La Agencia Australiana de Protección Radiológica y Seguridad Nuclear (ARPANSA), en colaboración con la Universidad Tecnológica de Swinburne, ha llevado a cabo recientemente dos revisiones sobre los efectos en la salud del 5G. Ambas se han publicado en Nature y son las más amplias que se han realizado hasta el momento. 

Por eso, son muy importantes para apoyar algo que otros organismos han demostrado repetidas veces con anterioridad, pero que vale la pena seguir recordando: estas ondas no son peligrosas para la salud. Al menos no a las dosis en las que se emplean.

Radiografía de una conspiración

Cuando un grupo conspiranoico se agarra a una teoría cuesta mucho conseguir que la suelte. No hay más que ver lo ocurrido con las vacunas. No importa que haga décadas que se invalidó la hipótesis de que podían producir autismo. Aún hay quien usa este argumento para negarse a inmunizar a sus hijos. Mucho más reciente, pero igualmente demonizado, es el caso de los efectos del 5G en la salud. Son muchas las personas que insisten en que estas ondas pueden generar multitud de patologías, incluyendo el cáncer.

Además, por si fuera poco, la conspiración se ha adaptado a los tiempos que corren, culpando a esta tecnología de la pandemia de coronavirus. Por supuesto, tampoco puede faltar la variante en la que Bill Gates ha manipulado las vacunas para poder controlarnos mediante 5G una vez que las recibamos. Está todo pensado.

Tanto para las vacunas como para el 5G, la ciencia está haciendo un gran esfuerzo en demostrar una y otra vez la realidad. Hay ya estudios más que suficientes para considerar que estas ondas no son peligrosas para la salud. Obviamente, también hay trabajos que apuntan a que sí pueden provocar daños. Por eso, son tan necesarias las revisiones en las que se analizan grandes compendios de estas investigaciones, con el fin de obtener una conclusión generalizada de ellos, a la vez que se estudia si se realizaron correctamente. 

Revisiones sobre los efectos del 5G en la salud

Las ondas de las antenas 5G son no ionizantes. Esto significa que no cuentan con energía suficiente para arrancar un electrón de un átomo. Suele decirse que esto las hace inocuas para la salud, aunque es importante tener en cuenta la dosis que se emplea. Para eso existen organismos como la Comisión Internacional de Protección de la Radiación No Ionizante (ICNIRP por sus siglas en inglés), cuyo papel es evaluar las evidencias científicas disponibles, determinando a qué niveles se producen efectos sobre la salud. 

Las últimas evaluaciones disponibles de dicha comisión concluyen que los niveles empleados son seguros. Aun así, otros organismos siguen realizando revisiones independientes, con el fin de aportar aún más seguridad. 

En la primera se incluyeron 138 estudios y en la segunda 107. Se trata de una muestra de la literatura científica muy amplia, que les ha servido para concluir que, efectivamente, no hay evidencias de que la tecnología 5G cause cáncer u otros problemas de salud. 

Fallos en la metodología

Estas dos revisiones también analizaron estudios en los que se apunta a algunos de los efectos perjudiciales a los que se agarran los bulos sobre el 5G. Sin embargo, señalan que todas cuentan con algún tipo de error que hace menos sólidas sus conclusiones.

Por ejemplo, según ha explicado en un comunicado uno de sus autores, el doctor Ken Karipidis, no se han podido replicar sus resultados. Esto es algo muy importante en investigación científica. Para que un estudio se considere adecuado es importante que, si otro equipo de investigadores lo reproduce, se obtengan los mismos resultados. Si no, podría considerarse que sus conclusiones están sesgadas o son fruto de la casualidad.

Muchos de los estudios que señalan efectos perjudiciales del 5G en la salud no pudieron replicarse

En algunos de estos estudios no se pudo hacer esa replicación. En otros, simplemente se llevó a cabo una metodología inadecuada.

Por eso, las dos revisiones aportan aún más tranquilidad sobre algo que, en realidad, ya sabíamos. Y es que la ciencia funciona así. Un buen científico debe cuestionarse siempre sus propios resultados. De hecho, es la diferencia entre la investigación y la conspiración. La primera se hace preguntas y comprueba continuamente sus conclusiones. La segunda, en cambio, hace afirmaciones tajantes y sólidas. A veces, lo más sencillo es creer a la segunda. Al fin y al cabo, que “el 5G produce cáncer con toda seguridad” suena mucho más confiable que el hecho de que “no hay evidencias científicas de que el 5G produzca cáncer”. Pero lo segundo demuestra que se ha investigado y que, con la ciencia disponible en la mano, podemos estar tranquilos. Lo primero es una cuestión de fe. Y, al menos en lo que a ciencia se refiere, la fe no nos llevará a ninguna parte. 

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