El pasado mes de abril, la humorista, presentadora y actriz Paz Padilla publicó su libro El humor de mi vida. En él, cuenta cómo superó la muerte de su marido. Sin duda, fue un duro golpe y contar cómo lidió con el duelo puede ser incluso liberador para ella. Y quizás para otras personas que lo lean y se encuentren con una situación similar. El problema es que entre sus páginas menciona ciertas pseudoterapias, como la biodescodificación y el reiki. No solo las menciona. Defiende su utilidad.
Es bastante peligroso que alguien con su influencia dé validez a cualquier terapia sin evidencia científica. Pero lo es mucho más que se le dé un altavoz tan grande como la televisión. Y, por desgracia, no solo ha hablando de estas terapias en su libro. También en programas como Sálvame, donde ella trabaja, o en la última emisión de Cuarto Milenio.
En este programa, presentado por Iker Jiménez, no se limitó a hablar de su libro sin más. Dio valor a la biodescodificación y de paso desprestigió la verdadera medicina, con frases como “los médicos no saben nada”. Esto no es ilegal, pero debería estar en la responsabilidad de quienes dirigen estos altavoces que no se utilicen para difundir mensajes que pueden confundir a los espectadores y llegar a ser muy dañinos. Puede parecer que no es el caso de la biodescodificación, pues incluso sus defensores en determinadas ocasiones la señalan como un complemento de la medicina convencional. Sin embargo, por definición conlleva mensajes que pueden hacer mucho daño a los enfermos. Incluso a sus familias.
¿Qué es la biodescodificación?
Para empezar, es importante tener claro qué es la biodescodificación. Durante la intervención de Paz Padilla en Cuarto Milenio la definieron como “una rama de la medicina tradicional que intenta encontrar el origen o el significado emocional de las enfermedades”.
Les faltó finalizar la definición diciendo que lo intenta, pero no lo consigue. Porque no hay un origen emocional de las enfermedades. Al menos no como señala esta pseudoterapia.
Y es que, básicamente, busca un origen general para cada patología, sin distinciones entre pacientes. Hay de todo. En el caso del cáncer, por ejemplo, lo relacionan con algún viejo resentimiento u otros problemas emocionales muy arraigados en el pasado. Los fallos renales los asocian a problemas de convivencia. Y el SIDA con “una disociación entre el amor y la sexualidad que destruye las defensas”.
Estos son solo algunos ejemplos, pero hay para casi cualquier enfermedad que nos venga a la mente.
Cabe destacar que los problemas emocionales a veces se pueden exteriorizar físicamente. La ansiedad no solo consiste en palpitaciones y falta de aire. Puede provocar fuertes dolores de cabeza, hormigueo en las extremidades o trastornos digestivos, entre otros síntomas. El estrés a la larga también nos puede pasar factura. Todo estos podrían considerarse orígenes emocionales de la enfermedad, pero sí cuentan con una explicación científica y no tienen nada que ver con lo que defiende la biodescodificación. En esta pseudoterapia se intentan dar más bien una explicación metafísica a todas esas cuestiones. Y eso es peligroso.
¿Por qué no es tan inocua como parece?
Inicialmente puede parecernos que la biodescodificación no es peligrosa. Si simplemente se usa para encontrar el origen de una enfermedad, pero sin dejar de recibir tratamiento por parte de un especialista, ¿qué mal puede hacer?
Pues, en realidad, mucho mal. Los psicólogos llevan ya mucho tiempo advirtiendo del mayor de sus peligros: la culpabilización del paciente.
Una persona con una enfermedad terminal tiene mucho que asumir. Si además a eso le sumamos el peso mental de creer que fue un viejo rencor o cualquier otro problema emocional el que se la causó, el tránsito puede ser mucho más insoportable.
Es algo similar a lo que ocurre con la costumbre de retratar a los pacientes de cáncer como luchadores. No se les puede dejar a ellos el peso de su enfermedad. No hay nada contra lo que luchar. Tampoco es una guerra. Es una enfermedad muy grave y, a veces, por muchas ganas que tenga la persona de curarse, no es posible. Y otra veces no hay ganas, porque no les quedan fuerzas, pero no por eso se merecen morir.
De cualquier modo, todo esto es aplicable también a enfermedades que no son mortales. El paso por cualquier enfermedad, incluso si es curable, puede hacerse más arduo si se acompaña del peso de la culpabilidad.
Además, la situación se vuelve incluso más dramática si los enfermos son niños, pues muchas veces son los padres los que se sienten culpables. De hecho, uno de los mensajes más dañinos de la biodescodificación es que los niños menores de 14 años no se enferman, “sino que reflejan las emociones mal gestionadas de los adultos con los que conviven”.
Parémonos a pensar por un momento. Imaginemos a unos padres que vieron el programa de Cuarto Milenio en el que Paz Padilla habló maravillas de la biodescodificación. Supongamos que se sienten atraídos por esta pseudoterapia y deciden empezar a leer sobre ella y a aplicarla en sus vidas. Imaginemos ahora que poco después diagnostican leucemia a su hijo de cinco años. ¿Cómo se sentirán esos padres? Por todo esto, la biodescodificación no es inocua. Y es algo en lo que deberíamos pensar antes de darle altavoces tan grandes.