Corría el año 1346 cuando los tártaros-mongoles, en pleno asedio de la ciudad genovesa de Caffa, se vieron afectados por una mortal epidemia de peste negra. Deshacerse de los cadáveres para evitar que se propagara la enfermedad se convirtió en algo tan urgente como combatir al enemigo, por lo que decidieron matar dos pájaros de un tiro y cargar sus cuerpos sobre catapultas para lanzarlos hacia Caffa. Sería, por lo tanto, uno de los primeros casos de armas biológicas que se han documentado en la historia.
Aquella operación militar fue narrada por el notario italiano Gabriel de Mussis, quien además aseguró que todo esto dio lugar a la introducción de una epidemia de peste negra en otras zonas de Europa.
Con el tiempo se han realizado algunos análisis de su relato en los que se concluye que resulta coherente que se usara la enfermedad como arma biológica. Cuadra con los registros sobre ella que se hicieron con posteridad. No obstante, no están tan de acuerdo en que esto contribuyera a la expansión de la peste negra más allá de la ciudad de Caffa. Sea como sea, parece ser que las armas biológicas son bastante más antiguas de lo que podríamos llegar a pensar. Tanto como la maldad del ser humano.
Historia de las armas biológicas
Aunque posiblemente el uso de enfermedades como armas biológicas sea todavía más antiguo, los primeros registros históricos al respecto proceden aproximadamente del año 90 después de Cristo. Fue entonces cuando el senador romano Sexto Julio Frontino publicó algunos escritos en los que se describía el lanzamiento de recipientes llenos de serpientes venenosas o carne de animales en descomposición hacia las ciudades enemigas. También relató la colocación de enjambres de abejas en los túneles para que atacaran inesperadamente a los soldados.
Son los primeros casos descritos y hay pocos más que se registraran antes del asedio de Caffa. Esta ciudad, hoy conocida como Feodosia y entonces perteneciente a los genoveses, se encuentra a orillas del mar Negro, en lo que actualmente es la península de Crimea.
Los registros del siglo XIV relatan que efectivamente en 1346 tuvo lugar allí una epidemia de peste negra. Y que esta coincidió con el asedio de de los tártaros-mongoles. Lo que no está tan claro es que realmente el patógeno llegara dentro de sus muros a través de los cadáveres lanzados en catapultas. Pero lo cierto es que tiene bastante sentido. Veamos cómo se debieron suceder los acontecimientos.
La llegada más abrupta de la peste negra
Se conoce como peste negra a una gran pandemia de peste que se dio en Europa y Asia entre los años 1347 y 1353.
No está claro cuál fue la verdadera enfermedad que causó la pandemia. La hipótesis más aceptada es que se tratase de peste bubónica, aunque también hay quien cree que pudo deberse al carbunco. Ambas son patologías causadas por bacterias, la primera por Yersinia pestis y la segunda por Bacillus anthracis. Curiosamente esta última sí que se ha usado como arma biológica mucho después de lo de Caffa. Fue en 2001, cuando se enviaron en Estados Unidos algunas cartas cuyos sobres contenían esporas de dicha bacteria.
Fuese cual fuese la bacteria causante de la peste negra, lo que parece claro es que, tras varios días de asedio a Caffa, el ejército de los tártaros-mongoles comenzó a enfermar a una velocidad vertiginosa. En poco tiempo había miles de muertos acumulándose en sus filas. Si no se deshacían de los cadáveres la enfermedad seguiría avanzando hasta acabar con todos ellos. Por eso, según describe Mussis en su relato de lo sucedido, optaron por lanzarlos hacia Caffa con ayuda de catapultas.
Su objetivo era enfermarles por el olor. Pero eso no era lo más grave. Tanto la peste bubónica como el carbunco se transmiten, entre otras vías, por el contacto con las secreciones de los enfermos. Si los muertos se amontonaban en sus calles sería imposible no sucumbir a la epidemia. Además, el carbunco se transmite por el aire, a través de las esporas. Y Yersinia pestis puede transmitirse a través de las picaduras de pulgas. En esa época, y en pleno asedio, es más que posible que las calles estuviesen infestadas, por lo que la epidemia estaba servida.
Mussis relató que “un hombre infectado podría llevar el veneno a otros, e infectar a personas y lugares con la enfermedad solo con la mirada”. Lógicamente no era así, pero aún faltaban muchos años para que se supiese cómo se contagian realmente estas enfermedades. Lo único obvio era que los habitantes de Caffa estaban sucumbiendo y que la peste negra, en forma de arma biológica, había caído sobre ellos.
¿Tiene sentido todo esto?
En 2002, el microbiólogo Mark Wheelis, de la Universidad de California, publicó un artículo en el que se analizaba la situación de la epidemia de peste negra en Caffa.
En él abordaba dos posibles formas de entrada de la enfermedad. Por un lado, es posible que las ratas hubiesen llevado la bacteria desde el ejército atacante hasta ellos. Y, por otro, podría ser verdad lo descrito por Mussis. Pero lo cierto es que en un asedio, con la ciudad cerrada a cal y canto, hubiese sido complicado que las ratas saliesen de sus madrigueras y superaran todos los escollos necesarios para llegar hasta la ciudad. Lo de las catapultas, a pesar de parecer mucho más rocambolesco, tiene más sentido para Wheelis, que lo describe como uno de los primeros usos de armas biológicas registrados en la historia.
Con lo que no está tan de acuerdo es con que este ataque fuese responsable de la expansión de la peste negra más allá de Caffa. En realidad nunca lo sabremos con exactitud. Solo podemos imaginar lo trágico que debió ser para quienes vivieron el ataque. Lo triste es que las mezclas de pandemias y guerras sigan estando a la orden del día después de casi 700 años en los que el ser humano debería haber tenido tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de los actos violentos. Quizás nunca haya años suficientes para esa reflexión.