Sí, Pig es una de las rarezas cinematográficas en las que Nicolas Cage suele actuar. Pero también es una pieza de arte de autor que convierte al tropo de “hombre en busca de venganza” en un recorrido brillante a través de la soledad. No uno emocional, angustioso o filosófico. En realidad, el director Michael Sarnoski está más interesado en el aislamiento. En la paciencia brutal y en ocasiones primitiva, de un hombre con único objetivo y a la vez, una necesidad imperiosa de encontrar propósito espiritual. Todo, mientras va en busca de su cerdo favorito.
¿Parece disparatado? Podría serlo, si el guion no lograra hilvanar con habilidad los elementos del mundo interior de su personaje principal hasta hacerlos de una complejidad asombrosa. Rob (Cage) vive en una cabaña con la única compañía de un cerdo, el titular Pig. Es una convivencia cariñosa, pero Pig no es la mascota y tampoco el sustituto de sus vínculos con el mundo. El animal es un prodigioso rastreador de trufas –método de sustento de Rob– y además una especie de tótem de la salud mental del personaje. El argumento es lo suficientemente sutil como para dejar entrever que la mirada de Rob sobre Pig es complicada. Pero a la vez, que no es la típica que pudiera esperarse.
Cuando Pig es secuestrado, Rob tendrá que abandonar su aislamiento para ir en su búsqueda. Pero esta épica moderna no está en busca de la brutalidad ni va por la necesidad de hacer estallar el mundo. Si algo confunde y sorprende en Pig es desafía cualquier predicción o estructura narrativa en temas parecidos. Y que Nicolas Cage ofrece una de sus actuaciones más poderosas, a mitad de camino entre Santón y hombre en busca de la iluminación. Y por supuesto, una criatura rota por el dolor y una sorda desesperación.
Pig: los singulares sufrimientos de un solitario
Durante los últimos veinte años, Nicolas Cage ha participado en todo tipo de producciones de dudosa calidad. También recorre lo que parece ser una exploración del método de actuación que lo lleva a un nivel excéntrico y ruidoso. Pero en Pig se concentra y medita en un personaje que incomoda por su cualidad contenida. Apenas habla y cuando lo hace es para lanzar sentencias de una crudeza angustiosa. Rob no es un soldado en busca de rehabilitación, un sujeto asombroso de sorprendentes y ocultas habilidades. Es un criador de cerdos en un mundo en que eso es más importante de lo que parece.
Porque aunque la película no lo aclara, Pig fue secuestrado por una organización secreta de Chefs y cocineros a la que Rob perteneció. ¿Parece disparatado? Lo es hasta que el guion se toma el tiempo y paciencia de describir lo que es en realidad esta red de expertos extravagantes. En una Portland sucia y mostrada en retazos oscuros estilizados, el submundo es una especie de segundo plano sobre lo moral. Hay reglas, disposiciones y un curioso tipo de honor. También una codicia total a la que Rob se enfrentará para traer de vuelta a Pig.
Como si se tratara de ciertos ecos al mundo de asesinos sofisticados de John Wick, esta logia emparentada con el placer de comer tiene poder. Uno tan definitivo como para crear las conexiones que algo se mueve bajo la vida cotidiana de la ciudad. ¿O es una fantasía paranoica de Rob? ¿Una incomprensible visión sobre su aislamiento? La película no lo aclara de inmediato, pero juega con la posibilidad. Solo para después volver con la noción inquietante que Rob en realidad se enfrenta a algo mayor que él mismo. Que ese enfrentamiento puede tener consecuencias terribles y que el personaje las enfrentará como puede y con toda la habilidad a su disposición.
La épica de los bosques y los lugares inesperados
Pig es sorprendente por su cualidad de romper el ritmo y el tono del género de acción, al que no pertenece del todo. También, por envolver la idea consciente sobre el dolor, el tiempo y el aislamiento en lentas capas de humanidad que conmueven. Pero la acción está ahí, pocas escenas pero filmadas con una habilidad tal como para sorprender. Una y otra vez, la película ensamblará algo más elaborado y elocuente sobre el tiempo, la pérdida y también la memoria. Y por si eso no fuera suficiente, los filamentos que se mueven bajo la connotación del propósito.
Nicolas Cage es un actor inclasificable. Sus proyectos también lo son. Y Pig cumple el requisito de ser un fenómeno narrativo incomprensible, a la vez que una mirada sobre el cine naturista y sorprende. No hay nada que no sea sorprendente, incómodo y conmovedor en el film. Y quizás, esa huella de obra de arte en suspenso o mejor dicho, de pequeño elemento sin sentido, sea su mejor apuesta. En medio de sagas, franquicias, reboots y remakes, la noción de la brutalidad y lo humano en la película resulta refrescante. Más aún, original y poderosa a un nivel por completo novedoso que evade explicaciones sencillas.