Anatomía de Grey alcanzó su temporada 18 a pesar de los retrasos de producción y las dudas sobre la continuidad de la historia. Convertida en un fenómeno de masas, la extensa y trágica historia de Meredith Gray (Ellen Pompeo) ocupa el sitial de un icono televisivo. 

Sin ser la mejor serie, ni tampoco mostrar nada particularmente intrigante, el show mantiene a una audiencia cautiva. Una que ha recorrido con fidelidad decisiones cuestionables de guion, escándalos en plató y las ya clásicas muertes del programa. Para bien o para mal, Anatomia de Grey es uno de los emblemas de la televisión con una audiencia de una sorprendente fidelidad. También es un repaso por el género del drama médico y la repercusión en la televisión contemporánea. 

¿Qué es lo que ocurre que al parecer hay un público obsesionado con las historias de pasillos de hospitales y sus esforzados médicos? Y no precisamente por los casos, grandes prodigios médicos y milagros en quirófano. Lo que en realidad parece atraer la atención de la audiencia es la mirada trágica, dramática y edulcorada de un drama con tintes humanos.

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Anatomia de Grey es la punta del iceberg de algo más notorio e intrigante. Pero en particular, una relación pasional entre los televidentes y las grandes épicas en batas y pasillos impecables. Con su aire en apariencia especializado  — hay un interés considerable en términos médicos pomposos y proezas inexplicables —  los dramas médicos también son algo más. 

Anatomia de Grey, y otros tantos programas al estilo, son una interesante e intrigante conexión con lo emocional y lo intelectual. El subgénero, que lleva más de treinta años haciendo las delicias de los fans, es también una declaración de intenciones. Una forma de vincular el habitual drama telenovelesco con algo en apariencia más duradero y científico. Sí, es justo lo que piensas: es la excusa perfecta para reír y llorar bajo la apariencia de un argumento en apariencia maduro. 

Todas las tragedias detrás de una bata blanca más allá de 'Anatomía de Grey'

El 19 de septiembre de 1994 se emitió por primera vez Urgencias, la gran decana de todos los dramas médicos de la televisión estadounidense. O al menos, la más famosa, querida y la más relacionada con el concepto ideal de las grandes pasiones humanas contenidas en un ámbito profesional. Creada por Michael Crichton y producida por Amblin Entertainment, se convirtió en la estrella del horario nocturno de la televisión contemporánea También, en la serie más longeva en la historia de la televisión estadounidense hasta la llegada del siguiente fenómeno. 

El impacto no solo convirtió al argumento en éxito multipremiado y a sus actores en estrellas. También fue un experimento audaz. Crichton dedicó esfuerzos y un guion meticuloso a recrear de manera veraz el, con frecuencia, ingrato trabajo de médicos y enfermeras. Pero la sala de urgencias del hospital County General era también el escenario idóneo para el amor, desencuentros e incluso odio. La fórmula transformó al programa en un rotundo éxito que se extendió por quince años y obtuvo 124 premios Emmy.

Mucho antes de la llegada de Anatomía de Grey, otros experimentos parecidos cautivaba al público. Desde 1963, Hospital General atravesó los mismos dolores, sorpresas y sorprendentes milagros médicos. Todo aderezado con su dosis de amor y dramas maquiavélicos. En la actualidad y con más de 14.000 capítulos en total, sigue siendo un éxito inexplicable.

Pero Urgencias era algo más: también era una vívida mirada al mundo médico. Uno bien construido y pensado con una elegancia visual que disimulaba su evidente intención de ser un drama al uso. De hecho, la serie se vanagloria de haber incluido en su extenso argumento verdaderos casos médicos. Entre amores, desamores y bisturís, la serie se convirtió en un clásico por derecho propio. 

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A partir de entonces, la serie se convirtió en la pionera de una forma de ver el melodrama más adulto y contemporáneo. En el 2001, Scrubs rompió los moldes sobre el drama médico al agregar comedia a la mezcla. El doctor Jonathan Dorian (Zach Braff) creó su propia versión del ámbito médico romantizado e idealizado. La maquiavélica A golpe de bisturí del 2003 agregó dilemas éticos, morales y retorcidos a la combinación. Para el 2004, House trajo a un Hugh Laurie sardónico y narcisista para diagnosticar enfermedades imposibles. Durante el 2009, el drama médico llegó a un nivel más íntimo con Enfermera Jackie; una rara visión sobre la abnegación y la oscuridad de sus personajes. 

No obstante, el verdadero y gran fenómeno estaba desarrollándose a una velocidad vertiginosa. El 27 de marzo de 2005, Anatomía de Grey se estrenaba como reemplazo de midseason Boston Legal. Acababa de nacer un éxito de audiencia y, de vez en cuando, de la crítica. Con sus muertes sorpresivas, argumentos complejos, sentido del amor y la lealtad, la serie cautivó a la audiencia de inmediato. Pero más sorprendente aún logró superar a todos los dramas anteriores en profundidad e interés. 

Si Urgencias era una gran combinación de lo médico y lo humano, Anatomia de Grey utilizó la medicina como la gran excusa para algo más emocional. También, para demostrar que la combinación entre casos médicos de la sala de emergencias con un drama a toda regla, seguía en vigencia. Y tanto, como para conmover y convertirse en un placer culpable generacional. 

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Con 18 temporadas a cuestas, lleva esfuerzos definir qué es lo que hace a Anatomía de Grey tan exitosa. Quizás se trate de la genuina química entre su elenco sin importar las sustituciones y nuevas incorporaciones. O del perfecto equilibrio entre lo profesional y el drama desvergonzado. Incluso su capacidad para priorizar la subsistencia del programa sobre los protagonismos. 

Cual sea el caso, en el anteriormente llamado Seattle Grace Hospital ocurre casi de todo. Desde explosiones con bombas, muertes desoladoras o grandes amores separados sin explicación. Incluso frases para la historia como el gran monólogo de entre Meredith y su “persona”, Cristina Yang (Sandra Oh). Hay un elemento de pura y casi inocente maravilla en la forma como Anatomía de Grey encuentra la forma de atraer al público. De hacerle llorar, de enfurecerse contra guionistas y su showrunner. 

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Para buena parte del público se trata de volver a un lugar confortable. Un espacio con rostros conocidos, con conflictos que saben se resolverán de manera dramática y atractiva. O solo regresar a viejos y queridos personajes. Fenómenos menores como la reciente The Good doctor (2017) y New Amsterdam (2018) conservan la misma fórmula. Y es llamativo que esa sea una prueba — otra de tantas — de la impronta de Anatomía de Grey en la televisión reciente. 

Buena parte de la audiencia se reencontrará con sus historias favoritas de Anatomía de Grey en Star+. Y lo hará por una razón. Lo agradable que resulta este hospital suspendido en el tiempo. Lleno de distracciones de la realidad. De una manera benigna de mirar el dolor.

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