó los suburbios de su infancia como un escenario destartalado y entrañable. También con un elenco de niños que debía encarnar la ternura de una época ajena al miedo. Henry Thomas fue escogido para interpretar a Elliot, el protector del titular E.T. por su “alegría”. Pero fue la selección de una jovencísima Drew Barrymore la que dio con el tono exacto de la obra. “Ella no sabía que no era real”, dijo Spielberg refiriéndose a E.T., “de modo que, su miedo y amor, eran genuinos”.
La primera toma que se filmó fue el encuentro de Gertie (Barrymore) con E.T. en el armario. Y ese grito, los ojos muy abiertos, la absoluta ingenuidad de la escena, se convirtieron en esenciales para comprender el impacto de la película. “Sentí un escalofrío al ver la secuencia entera, porque supe que creábamos historia”, dijo Allen Daviau, director de cinematografía del el film
Érase una vez, E.T. El Extraterrestre en busca de un hogar
E.T. El Extraterrestre es un juego de espejos cultural el que se refleja esa inocencia esencial, una épica diminuta que conmovió en un fenómeno sin precedentes. No se trata solo de que Spielberg construyese una fábula moderna con su propio símbolos y mitología. También elaboró un manifiesto de ideas puras, esenciales, dentro de una época cinematográfica aún sin definición. Spielberg, junto con George Lucas, supo recrear esa perspectiva de un nuevo mundo aún por construir y lo dotó de una belleza extraordinaria. De una emoción que aún se mantiene intacta a cuatro décadas de su estreno.
Se trata de una película con una experiencia emocional. Lo es desde las primeras escenas: un juego magistral de sombras y luces en medio de una percepción de la fantasía inquietante. Y también en su final, en la que la ternura se convierte en un medio de comunicación y lenguaje. E.T. El Extraterrestre es una película de personajes, que conserva una frescura indudable en su planteamiento sobre la profundidad de los sentimientos más sencillos.
Para Spielberg, la niñez no solo es símbolo de pureza, sino también de una idea mucho más elaborada. Esa audacia de la aventura, un riesgo emocional tan extraordinario como espontáneo. Un discurso que se mantiene a pesar del transcurrir del tiempo y el posible desgaste del discurso visual. En otras palabras, Spielberg analiza las nociones sobre los argumentos que sostienen sus ideas, lo que conmueve y lo que emociona. Lo hace desde la perspectiva del asombro, de esa mirada infantil que se plantea desde el descubrimiento. Que lo hace inolvidable y puro.
E.T. El Extraterrestre se convirtió en un icono de un tipo de cine pequeño, íntimo y quizás, una de las obras de autor de ciencia ficción más conocidas. También, en parte de la historia del cine. Entre ambas cosas, la película es una celebración a la bondad y a la sustancia del cine como espectáculo espiritual. Sin duda, su gran legado para el futuro.