La premisa de DMZ es sencilla: Alma (Rosario Dawson) recorre una Nueva York devastada y en medio del caos. La otrora capital del mundo civilizado ha caído en medio de un conflicto sin precedentes y el personaje se encuentra atrapado en una situación impensable. Así comienza esta extraña premisa, a mitad entre la distopía y una versión sobre la realidad escalofriante. 

DMZ de HBO Max es quizás una de las mejores adaptaciones de cómic hecha hasta ahora. Y lo es por su capacidad, asombrosa y dolorosa, de combinación de la ficción con algo más urgente. Un país roto por las diferencias, arrasado hasta los cimientos por una guerra fratricida y violenta que sacude cada espacio hasta la destrucción total. 

Ya el clásico cómic del mismo nombre de Brian Wood, convertido en emblema de la desaparecida editorial Vértigo, anunciaba el horror. Pero su llegada a la multipantalla, no sólo elabora una percepción sobre un tipo de horror desconocido. También, explora las posibilidades de un futuro desgarrador, en la que las grietas de la cultura y la sociedad se han convertido en espacios de enfrentamiento. 

DMZ, las predicciones de un futuro devastado 

El escenario apocalíptico se diferencia de tantos otros por su combinación de miedo, destrucción y desolación verídica. El paisaje aterrador de un conflicto que se alza alrededor de sus personajes y dilemas desde una concepción del mal contemporáneo aterradora. ¿Qué ocurre cuando simplemente, todo lo que damos por sentado se derrumba en manos del odio?

La serie de cuatro capítulos dirigidos entre otros por Roberto Patino , Ava DuVernay y Ernest R. Dickerson es implacable y perturbadora. Con una historia que avanza con rapidez — y en algunos casos se precipita — la historia de la Segunda Guerra civil norteamericana es abrumadora. Lo es, por el hecho que el guion se sostiene sobre la posibilidad del peligro y la amenaza al sistema. También, lo que se esconde detrás de la anarquía de su caída. 

En medio de un devastación sin precedentes, el país que Alma simboliza, es el que fracasó en su esperanza de futuro. Y de la misma manera del cómic — alabado y criticado a partes iguales — DMZ reflexiona sobre el terror de lo inminente. Una sociedad al borde del abismo, la oscuridad que le espera más allá, los terrores y temores, que se sostienen sobre una percepción de un caos sin precedentes. 

DMZ, el mundo después que todo lo conocido ha desaparecido 

La serie narra la historia a través de Alma, que en medio de la evacuación apresurada, hostil y violenta de Nueva York, pierde a su hijo entre la multitud que huye. Se trata de un recurso manido y quizás usual, en dramas semejantes, pero la serie utiliza la eventualidad para narrar varios escenarios a la vez.

En especial, cuando el personaje se convierte en testigo de una conflagración que le supera. Una que además, le lleva a recorrer un país roto y al final, intentar comprenderlo. 

En primer lugar, como la primera potencia mundial llegó a caer en medio de sus propios dolores y desgarros. Al otro extremo, la brecha que creó la posibilidad de una Guerra Civil de proporciones cataclísmicas que arrasa todo a su paso. Los ideales norteamericanos han caído y con ellos, toda concepción sobre un futuro más allá de una destrucción total. 

En medio de disparos y un tipo de brutalidad que rara vez puede verse en historias semejantes, DMZ juega con el horror de lo inevitable. El país que la serie describe es en exceso parecido a los extremos del actual, a sus lugares más oscuros e inquietantes. En toda su frenética — y en algunos puntos, lamentablemente superficial — narración de las consecuencias de la discriminación y el prejuicio, DMZ aterroriza. Y lo hace al plantear un escenario que termina por ser realista sin llegar a ser creíble. ¿Se acerca el mundo tal y como lo conocemos a su ruptura total? 

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DMZ no explica todo lo que podría y para su tercer capítulo, la sensación que la serie pudo ser más profunda y explícita es inevitable. Pero quizás, este abreboca hacia la mirada hacia una posibilidad social y cultural sea suficiente para dejar claro su poder. Y también, el regusto siniestro que deja a su paso.