En Todo a la vez en todas partes, de Daniel Kwan y Daniel Scheinert, el multiverso es real. Pero no en forma de una teoría, un temor, un anuncio o incluso una insinuación. En realidad, en este magnífico caos el tiempo se desdobla, se multiplica y se compone para crear no una, sino docenas de realidades alternas. Se extiende como un espiral en todas direcciones en fragmentos de historias, que componen un arriesgado y triunfal fractal de géneros. 

Si el viaje en el tiempo se ha convertido en un tropo habitual en los últimos años — en especial, gracias a Marvel — el cine tiene problemas para deconstruirlo. Pero este film, ajeno a cualquier convención, no solo llega en su magnífica promesa, sino muestra cómo en realidad el cine puede concebir la realidad. Todo a la vez en todas partes es consciente que el multiverso todavía es — o era — una palabra. De modo, que el dúo de directores se propuso a crear un viaje visual y narrativo en que la multiplicidad del tiempo podría ser real. Hacerlo además al concebir la película como un escenario en que pueden ocurrir cientos de situaciones distintas. Avanzar, ser brillante y potente. 

Por supuesto, en sus momentos más salvajes, la película roza la posibilidad de ser incomprensible o al menos, incoherente. Va y viene a través del propósito heróico — otra vez, se debe salvar el mundo — pero la atención del guion no es el héroe. Es en realidad, la cuestión sobre el tiempo que se rompe en cientos de trozos que debe unificarse y reunificarse. Todo a la vez en todas partes es consciente que compite con franquicias gigantescas.

O en el mejor de los casos, con propuestas establecidas que exploran el tiempo con cuidado. De modo que recorre el extremo contrario. Todo a la vez en todas partes no necesita contextualizar de inmediato para ser creíble. Tampoco elaborar un sentido del tiempo y una caja de reglas para funcionar. Para los directores  — que se conocen en el mundo del cine como Daniels —  el hecho es básico. Si el multiverso es real, ¿qué podríamos hacer por él? ¿cómo recorrerlo? 

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Satisfecha y respondidas las preguntas, Todo a la vez en todas partes comienza su viaje hacia un infinito de posibilidad. Y lo que es mejor, añade un grueso sustento de metafísica, pseudo ciencia y filosofía. Pero no lo hace para justificar su premisa — no lo necesita — sino para hacerla más robusta, más firme y fluida. Para su segundo tramo, el film debe permitir al tiempo avanzar y construir su guion hacia un torbellino de giros argumentales. Y es entonces cuando encuentra su punto central. Una centrífuga en la que Michelle Yeoh es el centro glorioso de una historia que se desliza en los bordes de la realidad. En la que el tiempo se subvierte y la sustancia misma de lo cinematográfico, se desafía. 

Todo a la vez en todas partes, lo que el tiempo pide, el tiempo tiene

Por supuesto, como en toda buena premisa, se necesita un gran héroe. Y Michelle Yeoh no solo lo es, sino que además plantea la percepción del héroe moral. Lo hace en cientos de escenarios, momentos, situaciones y narraciones distintas. Mientras avanza, con firmeza a través de temas en apariencia tradicionales como el amor, la exclusión y los vínculos que nos unen a los que amamos. Pero esta gran universalidad es un plano útil para analizar el tema del transcurrir de la historia y dejar a la trama fluir. Yoeh, más de una vez, actúa como punto de referencia en medio de un universo que se deconstruye a su alrededor. 

Su Evelyn Wang es un personaje en apariencia sencillo que de pronto, resulta tener tantas capas como el multiverso que recorrerá. En medio de su trabajo humilde, como emigrante y esposa, también lidiar con la sexualidad de su hija e incluso, preguntas sobre el futuro. Los primeros minutos de Todo a la vez en todas partes no dejan claro hacia dónde se dirigen la película. Y esa cualidad de narración que transita el estrato de lo cotidiano para luego saltar a un estrato cósmico, deslumbra. Porque una vez que Evelyn comienza a recorrer todas las posibilidades, todos los hechos, todos los tiempos, será punto de timón hacia el futuro. ¿O quizás el pasado? La ruptura temporal en Todo a la vez en todas partes es extrema, divertida, algunas veces confusa. 

Pero allí en donde El Doctor Strange en el Multiverso de la Locura de Sam Raimi falla, la película logra profundizar y remediar blanduras. El multiverso tiene la misma potencia de la realidad mundana de Evelyn y la consistencia del poder — místico — que amenaza su existencia. La cualidad del viaje entre realidades es real, en la medida que se antepone a la cualquier percepción sobre la lógica. Pero a medida que el argumento avanza, es mucho más evidente y notorio que el film va en busca de un objetivo ambicioso y sofisticado. Comprender que la sustancia de la realidad — ¿cinematográfica? — es mucho más amplia, consistente y extraña de lo que podría suponerse. 

Viajar por la realidad es al final, un viaje hacia el corazón 

Todo a la vez en todas partes es más ambiciosa de lo que sus recursos le permiten. En algunos puntos, es evidente que Daniels tuvo el atrevimiento, el arrojo y el pulso firme que se echa de menos en otras propuestas. Pero no siempre el guion les acompaña. Con todo, el espectáculo visual es tan enorme que sus pequeños fallos lucen insignificantes en comparación. Mientras los escenarios van cambiando, los tropos y temas lo hacen también. 

Y el dúo de directores encuentra como enlazar a Everlyn con sus dolores familiares con una misión extraordinaria. Una que va más allá de ser sólo un hilo conductor, el rostro visible de una colección de excéntricas historias. O solo incluso, el poder detrás de la lucha entre el bien y el mal. En realidad, es el corazón de la película y esa es su mayor fortaleza. Una de tantas, en mitad de un escenario en que la realidad termina por resultar irrelevante en favor de la percepción del futuro. Probablemente, lo que a hará Todo a la vez en todas partes parte de la historia del cine.