El hipo es una reacción de nuestro cuerpo tan peculiar como familiar. Prácticamente todos nos hemos enfrentado a uno o más ataques de hipo en algún momento de nuestra vida y hemos intentado las más variopintas acciones para tratar de ponerle fin. En el ámbito médico, la palabra técnica para referirse al hipo es «singulto», un término que procede del latín «singultus» y que puede significar "jadeo", "suspiro" o "sollozo".
El hipo se produce por contracciones súbitas, involuntarias y repetidas del diafragma –el músculo con forma de cúpula que separa la cavidad torácica de la abdominal– que provoca una rápida entrada de aire en los pulmones y, tras ello, su bloqueo por el cierre repentino de la glotis –un espacio localizado en la laringe, donde se sitúan las cuerdas vocales–. Todo ello desencadena el típico sonido del hipo al que estamos acostumbrados. Por razones desconocidas, el hipo afecta notablemente más a los hombres que a las mujeres.
Estas contracciones del diafragma durante el hipo están desencadenadas por la alteración (normalmente transitoria) en el funcionamiento de los nervios vagos o frénicos que controlan la contracción y relajación de este músculo o del centro respiratorio (localizado en el bulbo raquídeo, debajo del cerebro). Existen múltiples factores que aumentan el riesgo de sufrir hipo: comer en exceso, el consumo de alcohol, tabaco o bebidas con gas, cambios bruscos de la temperatura ambiental, estrés emocional, tragar aire de forma excesiva (aerofagia)…
Pero, ¿de dónde viene el hipo?
Pese a que están bien identificados los factores que favorecen la aparición del hipo, el mecanismo implicado suele ser en casi todos los casos desconocido. ¿Qué es lo que lleva a que los nervios que llegan al diafragma envíen de repente señales anómalas de forma temporal? Se trata de un misterio en casi la totalidad de los casos. Tampoco se conoce ninguna utilidad ni función necesaria del hipo en el cuerpo humano. A diferencia de otros reflejos involuntarios como la tos o el estornudo, que tienen claras funciones protectoras, parece que el hipo simplemente surge sin una razón que lo justifique.
Los ataques de hipo son, prácticamente siempre, una anécdota más en nuestra vida y suelen durar minutos. No obstante, en ocasiones el hipo puede durar semanas, meses, años o incluso casi toda la vida. El caso más extremo de hipo fue el que sufrió Charles Osborne (1894-1991), que ostenta el Récord Guinness Mundial por su larga duración: 68 años de hipo ininterrumpido, con una frecuencia media de 40 episodios por minuto.
Cuando el singulto persiste durante tanto tiempo, es probable que este sea signo de alguna enfermedad, especialmente si existen otros síntomas o signos de alarma (principalmente neurológicos) que nos indican que algo no marcha bien en el cuerpo humano. Entre las dolencias que pueden provocar raramente hipo –se han documentado cerca de un centenar– se encuentran el reflujo gastroesofágico, las neumonías, la inflamación del pericardio (pericarditis), el alcoholismo y tumores o infartos que afecten al bulbo raquídeo. Además, las cirugías abdominales o torácicas o el consumo de ciertos fármacos pueden predisponer a un ataque de hipo.
¿Existe algún método de eficacia demostrada para detener un ataque de hipo?
Los métodos caseros contra el hipo abundan en la cultura popular y en Internet. Existen multitud de técnicas que van dirigidas en la mayoría de los casos a provocar cambios en la actividad de los nervios que llegan al diafragma o a la glotis. Entre ellos encontramos contener la respiración durante 15-20 segundos o respirar en una bolsa (para aumentar la concentración de CO₂ en sangre), chupar un limón, hacer la maniobra de Heimlich, acercar las rodillas al pecho e inclinarse hacia adelante, dar un susto a la persona que padece el hipo o beber agua durante un tiempo prolongado.
Sin embargo, ningún ensayo clínico ha podido valorar la eficacia real de estos "tratamientos" y todo lo que rodea a estas maniobras son evidencias anecdóticas o, como máximo, cuentan con un muy limitado respaldo científico a partir de estudios con un número reducido de casos. La razón es sencilla: el hipo suele ser un suceso repentino y pasajero, que cesa por sí mismo pasados unos minutos. Así que resulta complicado estudiar la utilidad de los diferentes métodos de forma rigurosa precisamente por estas características. Además, en estos casos el hipo es prácticamente una curiosidad y existe poco interés médico en destinar recursos para investigar esta cuestión.
La situación es muy diferente para los hipos persistentes, que duran desde días hasta años. Ahí el singulto puede afectar seriamente a la calidad de vida. Ya sea porque dificulta o impide realizar diversos trabajos o tareas de la vida cotidiana o porque termina causando malestar psicológico (ansiedad y estrés) a la persona que lo sufre. En los casos en los que el hipo esté provocado por alguna dolencia, el tratamiento irá dirigido a tratar esta.
Sin estudios en el horizonte
En ocasiones no es posible identificar ninguna razón concreta tras un hipo que no cesa. Cuando esto ocurre, los médicos pueden recurrir a fármacos diversos como relajantes musculares, antiepilépticos, anticonvulsivantes o antipsicóticos. Si el hipo se mantuviera tras recurrir a los medicamentos anteriores, existen procedimientos más invasivos para bloquear la contracción repetitiva del diafragma: aplicar un bloqueante de la conducción nerviosa (como la procaína) en el nervio frénico para inactivarlo o implantar un dispositivo estimulador del nervio vago. En los casos más extremos, se han realizado secciones quirúrgicas de ambos nervios frénicos, un procedimiento drástico que no garantiza, aun así, la cura en todos los pacientes.
Ningún estudio científico hasta ahora ha conseguido demostrar clara eficacia de algún medicamento o intervención en particular para tratar este hipo. En el año 2013, una revisión sistemática Cochrane afirmaba lo siguiente: "Nuestra conclusión es que no hay suficiente evidencia para recomendar un tratamiento particular para el hipo. Se necesitan estudios controlados aleatorizados para identificar qué tratamientos podrían ser efectivos o dañinos para tratar el hipo persistente".