La quinta temporada de Elite, de Netflix, tiene el complicado objetivo de renovar una serie en la que ha ocurrido prácticamente de todo y a todos sus personajes. Y de hecho, los primeros capítulos parecen tener el evidente propósito de renovar su repertorio de intrigas. Pero bajo una premisa contradictoria: recordar todos los giros y pequeños trucos que sorprendieron y embaucaron al público en temporadas anteriores. De modo que los nuevos episodios son una mezcla de la ya conocida fórmula de un crimen (misterio) sin resolver con un culpable probable. Lo hace, además, desde un acento a la provocación que es una notoria forma de sostener el recorrido de la serie por sus puntos más altos.
Elite no olvida su condición de fenómeno. Como una de las series más vistas en español de Netflix, lleva consigo a cuestas la concepción de un público cautivo. Es notorio que hace uso de ese músculo de interés para plantear una historia sencilla, sin mayores complicaciones y que remite a sus momentos más conocidos. Pero lo que pudo ser efectivo en la cuarta temporada, resulta repetitivo e incluso agotador en la quinta. Con la acusación de Philippe (Pol Granch) y un delito que debe ser resuelto a través de diferentes versiones de un hecho, Elite vuelve a su origen. Pero no lo hace con inteligencia o ingenio, sino más bien como una especie de espectáculo morboso.
Antes, la serie había basado su efectividad en mover con cuidado las piezas de su singular colección de alumnos. Lo hacía teniendo en cuenta la capacidad de su argumento para provocar y retorcer hilos narrativos con habilidad. Pero la quinta temporada está más interesada en recrear la idea central de la serie desde sus inicios. La culpabilidad y la provocación convertidos en un juego de espejos en que cualquier personaje es, sin duda, sospechoso. El escenario es distinto, la apuesta sobre el riesgo de la historia aumenta. Pero en esencia, Elite cuenta la misma historia. Una intriga entre los privilegios, ahora con dos rostros nuevos para agregar interés al laberinto de dudas y pistas falsas.
La extraña percepción de lo nuevo y de lo viejo
Pero por supuesto, Elite también es un drama que basa su efectividad en conectar a sus personajes con un drama engañoso. Que la gran primera escena de temporada sea para Philippe, es un indicativo de la forma en que el programa busca deslumbrar. En especial, cuando hace hincapié en su ya conocido hábito de llevar a sus personajes al límite. El alumno y también príncipe es de alguna forma la encarnación de la opulencia decadente de la atmósfera del show. De modo que una acusación de violación en medio de su intento por deslumbrar a Cayetana (Georgina Amorós) es una declaración de intenciones.
Pero lo que parece un giro de tuerca complicado, termina por ser solo otro de los trucos de Elite para crear tensión. La serie no avanza demasiado a partir de esa premisa y, de hecho, su gran interés de temporada es unir cabos. ¿Cuáles? En realidad, la pregunta podría ser "¿cómo?". La habitual narración por fragmentos sobre un hecho mayor, esta vez se desdibuja en un campo minado de pequeñas fracturas narrativas.
Por supuesto, el asesinato de turno también forma parte de los primeros capítulos. Y lo hace sin que el guion varíe la idea del interrogatorio necesario, las versiones encontradas y la percepción del desastre. Si bien Elite toma decisiones correctas en cuanto a cómo elucubrar sobre sus misterios, es imposible preguntarse en cuántas ocasiones ha jugado el mismo juego. La quinta temporada, es además, el ejercicio más torpe de la fórmula del programa. La menos inteligente y lo que resulta aun más preocupante, la más confusa.
Del colegio a la cárcel
Quizás, los puntos más llamativos de la serie sean los rostros nuevos que se unen al elenco. Sofía (Valentina Zenere) hace una entrada triunfal, aunque en realidad, su historia no se desarrolla del todo. O no todo lo que sugiere su gran primera escena y las insinuaciones de devoción — ¿con dobles intenciones?— por Phillipe.
Elite de nuevo asume su visión sobre la riqueza, la influencia y las líneas retorcidas del poder, con un aire despreocupado y audaz. Pero no logra profundizar en varios de sus momentos más extraños — y lo que podrían permitir separar a la temporada del resto — sino que se limita a insinuar. Una y otra vez, hay la sensación que la historia se queda a la mitad, mal construida y peor narrada. Mucho más, cuando la serie necesita renovar su propuesta desde lo esencial y termina por duplicar sus mejores momentos.
Por otro lado, Iván (André Lamoglia) podría ser la gran bocanada de aire fresco de la temporada. En especial, porque el personaje emparenta con el mundo del deporte. Pero, de nuevo, la serie decae, deja caer algunas pistas confusas sobre la preponderancia — o no — de los rostros recién llegados en la historia. Por singular que parezca, Elite solo dedica verdadera atención y esfuerzo a los trozos mal construidos de su cuarta temporada. La desaparición de Armando (Andrés Velencoso) sigue siendo punto central y. también, lo que rodea ¿al misterio?
Para sus últimos capítulos, es evidente que Elite está obsesionada con la soledad de los niños ricos que muestra como emblema de algo más perverso. ¿Eso es suficiente para sostener a la historia? En esta ocasión, no lo es.