Puede que el final de Ozark, con una cuarta parte dividida en dos partes, no deje el vacío que se siente cuando se termina un buen libro, por ejemplo; pero sí deja la certeza de que el relato alcanzó cuanto pudo, que las tramas desarrolladas cerraron en tiempo y forma, sin traicionar a la tensión que caracterizó a las tres temporadas previas. Un éxito.

Cuando Netflix presentó la primera parte de esta cuarta temporada, Ozark ya podría ser vista como un relevo natural de Breaking Bad. Bill Dubuque y Mark Williams, sus creadores, dieron con una narración que bebe de la serie mencionada, casi como un homenaje, a la vez que sabe encontrar su propio registro. La segunda parte de esta temporada final reafirma esto y se permite un final doloroso y poético, como el grueso de su relato.

Durante cuatro temporadas, Ozark guardó poco y nada en relación con violencia y tensiones éticas. Sus protagonistas, a mitad de camino entre la diplomacia y el pragmatismo, solo veían cómo la sangre ajena salpicaba sus pies, en la mayoría de casos; en otros, era la suya. Ese pulso entre sus acciones y las de otros, ese juego de equilibristas, alcanza un estadio en el que con suerte ya solo pueden defenderse a sí mismos. ¿Pero a qué costo?

Ozark y el poder

Una de las inquietudes en relación con esta segunda parte era el rol que tendría Wendy, interpretada por Laura Linney, luego de mutar a una versión más visceral. Aquella mujer tímida, insegura, derivó en una personaje actuaba como un animal herido en la mayoría de los casos; se le podía ver anticipando escenarios o reactiva ante ellos. Su fragilidad quedó como un recuerdo. 

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Su desarrollo en la segunda parte de la temporada final de Ozark es coherente con ese desarrollo, a la vez que permite al espectador sospechar que puede estar quebrándose. Hasta que se descubre que es solo otra estrategia de manipulación más. Su historia sirve para ir hacia uno de los caminos que plantea la serie de Netflix: en este relato, solo importa la efectividad al momento de conservar el poder.

Aunque se plantea como un pulso de vida o muerte, a la mayoría de los protagonistas los atraviesan sus ansias de poder, su necesidad por el control, por proteger lo que consideran suyo, todo el imperio de mentiras y sangre que han construído. Hicieron tanto para mantenerse en pie que terminaron fundiéndose por eso a que formaban, arrastrados por la bola de nieve, como podía esperarse. 

Que el desenlace pudiera ser previsible era un riesgo para Ozark; uno que asumió y del que salió con naturalidad: durante la temporada final se mantiene la tensión, la sensación de que en algún momento un suspiro puede derivar el castillo de naipes y dejar a los involucrados con las manos vacías. Pero no. Ellos, en la conclusión, se aferran a cuanto vienen haciendo, aceptando que quizá nunca puedan desprenderse de su pasado.

Marty y Ruth como reflejos de sí mismos 

Marty Byrde (Jason Bateman) y Ruth Langmore (Julia Garner) son dos caras de una misma moneda. Intentaron defender a los suyos de la adversidad y, luego, de sus propias decisiones. Ambos personajes tienen a la familia como eje de sus relatos. Sí, quieren sobrevivir, pero también procuran que en ese camino lleguen la mayoría de sus seres queridos. Byrde alcanza su cima narrativa a ejercer, aunque fuera solo por algunos momentos, como el hombre más fuerte del cártel; algo que, al ser la pieza clave de la organización, ya era.

Marty Bryde lidarando el cartel de narcotráfico en Ozark

En el caso de Ruth, esa idea se va truncando desde las temporadas previas hasta llegar sola a esta segunda parte de la temporada final de Ozark. Aunque lo intentó, con frecuencia apareció un condicionante o un factor externo que le resultaba imposible de controlar. Las escenas en las que alucina con la imagen de su primo hermano Wyatt Langmore e imagina a sus familiares acompañándola son un homenaje a su interés inicial, un guiño al espectador, a quien se le recuerda: este no es el plan que ella imaginó.

En ese viaje, Marty Bryde tiene lo que ella no: una familia. El personaje reconoce que, dentro de la espiral en la que está, Ruth es una de las víctimas colaterales de sus intereses. Aunque su desenlace particular le permite salvar sus búsquedas, dejando varias escenas en las que pierde el control, el de ella es un fracaso que resuena como si se tratara de otro miembro de su familia.

A la serie quizá podría cuestionársele que la familia protagonista no sufre mayores pérdidas. Aunque la última escena, luego de una serie de muertes, corrupción y poder, redondea la idea que atraviesa toda la temporada final: no hay manera de salir ileso (incluso siendo un espectador).

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