Uno de los superpoderes más deseados es el de adivinar qué piensan los demás. La ficción ha fantaseado mucho al respecto, e incluso en ciencia ficción se ha barajado la posibilidad de crear aparatos o máquinas capaces de traducir las ondas cerebrales en imágenes reales. Y si hablamos de leer la mente, una de las razones principales es saber si la persona con la que hablamos nos miente o nos dice la verdad. Aquí la ficción también ha hecho realidad la fantasía de adivinar si nos están mintiendo o no. Series como Lie to Me (2009-2011) teorizaban sobre la lectura de las expresiones faciales para detectar la mentira. Pero sería mejor contar con una máquina que simplemente dijera verdad o mentira, un polígrafo, máquina de la verdad o detector de mentiras.

Si tenemos una máquina que hace tostadas y otra que calienta la comida, ¿por qué no podemos inventar un polígrafo? Una máquina que te diga si esa persona que habla miente o no. Un sueño hecho realidad. O al menos, sobre el papel. Tan atractiva es la idea de detectar mentiras en cuestión de segundos que películas, series y programas de televisión han empleado la máquina de la verdad durante décadas. Incluso hoy se emplea, tanto en el entretenimiento televisado como en juicios e investigaciones policiales. Con todo, la ciencia no está tan de acuerdo con que el ser humano haya creado una máquina de la verdad. Esta es su historia.

Policías e inventores, el origen del polígrafo

Los inventos surgen generalmente por una necesidad. Y en el caso del polígrafo, nombre técnico por el que conocemos la popular máquina de la verdad o detector de mentiras, la necesidad era atrapar al responsable de un delito. O dicho de otra forma, condenar al infractor cuando no había pruebas disponibles o una confesión firmada. Algo que ahorraría esfuerzo, horas de trabajo y dinero de los contribuyentes. Además, evitaría encarcelar a ciudadanos inocentes.

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Leonarde Keeler probando su detector de mentiras en el Dr. Kohler, testigo en el juicio contra  Bruno Hauptmann en 1937

Los padres del polígrafo fueron dos estadounidenses: John Augustus Larson y Leonarde Keeler. El primero era empleado a tiempo parcial del Departamento de Policía de Berkeley, California. El segundo, empezó como ayudante en el Departamento de Policía de Berkeley, donde pasó a ayudar a Larson. Con el tiempo, Larson se dedicaría a la psiquiatría forense, tras estudiar medicina, pero siempre ligado a su polígrafo. Keeler estudió en la universidad y, en adelante, se mudó a Los Ángeles junto a su mentor, el Jefe de Policía August Vollmer. Dos carreras exitosas. Pero vayamos por partes.

John Larson había nacido (1892) en Canadá de padres suecos. Pasó su infancia en Nueva Inglaterra, por lo que acabó estudiando sus estudios universitarios en la Universidad de Boston. En concreto, cursó biología. Tras obtener un máster (1915) con su tesis sobre identificación de huellas dactilares, la carrera académica de Larson fue por ese camino. De Boston viajó a Berkeley, donde obtuvo un doctorado en fisiología en la Universidad de California (1920). Precisamente, durante la época en la que cursaba el doctorado, Larson trabajó a tiempo parcial en el Departamento de Policía de Berkeley, bajo las órdenes del Jefe de Policía August Vollmer.

Durante su estancia en el Departamento de Policía de Berkeley, Larson tuvo claro que quería combinar elementos más propios de una revisión médica para emplearlos como detector de mentiras. Estos eran la presión en sangre, el pulso, la respiración y la conductividad de la piel. Larson creía que de las lecturas de estos parámetros se obtendría la respuesta tan ansiada: ¿decía alguien la verdad o mentía?

En esta tarea, Larson no estaba solo. Le acompañaba un joven estudiante de instituto, Leonarde Keeler, que trabajaba a media jornada en el Departamento de Policía de Berkeley, también a las órdenes del Jefe de Policía Vollmer. Así pues, Keeler pasó a ser ayudante de Larson.

Los primeros casos de la máquina de la verdad

La primera máquina que crearon se llamó cardio neumo psicograma. Un nombre poco atractivo pero muy explicativo, ya que tenía en cuenta los indicadores de corazón y respiración para obtener la respuesta a la pregunta: ¿verdad o mentira? Pero pronto le cambiaron el nombre por polígrafo, que condensaba mejor lo que hacía esa máquina tan extraña. La máquina tenía en cuenta la presión en sangre y las pulsaciones mientras eran interrogados. Si estaban nerviosos, la máquina lo demostraba en un rollo de papel donde aparecían las métricas representadas gráficamente.

