Los restos de una mujer del Pleistoceno han aparecido en un yacimiento ubicado en la cueva de Satsurblia, en Georgia. Hasta aquí todo parece normal. No es la primera y tampoco será la última. Pero hay algo que hace este hallazgo muy especial y es el hecho de que no se encontraron sus huesos. De hecho, no había ni rastro de ella, lo que encontraron fueron restos de ADN antiguo en una taza de barro que se había conservado bajo tierra.

Por si eso fuera poco, la historia es una gran noticia, porque esa mujer pertenece a un grupo previamente desconocido de humanos modernos. Y la cosa no se queda ahí. También hallaron material genético de un lobo y un bisonte. El primero también pertenece a un linaje que no se conocía hasta el momento y que ya se encuentra extinto. El segundo sí que está mucho más relacionado con los bisontes actuales.

Todo esto demuestra que, en realidad, se pueden colocar nuevas piezas en el puzle de la historia de las especies sin necesidad de encontrar huesos. Veamos cómo lo han conseguido.

El genoma de una mujer del Pleistoceno

La cueva en la que tuvo lugar el hallazgo es conocida por tener muchas evidencias de su uso por parte de homínidos, pero pocos huesos conservados en ella.

Hay muchas evidencias del uso de la cueva por parte de homínidos, pero pocos huesos 

Esto se ha visto siempre como un problema, ya que generalmente la forma más común de encontrar ADN antiguo es a través de los huesos. Esto tampoco es fácil. En primer lugar hay que dar con ellos y, después, no todos sirven, ya que puede que cualquier resto de material genético se haya degradado. La suerte también es importante.

Sin embargo, algunas armas o herramientas sobreviven mucho mejor que los huesos al paso del tiempo. Además, se puede encontrar ADN en lugares como heces de animales o fragmentos de huesos molidos hasta convertirse en polvo.

En busca de este tipo de rastro, los autores de un estudio que acaba de publicarse en Current Biology optaron por excavar y tamizar seis muestras de suelo de la cueva. De este modo, dieron con ADN mitocondrial de tres individuos. El material genético estaba bastante deteriorado, pero pudieron rescatar lo suficiente para secuenciar parte de su genoma y determinar que se trataba de una mujer del Pleistoceno, un lobo y un bisonte.

Lo que cuenta el ADN antiguo

El ADN mitocondrial es el que, en vez de en el núcleo, se encuentra en el interior de las mitocondrias. Estos son los orgánulos en los que se genera la energía necesaria para el correcto funcionamiento de las células y albergan ADN heredado por vía materna.

El ADN de la mujer tenía unos 25.000 años

Estos científicos analizaron primero la muestra humana, adherida a los restos de una taza de barro. Vieron que era un individuo femenino, de hace 25.000 años, por lo que era una mujer del Pleistoceno. Si bien el grupo previamente desconocido al que perteneció ya está extinto, la comparación con el genoma de humanos actuales muestra que contribuyó a las poblaciones europeas y asiáticas de hoy en día.

Lo mismo pasa con el lobo. De hecho, el análisis de su genoma y el de los restos óseos hallados en otros yacimientos enseña que las poblaciones de lobos se remodelaron notablemente hace unos 11.000 años.

El caso del bisonte es diferente, pues su genoma sí que tiene gran similitud con el de las poblaciones actuales. No se puede saber mucho más. Ni siquiera es posible saber si los tres individuos llegaron a convivir en la cueva.

Pero esto es solo el principio. Se calcula que este lugar fue frecuentado por homínidos durante miles de años. Por lo tanto, lo lógico sería encontrar más ADN antiguo, como el de esta mujer del Pleistoceno. Al fin y al cabo, ya han comprobado que los huesos no son tan necesarios como pensaban. 

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