En una de las escenas más emblemáticas de la ciencia ficción contemporánea, Sarah Connor (Linda Hamilton) mira aterrorizada hacia un pasillo en sombras. Una hombre alto de rostro granítico se acerca a ella con paso firme. Ella retrocede, los ojos muy abiertos por el pánico. La figura se detiene y en medio de las sombras, le extiende la mano enguantada. “Ven conmigo si quieres vivir”, dice el robot T- 800 de Arnold Schwarzenegger. La cámara retrocede un poco para mostrar a Sarah, que de pronto se encuentra en un punto incierto. Una sobreviviente que no sabe necesita la ayuda de una máquina. Y el rostro de una de las grandes películas de acción futurista de nuestra época. Terminator 2: el juicio final de James Cameron, que el 15 de mayo abandona Netflix, es un experimento perdurable en el cine de género. Uno que se sostiene sobre su capacidad para parecer innovador incluso en la actualidad.

Con su aire de épica a gran escala en medio de efectos especiales de punta, la película de Cameron todavía sorprende. Pero más allá de eso, deslumbra por su capacidad de enlazar la idea de una historia distópica con un historia con tintes emocionales. Una combinación que permitió a Cameron reinventar uno de sus éxitos más conocidos a un nuevo nivel. 

Cuando James Cameron planteó hacer una secuela de su éxito de 1984 Terminator, hubo incredulidad y algunas dudas. Después de todo, la película original se convirtió en un éxito imprevisible y un revival de la ciencia ficción con aire urbano. Pero el fenómeno parecía lejano para llevar a cabo el proyecto que el director planteó desde sus dificultades. No solo era una película costosa — lo efectos visuales que planteaba Cameron eran casi impensables para la época — , sino una continuación casi innecesaria. 

O al menos, eso pensaron productores y ejecutivos. Más tarde, el director contaría que vencer la incredulidad de los estudios, fue más arduo que la filmación de la película. Y de hecho, casi todo lo que rodea a Terminator 2: el juicio final parece obra de la tenacidad de Cameron. De su propósito de crear algo inesperado, novedoso y sorprendente. También y como suele ser habitual, de su considerable ambición.

Una película que se convirtió en un hito del cine

Ya en 1984, Cameron demostró ser capaz de lidiar con dificultades de todo tipo para llevar a cabo proyectos que en apariencia resultaban inviables. Terminator fue la conclusión de una serie de experimentos más o menos exitosos, que al final se convirtieron en una propuesta asombrosa. El director tenía la idea de filmar lo que después llamaría “la película definitiva sobre Robots”. Hubo rumores que el guión fue obra de la envidia de Cameron por el éxito y la complejidad del argumento de la saga Star Wars de George Lucas. Algo que rodeó el mito del film como parte de un fenómeno mucho más grande incluso antes de su estreno.

Años después, Cameron explicaría que Terminator 2: el juicio final fue una combinación de economía de recursos visuales y narrativos. A propósito de los treinta años de la película, explicó para Variety que tenía el presupuesto justo para crear el mundo que había imaginado y que extenderse en el origen de sus protagonistas, era un gasto que no podía permitirse. De modo que jugó lo que llamó “la carta Kafka”, lo que equivale a decir que apeló a la credulidad de los espectadores desde la primera visión sobre este relato de un mundo preapocalíptico en el que se jugaría el futuro a largo plazo de la especie humana.

Terminator 2: el juicio final, una película que implicaba ampliar un universo apenas esbozado en una película de bajo presupuesto de una década atrás. Pero Cameron se tomó el atrevimiento de no sólo hacerlo, sino establecer una mitología que todavía resulta actual. Si su historia distópica sobre un futuro arrasado por una guerra nuclear y en manos de inteligencia artificial sorprendió, su inmediata continuación fue un reto.

“Kafka no explica cómo Gregorio Samsa se transformó en un insecto, sólo dice que ocurrió”, explicó en la entrevista “y al hacerlo establece las reglas para que el espectador pueda seguirlas con facilidad. En mi caso, quería dejar claro que esta era una historia complicada que no necesitaba mayores detalles, sino que aceptaras lo poco que pudiera decirte sobre ella”. Y el truco resultó tan bien como para convertirse en una poderosa visión sobre el mundo del cine.

