Un equipo de científicos del Instituto de Investigación de la Biología de Animales de Granja de Alemania ha puesto en marcha un curioso proyecto, destinado a enseñar al ganado bovino a ir al baño. Puede parecer una excentricidad. Sin embargo, si tenemos en cuenta lo contaminantes que pueden llegar a ser las heces y la orina de las vacas, entendemos que es importante que las depositen en un lugar del que luego se puedan eliminar.
Básicamente, las han entrenado mediante recompensas y castigos no invasivos, como podríamos hacer con un perro o cualquier otro animal, de esos que se consideran más domables. Y lo curioso es que los resultados han sido bastante positivos, teniendo en cuenta que adiestrar vacas no es algo demasiado habitual.
¿Cómo lo han hecho? Esto es algo que se puede leer en el estudio sobre el tema que han publicado en Current Biology.
¿Por qué contaminan las heces y la orina de las vacas?
Es más que conocido el efecto de las flatulencias de los rumiantes sobre la atmósfera. Emiten metano, que actúa como un potente gas de efecto invernadero, con todo lo que eso conlleva.
De hecho, en un estudio publicado recientemente se puede ver que la cría de ganado animal emite el doble de emisiones que el cultivo de vegetales. Pero tampoco es cuestión de eliminarlo por completo.
Se puede seguir criando ganado, teniendo en cuenta que no solo hay que prestar atención a las flatulencias. También a las deposiciones. Y es que es cierto que las heces del ganado, por ejemplo, son buenas para el suelo, en el que funcionan como abono. Pero si se acumulan pueden llegar a ser perjudiciales, sobre todo si llegan a los ríos por escorrentía.
Además, si se mezclan con la orina de las vacas, se genera amoniaco, que al ser procesado por las bacterias del suelo da lugar a óxido nitroso. Así, estaríamos ante un nuevo gas de efecto invernadero. Los autores de este estudio reciente pensaron que todo eso se podría solucionar si las vacas fueran al baño. Es decir, si tuviesen un lugar establecido para hacer sus necesidades y pudieran aguantarse hasta llegar ahí. Parecía difícil de conseguir que lo hicieran, pero optaron por intentarlo y los resultados han sido sorprendentes.
Un curioso entrenamiento
Para que un animal, vaca o no, sea capaz de controlar su necesidad de orinar se deben cumplir varios requisitos.
El primero, ser conscientes cuando su vejiga está llena, pues entonces la necesidad de orinar será inminente. Por otro lado, deben anular los reflejos excretores que todos los animales tienen al nacer. Y, para terminar, una vez seleccionado el lugar en el que podrán aliviarse, tienen que aprender a relajar el esfínter a propósito.
Estos científicos consideraron que con un poco de entrenamiento podría conseguirse. Por eso, lo primero que hicieron fue fabricar un baño para la orina de las vacas. Este básicamente consistía en una estancia separada del establo por una pequeña valla y cubierta con césped artificial, para evitar salpicaduras.
Después, se le administró un diurético a 16 vacas y se les enseñó mediante recompensas y castigos que ese era el lugar idóneo para orinar. Como recompensa se usó melaza o golosinas de cebada. El castigo era más complicado, pues no querían que fuese un maltrato para el animal. Inicialmente optaron por ponerles unos auriculares con sonidos desagradables, que se activaban siempre que hicieran sus necesidades fuera del sitio elegido. Sin embargo, no parecía molestarles y, por lo tanto, no era un castigo real. Finalmente optaron por un chorro de agua y eso sí que fue más incómodo para ellas. Nada como un buen manguerazo.
Tras unos 15 días de entrenamiento, 5 vacas seguían usando como retrete cualquier rincón. Sin embargo, hubo 11 que sí que interiorizaron el entrenamiento y orinaron en el lugar indicado un 77% de las veces. De hecho, la mayoría siguieron así después de que se eliminara la rutina de recompensas y castigos.
Son resultados curiosos, puesto que el porcentaje era incluso más eficiente que cuando se está enseñando a un niño pequeño a ir al baño. Todo es cuestión de persistencia, sobre todo si es una medida necesaria para combatir el efecto invernadero y, con él, ese calentamiento global que tanto nos preocupa.