Ya es Nochebuena y, como cada Navidad, esta noche llegará Papá Noel para traernos regalos a bordo de su trineo tirado por renos. Entre ellos se encuentra Rudolf, famoso por su roja nariz. Pero no debemos olvidarnos de que es un animal mágico. No es normal que unos renos tengan la nariz roja y otros no. En cambio, lo de los ojos de reno ya es otro cantar, pues sí que cambian de color.
Pero no como la nariz de Rudolf. Todos ellos tienen ojos amarillentos en verano y azules en invierno. Ahora saca de tu mente un reno al más puro estilo de los caminantes blancos de Juego de Tronos. No se trata de eso; pues, en realidad, apenas se ve a simple vista. Es más bien algo interno que les ayuda a sobrevivir a los días eternos en verano y las noches infinitas en invierno.
Lo descubrió en 2013 el neurocientífico del University College de Londres Glen Jeffery, después de que unos colegas noruegos se empeñaran en enviarle una bolsa llena de ojos de reno. No fue un regalo agradable, pero al menos le hizo descubrir algo apasionante, que ha terminado siendo el centro de su investigación durante muchos años.
El curioso cambio de color de los ojos de reno
Algunos científicos noruegos amigos de Jeffery tenían mucha curiosidad por saber cómo pueden los renos árticos adaptarse a vivir a la intemperie con días de tres meses en verano y noches de esa misma duración en invierno.
Sospechaban que podría tener que ver con sus ojos y, dado que este neurocientífico es experto en visión animal, pensaron que era la persona idónea para investigarlo. Él opinó que la clave debía estar en el cerebro, pero ellos insistieron y finalmente acabaron enviándole una bolsa llena de ojos de reno a su laboratorio en la universidad londinense.
Los animales habían sido sacrificados por pastores Sami, un pueblo indígena de Laponia, cuyos pastores crían renos de los que se aprovecha casi todo. Por supuesto su carne. Pero también las astas y los huesos, con los que fabrican herramientas y juguetes, los tendones, que les sirven para hacer hilo, y la piel, con la que confeccionan bolsas y ropa. A los ojos de reno no les sacan partido, por lo que donaron a la ciencia una buena cantidad de ellos, separados según si los animales habían muerto en verano o en invierno.
En un principio, a simple vista, Jeffery no vio nada. Sin embargo, cuando los diseccionó le sorprendió ver que sí que había algo que los diferenciaba. Los de verano eran amarillos y los de invierno azules. Así, según explican en National Geographic, descubrió que sí valía la pena estudiar los ojos de reno y empezó una investigación junto a Karl-Arne Stokkan, de la Universidad de Tromsø, que se alargó durante 13 años.
La clave está en el interior
Si no vemos a simple vista el cambio de color de los ojos de reno es porque la parte en la que se produce dicho cambio es el tapetum lucidum, que se sitíua detrás de la retina.
Se trata de una capa espejada que refleja los haces luminosos. Así, aumenta la luz disponible para los fotorreceptores y mejora la visión en condiciones de oscuridad.
Podría decirse que da una segunda oportunidad a aquellos fotones que en otras condiciones habrían escapado sin procesar.
En la mayoría de mamíferos el tapetum es dorado, como el de los ojos de reno en verano. Por lo tanto, el cambio se produce de cara al invierno. ¿Pero por qué?
Eso es lo que necesitaban responder estos científicos; quienes, tras muchas disecciones, llegaron a una conclusión. Esta se basa en que, en un lugar oscuro, los músculos del iris se contraen para que las pupilas se dilaten y llegue más luz a los ojos. Normalmente esto ocurre durante poco tiempo. Pero para los renos son tres meses completos, durante los que esta contracción constante provoca que se bloqueen los vasos que drenan el líquido de los ojos, generando un aumento de la presión ocular.
Y esto es lo provoca los cambios en el tapetum, que tiene entre sus componentes una gran cantidad de fibras de colágeno. Cuando aumenta la presión, el líquido que además no se puede drenar se filtra a través de estas fibras, provocando que queden más empaquetadas y reflejen la luz de una forma diferente. Normalmente, con el espaciado habitual entre fibras, se refleja mayoritariamente la luz amarilla. Sin embargo, cuando se aprietan, es la de color azul la que más se refleja.
Así que ahora sabemos que en invierno, cuando más trabajo tienen, los ojos de los renos de Papá Noel son azules. Pero no olvidemos que la Navidad en el hemisferio sur es en verano. Allí, si da tiempo a bajar la dilatación de las pupilas y a que las fibras del colágeno del tapetum vuelvan a su ser, sus ojos serán amarillos. Pero, al fin y al cabo, da igual, pues si nos cruzamos con uno de los renos de Papá Noel, a simple vista no veremos diferencias en el color de sus ojos. Además, estemos donde estemos, lo realmente sorprendente habría sido cruzarnos con Papá Noel. ¿Quién sabe? Quizás esta noche. Feliz Navidad.