Terminator 2: el juicio final es la travesía de un director ambicioso. O mejor dicho, la historia de cómo Cameron convirtió un guion de serie B en un clásico del cine de ciencia ficción. Y además, hizo historia en el mundo del cine.

Porque la película se enfrentó a la incredulidad de los estudios. También al hecho de la indiferencia del público. Para Cameron era de considerable interés el hecho que su premisa sobre un futuro que podía cambiar por una pirueta temporal continuara siendo vigente. 

El miedo a una devastación nuclear seguía siendo parte de la memoria colectiva. Pero la década de los noventa, la tensión de la era Reagan sobre una confrontación colosal inminente había desaparecido. ¿Qué podría mostrar Cameron para apuntar la percepción de urgencia de su premisa? La respuesta, fue el hecho de un mesías prometido. Uno que Terminator era una excusa argumental, pero que Terminator 2: el juicio final sería punto motor de la acción. Una versión sobre un héroe en formación, una relación singular entre el humano y la máquina y también, la concepción del bien y del mal contemporáneo. El John Connor adolescente interpretado por Edward Furlong no estaba interesado en ser un héroe ni creía que lo sería. Pero Cameron dotó a su personaje de una integridad esencial que lo hizo creíble.

Lo mismo, la evolución de Sarah Connor, de víctima en desgracia a una super presencia dispuesta a empuñar cualquier arma para salvar a su hijo y al futuro. El personaje tomó el testigo de la estoica Ellen Ripley de Sigourney Weaver y convirtió a la nueva heroína femenina en algo más. Se trataba de un héroe de acción, pero también una mujer rota y una madre obsesionada. Todo bajo la sombra de una historia de amor malograda que Cameron tomó como hilo conductor de la historia. Terminator 2: el juicio final es mucho más que una secuela. Es una elucubración sobre ideales y determinaciones a futuro. Todo eso, alrededor de un espectáculo visual que todavía sorprende por su vigencia. 

Terminator 2: el juicio final: una apuesta a futuro

Terminator 2

El proyecto para una secuela inmediata de Terminator pasó una buena cantidad tiempo en el nada deseable limbo de los procesos inconclusos. Sería en el año 1990 cuando finalmente el productor Andrew Vajna daría luz verde al proyecto. ¿La salvedad? Que debería estrenarse el año siguiente. Cameron aceptó de inmediato a pesar de tener el tiempo en contra para un proyecto de la envergadura que imaginaba.

No obstante, el equipo del director no se amilanó. Por semanas se dedicaron en exclusiva a escribir la historia, que desde el comienzo se enfrentaba a un gigantesco obstáculo. El villano principal, interpretado por Arnold Schwarzenegger y base angular de la popularidad del film original, estaba muerto. Se trató de un reto que los guionistas solventaron desde lo obvio: narrar la historia a partir de la perspectiva de los sobrevivientes. Pero también dar un giro de tuerca que convirtió a la película en una rareza. El t- 800 de Arnold Schwarzenegger, tuvo una redención casi involuntaria. Y de objeto del terror de la premisa original, pasó a un aliado circunstancial en la segunda. 

Para el nuevo rostro de las máquinas asesinas viajeras del tiempo, se tomó el concepto de la película original, pero llevándolo al otro extremo. El T — 1000 interpretado por Robert Patrick, se convirtió en una versión muy avanzada del modelo de androide encarnado por Schwarzenegger. Por supuesto, ya era obvio que se necesitaría algún tipo de efecto especial aún por probar para encarnar lo que Cameron tenía en mente. Pero aún así, el director siguió adelante.

La labor de crear al malvado T — 1000 fue a parar a manos de la empresa Industrial Light and Magic de George Lucas. Se trataba de un reto que debía mejorar — depurar y llevar a otro nivel — lo que entonces había hecho Cameron. El ejemplo más cercano, era su película The Abyss de 1989. No obstante, la movilidad, dinámica y alcances del T — 1000, hacían que se tratara de un reto que, por momentos, pareció insuperable. Pero al final, el esfuerzo de Cameron y el de un equipo que creó tecnología digital para apuntar la historia, triunfó. Un triunfo considerable, que convirtió a Terminator 2: el juicio final en un punto alto dentro de la historia del cine de ciencia ficción. 

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