Si algo se lamenta de la miniserie Ana Bolena de Lynsey Miller que HBO Max acaba de incluir en su catálogo en España es su afán de provocar. O quizás, mejor dicho, que lo intente y no lo logre. O al menos, no a través de la historia de una mujer controvertida, tenaz, ambiciosa y al final, trágica. De hecho, toda la serie británica está más interesada en explotar la polémica antes que narrar una historia; esa condición hace que el argumento sea un poco menos interesante de lo que debería. En particular, cuando la apuesta de Miller es alta. O lo suficiente como para intentar un impacto directo desde las primeras escenas. 

Sí, la histórica Ana Bolena está interpretada por Jodie Turner-Smith, una actriz de ascendencia jamaicana. Más allá de la apariencia de polémica de su selección, es evidente que la directora deseaba que la raza del personaje influyera. Que permitiera a esta Ana Bolena para una nueva generación expresar la idea de la marginación, el dolor y el desarraigo.

Una Ana Bolena de piel negra es sin duda un golpe de efecto que la miniserie trata de aprovechar y capitalizar. No solo como una medida de lo visible e inmediato de la decisión que convierte a la miniserie en una búsqueda de su propia historia. También, en la capacidad de subvertir las expectativas sobre cómo narrar la historia en la actualidad. Pero además, lo hace construyendo una historia a la medida de un rasgo de la historia de Bolena que resulta sobrecogedor. 

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Esta mujer que logró obtenerlo todo a fuerza de avaricia, manipulación y destreza con el poder, está a punto de perder. A punto de desplomarse bajo la voluble personalidad de un rey cruel, y también de los enemigos que la rodean. El guion de Eve Hedderwick Turner toma las decisiones acerca del elenco para apuntalar ideas. La Bolena de Miller se está enfrentando a la corte que la deplora, a la camarilla de hombres que desean su muerte. Y también posiblemente al espectador incómodo y desconcertado por la subversión de la imagen de la historia. La miniserie intenta construir un paradigma a través de esa visión y lograr con toda su fuerza de choque, una reacción. 

Sin embargo, no lo logra. Lo que es aún peor, la polémica a marras se convierte en un peso que el argumento no soporta. Como si eso fuera suficiente, la historia — que no aporta nada novedoso a lo conocido — es una copia barata de una propuesta mayor. Ana Bolena, con todo su aire de desafío, tiene poco de contestatario. Mucho de rebelde y mucho de truco de ocasión que no resulta justo por no poseer las herramientas para sostener su premisa tácita. De una otra u otra forma, la serie se desploma cuando debe mostrar algo más que la polémica. 

Una Ana Bolena sin sustancia, una versión sin envergadura

Para el comienzo de la historia que narra la miniserie, la muerte de Ana Bolena ya es un riesgo previsible. También su influencia sobre Enrique VIII y el hecho de que Ana debe enfrentar un tablero del poder que se mueve bajo sus pies. Es evidente que la directora toma la percepción sobre la mujer que debe luchar contra su identidad como una idea al menos protofeminista. 

Pero de nuevo, el guion no está a la altura de las ambiciones. El argumento muestra a Ana Bolena en busca de un sentido y un futuro. Una que conoce los vericuetos de una corte hostil, que se enfrenta a ella cada vez que puede. También, la mujer que sabe la importancia de un heredero varón. Las intrigas que protagoniza Cromwell (Barry Ward) y el súbito favoritismo de Jane Seymour (Lola Petticrew). Pero la historia falla al profundizar en la figura de la reina consorte. Al mismo tiempo, al intentar mostrar el núcleo del que procede la fuerza de Ana. O en todo caso, su capacidad para expresar que la marginación y menosprecio que sufre son elementos contra los que lucha.

No obstante, el argumento está más interesado en subrayar que la capacidad de Ana para enfrentarse a sus enemigos no procede de su personalidad. En realidad, una y otra vez, el guion subraya que el control — sexual y emocional — que Ana tiene sobre Enrique es el punto de interés. La contradicción termina por desmontar todo el intento del argumento de contar algo más elaborado de expresar ideas más concretas. Para su tercer capítulo, la provocación sigue ahí, pero también la superficial cualidad de la serie para desconocer su propia identidad.

Al final y más allá de la controversia, solo espacios vacíos

La Ana Bolena de Miller jugó con una maniobra sutil. Intentó crear una discusión ante un punto metaficcional para comprender la historia en pantalla. Pero una pirueta narrativa semejante necesita un guion poderoso que le acompañe y además una condición de poder que lo sustente.

Ana Bolena, como producción, carece de ambas cosas. Y lo que más se lamenta es que detrás de la ambición y la osadía haya un entramado vacío. Quizás el punto más bajo de una historia repetitiva, conocida y sin mayor aliciente que termina por decaer hasta el tedio. 

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