A pesar de su parentesco con el oso polar o el pardo, el oso panda no disfruta ni de la carne ni del pescado. Lo único que le gusta comer es bambú. Muchísimo bambú. En ciertas épocas del año puede alimentarse de los brotes, mucho más nutritivos. En otras, en cambio, no le queda más que masticar sus hojas. Y, sin embargo, siempre se mantiene a tope de proteínas y grasa.
¿Cómo puede ser que un animal que sólo come plantas esté tan gordo? Y, sobre todo, ¿cómo puede ser que se mantenga así a pesar de que su único alimento escasea en determinadas épocas del año?
Ambas preguntas, pero sobre todo la última, han sido un misterio para los científicos durante años. Sin embargo, un estudio que acaba de publicarse en Cell Reports de la mano de científicos del Instituto de Zoología de la Academia China de Ciencias da una respuesta al respecto. Y es que, al parecer, la clave está en las bacterias que viven en su intestino. La microbiota intestinal al rescate de quienes la necesiten. Como siempre.
La poco variada dieta del oso panda
Se calcula que un oso panda gigante (Ailuropoda melanoleuca) puede pasar entre 10 y 16 horas del día comiendo. Esto se debe a que generalmente solo comen bambú y, si bien es muy abundante en su hábitat, necesita comer muchísimo.
Concretamente, come unos 20 kilos al día, lo cual supone casi el 14% del peso de un panda adulto. Y come tanto por dos razones.
Por un lado, para poder abastecerse de nutrientes. Aproximadamente, 100 gramos de brote de bambú, el alimento del oso panda en temporada alta, contienen 0,30 gramos de grasa, 2,60 gramos de proteínas, 5,2 gramos de carbohidratos y 2,2 gramos de fibra. Por lo tanto, con 20 kilos estarían ingiriendo 60 gramos de grasa, 520 gramos de proteínas, algo más de un kilo de carbohidratos y 440 gramos de fibra. Pero en realidad no es eso lo que aprovechan. Aquí entra la segunda razón por la que comen tanto: el oso panda solo aprovecha un 20% del bambú que come.
Esto se debe a que, por lo visto, siguen estando más preparados para digerir carnes, como sus primos el pardo y el polar. La causa por la que no lo hacen está muy estudiada. Algunos estudios apuntan a que no saborean bien la carne, otros a que es a causa de un funcionamiento anómalo de los sistemas de recompensa. No está claro, pero el caso es que deben comer mucho bambú para abastecerse de nutrientes.
Sobre todo es importante que mantengan esa capa de grasa que los mantiene a salvo del frío y de los rasguños que se realizan con las cañas de bambú. Y para eso necesitan comer muchísimo. Pero no siempre pueden comer todo lo que les gustaría. Desde finales de primavera hasta el verano pueden comer brotes, con toda la calidad nutricional mencionada, sí. Sin embargo, pasada esta época se deben conformar con las hojas, mucho menos nutritivas. Y aun así se mantienen fuertes y con esa capa de grasa que tanto necesitan.
Bacterias para optimizar el bambú
Los autores del estudio que acaba de publicarse sospechaban que la microbiota del oso panda podría estar detrás de la optimización del bambú en los cambios de estación.
No sería la primera vez, pues se han observado cambios en diferentes épocas en las colonias de bacterias que viven en el intestino de otros animales. Por ejemplo, según explican en un comunicado, algunas especies de monos tienen una composición diferente en su microbiota entre verano, cuando se alimentan de hojas y frutos frescos, e invierno, cuando no les queda otra que comerse la corteza de los árboles. Incluso se han observado cambios en la microbiota de algunas tribus humanas recolectoras, por tener que adaptarse a los alimentos que predominan en cada momento del año.
Para saber si ocurría lo mismo con el oso panda, recogieron heces de estos animales en primavera-verano u otoño-invierno y realizaron un trasplante fecal a un grupo de ratones de laboratorio libres de gérmenes. Después, durante tres semanas, alimentaron a los roedores solo con bambú.
Pasado este tiempo, los ratones que habían recibido heces de primavera-verano ganaron significativamente más peso y tuvieron una mayor proporción de grasa en sus cuerpos, en comparación con los que recibieron heces de otoño-invierno. A pesar de haber comido exactamente lo mismo.
Solo quedaba saber qué había en esa microbiota para que se generaran unos cambios tan tangibles. Para ello procedieron a analizar las heces y encontraron que en la época de primavera-verano, cuando se alimentaban de brotes, era más rica en una bacteria llamada Clostridium butyricum. Y con el metabolismo de esta bacteria se genera una sustancia llamada butirato en la que parece estar la clave de todo, pues regula al alza la expresión de un gen del ritmo circadiano, llamado Per2,que aumenta la síntesis y el almacenamiento de lípidos. Es decir, cuando se genera butirato, se activa la lectura de los genes que llevan las instrucciones para que se almacene la grasa que llega al cuerpo.
Así, ese mayor aporte de grasas que se consigue con los brotes se almacenará para cuando lleguen las vacas flacas en otoño-invierno.
Por lo tanto, sí, puede que para el oso panda fuera más sencillo dejar el vegetarianismo. Pero, en realidad, su organismo está la mar de bien adaptado para basar su alimentación en el bambú. Ellos ponen de su parte pasando la mitad de su día comiendo y luego las bacterias del intestino hacen el resto. Un gran equipo, desde luego.