Los días y las noches de verano cuentan con una banda sonora común en buena parte del mundo. Durante el día, la cigarra se afana en dar un toque musical a las siestas, para terminar dejando paso al canto del grillo, que comienza a medida que el sol se esconde bajo el horizonte para dejar paso a nuestro satélite.
Sin embargo, ni uno ni otro canta bajo cualquier circunstancia. Debe darse una serie de condiciones muy importantes para que canten sin tapujos. Y, sin duda, la temperatura es la más importante de ellas. Centrándonos en los grillos, por lo general no los oiremos cantar por debajo de 15ºC. Desde ahí, a medida que va haciendo más calor sus chirridos se vuelven más frenéticos, para empezar a descender de nuevo a los 38ºC y desaparecer a los 40ºC.
Esto es algo de lo que los científicos han sido conscientes durante años. Sin embargo, no fue hasta 1897 cuando se representó con números lo que sucedía. El encargado de hacerlo fue el físico e inventor estadounidense Amos Dolbear, quien llegó a enunciar una fórmula con la que se puede medir la temperatura del aire que rodea a un grillo en base a la cantidad de chirridos que emite por minuto. A día de hoy se sabe que la Ley de Dolbear no es algo exacto y que, de hecho, varía mucho en función de la especie concreta a la que pertenezca el insecto. Sin embargo, como un método orientativo, resulta muy interesante.
Las matemáticas del canto del grillo
Para empezar, cabe destacar que el canto del grillo es un don único de los machos, que lo emiten para atraer a las hembras en busca de apareamiento. También es curioso recordar que, aunque lo describamos como un canto, no tiene nada que ver con gargantas ni cuerdas vocales. En realidad, es un sonido procedente del frotamiento de las alas con su propio cuerpo.
Dejando eso a un lado y volviendo a lo que nos ocupa, el canto del grillo está muy ligado a la temperatura. Ya en 1881, una científica llamada Margarette Brooks publicó un informe en el que se hablaba sobre esta relación. Pero pasó bastante desapercibido hasta que Dolbear retomó el tema y lo transformó en números.
Según sus cálculos, la temperatura en grados Farenheit se podía calcular fácilmente tras contar los chirridos emitidos por un grillo en un minuto. A veces esto puede ser un poco tedioso, por lo que también se podían contar en 10 segundos y multiplicar por 6. Una vez con ese número, solo había que introducirlo en esta fórmula:
T=50+[(C-40)/4]
Ley de Dolbear (Farenheit)
Es decir, al número de chirridos en un minuto se le restan 40, se divide entre 4 y se le suman 50.
Para obtenerlo en la escala Celsius y tener el resultado en grados centígrados, se puede hacer la siguiente aproximación:
T=(C+30)/7
Ley de Dolbear (Celsius)
Es decir, se suma 30 al número de chirridos y se divide el resultado entre 7.
¿Es un cálculo exacto?
A día de hoy sabemos que la fórmula de Dolbear sobre el canto del grillo tiene algunas limitaciones. Por ejemplo, el físico nunca dijo con qué especie había realizado los cálculos.
Estudios posteriores de sus informes realizados por otros científicos concluyen que posiblemente se trató del grillo del árbol nevado (Oecanthus fultoni). Sin embargo, no puede saberse con seguridad.
También se conoce que no todos los grillos se ajustan igual a los cálculos. Para muchos grillos de campo la frecuencia de los chirridos se ve influenciada por otros factores como la edad o el éxito de apareamiento. Así, no se podría determinar la temperatura con exactitud.
Esto, por lo tanto, debe verse como una curiosidad, más que como algo exacto. Eso sí, lo que está clarísimo es que la frecuencia de los chirridos aumenta con el calor. De hecho, en 2020 se publicó un estudio en el que se analizaba esta relación en los insectos de la especie Acanthogryllus asiaticus. Comprobaron que, efectivamente, la frecuencia del canto del grillo se incrementa con la temperatura. En cambio, otros parámetros, como la duración de los chirridos o el número de sílabas por chirrido sí que disminuyen.
En definitiva, cuando oigamos el canto del grillo en verano sabremos varias cosas. Que se trata de un macho, que busca una hembra con la que procrear y que nos encontramos, al menos, a 15ºC. A medida que la melodía se haga más y más rápida, entenderemos que la temperatura aumenta y, aunque siempre será mucho más exacto recurrir al mercurio, contar los chirridos nos puede dar una temperatura ambiental aproximada a falta de un termómetro.