La teoría de Larson era que un mentiroso mostraba respuestas fisiológicas distintas a quien decía la verdad. De ahí la clave del nerviosismo. Su lógica era: si alguien miente, estará nervioso cuando le pregunte un policía. Así, la máquina registrará ese nerviosismo, que se traduce en alteraciones en la presión de la sangre, la respiración y las pulsaciones.

Sin embargo, con el tiempo hemos aprendido que esto no siempre es así. Una persona inocente puede estar nerviosa por muchas razones, una de ellas, que la acusen de un delito grave. Al ser interrogada, aunque diga la verdad, su comportamiento nervioso puede dar la misma respuesta que alguien que esté nervioso por mentir. Pero en 1921, que es cuando la máquina se empezó a aplicar en la práctica forense, la idea parecía buena, y la ciencia no había avanzado lo suficiente como para refutar la premisa del detector de mentiras.

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Polígrafo Keeler modelo 6317. se usó en diciembre de 1963 en el caso de Jack Ruby, quien disparó a Lee Harvey Oswald. Fuente: FBI

En el verano de 1921, la máquina de la verdad recibió su primer caso: el asesinato de un párroco en San Francisco. El acusado, William Hightower. Curiosamente, no fue la policía la encargada de emplear el polígrafo de Larson. En su lugar, fue un diario de la época, el The San Francisco Call and Post, quien dio el encargo a Larson. Hightower permitió pasar la prueba del polígrafo pero, lamentablemente, los resultados eran condenatorios. O al menos eso es lo que publicó dicho diario en portada. August Vollmer, Jefe de Policía del Departamento de Policía de Berkeley, sacó pecho ante la prensa y cubrió en elogios esa extraña máquina llamada cardio neumo psicograma o polígrafo pero que él bautizó como detector de mentiras.

El camino de Larson y Keeler siguieron por separado pero en paralelo. Ambos dedicados a usar su máquina para resolver delitos. Keeler, por ejemplo, estudió en la Universidad de California y, luego, en la angelina UCLA. Como inventor, siguió su carrera mejorando la máquina de la verdad. Financiado por la Western Electro Mechanical Company, creó el primer polígrafo producido en masa. Y encontró un comprador importante. Nada más y nada menos que el FBI, una de las agencias federales más importantes.

El polígrafo de Keeler se usó en un juicio por primera vez en 1935. En concreto, se aplicó a dos acusados de robo con asalto en Portage, Wisconsin. Los resultados de la máquina fueron aportados como prueba y el juicio acabó condenando a los acusados.

Con el tiempo, Keeler acabaría trabajando en el Laboratorio de Detección Científica de Delitos de la Universidad de Northwestern. Más tarde crearía su propia institución académica, el Keeler Institute, primera escuela donde se enseñaba a usar el polígrafo.

¿Una máquina para detectar qué?

Los polígrafos no dejaban de ser en su origen medidores de presión en sangre. Lo mismo podían servir para una revisión médica que para detectar el nerviosismo de alguien. Y aunque fueron evolucionando, detectando más elementos como la conductividad de la piel (1931) e incorporando la informática y la electrónica para sustituir el papel, la premisa inicial sigue siendo la misma. Como vimos antes, la máquina de la verdad no detectaba mentiras, detectaba nerviosismo. Y los nervios, por ahora, no son constitutivos de delito.

Hoy, el detector de mentiras es considerado pseudociencia por científicos e instituciones como la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos o la American Psychological Association. Sin embargo, en la cultura popular caló muy fuerte la idea del polígrafo. La prensa del momento y, más adelante, las series y películas de ficción, dieron mucha fama a este invento.

Hasta el punto que se emplea indistintamente en programas de entretenimiento televisivos y en juicios en algunos países como Estados Unidos o Canadá. En Europa, Alemania y Holanda desecharon su uso en 2017. Bélgica, por su parte, lo emplea en investigaciones policiales pero no en juicios. Y en España, ha tenido más relevancia en televisión que en la ciencia forense, si bien también ha sido usada en algunos casos policiales.