Jodie Foster está de vuelta. Y lo hace con un drama como The Mauritanian. La cárcel de Guantánamo ha sido polémica desde hace más de dos décadas. Se trata de una anomalía peligrosa en el sistema legal norteamericano. También, un símbolo de lo que sucede a la sombra de una cultura de lo moral.

En casos como el de Mohamedou Ould Salahi, prisionero en el campo por catorce años, no había cargos reales en su contra, tampoco había pruebas. Aun así, fue detenido, torturado y obligado a confesar crímenes que no cometió. Salahi no fue solo una víctima de la violencia, lo fue también de EE.UU. como país. La experiencia demuestra las fisuras del sistema judicial norteamericano, y la hipocresía cultural que rodea a la concepción de lo legal en occidente.

O al menos así lo plantea The Mauritanian, de Kevin Macdonald, la adaptación del libro del mismo nombre escrito por Salahi en el 2015. La novela cuenta la experiencia terrorífica de ser condenado en una situación inexplicable, pero también, la carga ideológica que conlleva un hecho semejante. El guion que lleva la historia al cine tiene algo de kafkiano, en especial por la sensación inmediata que el sistema es un monstruo ciego de furia que se sostiene sobre la impunidad.

No se trata de un argumento sencillo y Macdonald no pretende que lo sea. De hecho, la mayor virtud del film es la sensación aprensiva y angustiosa, mostrando un crimen a gran escala. Cometido, además, por un Estado orwelliano que se alimenta del secreto.

El regreso de Jodie Foster

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En medio de un panorama semejante, la película podría hacer un recorrido oscuro e incómodo por territorios poco explorados de la cultura. Pero en realidad, The Mauritanian está más interesada en lo humano, y por ese motivo la presencia de Jodie Foster es medular.

La actriz regresa a la actuación después de una pausa de dos años, y lo hace con la evidente decisión de brindar sentido a una durísima narración. Porque su personaje es el revés de la situación que atraviesa Salahi (interpretado por Tahar Rahim), sino el único brillo de esperanza al que puede aspirar. En medio de lo que parece ser una circunstancia de considerable crueldad, el tránsito entre el bien y el mal se hace difuso. Es la Nancy Hollander de Foster la que logra equilibrar la sensación que el argumento se desliza a través de los espacios más oscuros de la democracia estadounidense.

Como abogada defensora con una vasta experiencia a cuestas, Nancy debe lidiar con una situación incomprensible. La detención de un ciudadano por una serie de motivos que no alcanza a entender del todo. De la misma manera que su Clarice Starling (símbolo del bien en una situación crítica), la Nancy de Foster es un faro en mitad de la penumbra. Porque desde el ángulo que se le mire, lo que ocurre con su cliente carece de explicación. Al menos, a primera vista.

Detrás del argumento de 'The Mauritanian'

Salahi acaba de regresar de una boda desde Alemania cuando es aprendido en el aeropuerto. ¿El motivo? El guion hace hincapié que no hay nada en contra o demostrable contra un hombre cuyo mayor delito es su nacionalidad. Este juego extraño entre la identidad legal y lo que el Estado omnipotente puede hacer es el eje central de la narración. Pero MacDonalds no recurre a la versión sencilla (la lucha contra la ilegalidad), sino que se hace preguntas complejas sobre la cualidad de lo legal. ¿En realidad hay un estamento que proteja del caos al estadounidense promedio? The Mauritanian no está interesado en plantear una versión sobre la confianza en el sistema. De hecho, va en sentido opuesto y eso que el caso de Salahi sea tan duro de asumir. Podría ocurrir en cualquier país, en cualquier lugar del mundo. Pero pasa en la cuna de las libertades.

Podría resultar irónico, a no ser por el tono lóbrego que imprime el director al film. En especial, por la angustia que provoca un guión construido para la confrontación. Porque, aunque Nancy y su socia Teri Duncan (Shailene Woodley) comienzan el complicado caso judicial entusiasmo, pronto descubren que es mucho más grave de lo que suponen. Y, sobre todo, su envergadura es mucho más importante que lo que puedan demostrar en cortes. Se trata de un dilema legal que pone a prueba — y en entredicho — la condición de norteamérica como país libre. O al menos, que funda su concepción como nación sobre la identidad individual.

Temas complejos en un contexto político real muy difícil

La película de Macdonald llega en un extraño momento político en EE.UU. En especial, después del fallido segundo intento de juicio político a Donald Trump y los sucesos del Capitolio. De la misma manera que en la realidad, la película se cuestiona de manera directa las bases de una forma de comprender la historia reciente. La estructura de lo político y lo cultural se contradicen en pequeñas heridas mal curadas. Y en especial, en cicatrices culturales que afloran de forma dolorosa en mitad de una mirada dura hacia nuestra época.

El caso de Sahari tiene la misma connotación de las condenas arbitrarias estalinistas o incluso la mera percepción del mal moderno. ¿Cuándo el Estado y el poder se convierten en herramientas de represión? ¿Cuándo el racismo se hace un punto de límite entre lo que es legal y lo que no?

El argumento plantea la cuestión desde la perspectiva del fiscal militar Stuart Couch (un contenido Benedict Cumberbatch). La figura del personaje parece encarnar todos los momentos traumáticos de EE.UU. Además, deja establecido sin remilgos que la ley, en ocasiones, transita el camino de la venganza. Uno de los compañeros más cercanos del fiscal murió durante el ataque terrorista al World Trade Center. La circunstancia hace que su encono sea algo más que una deliberación detrás del estrado. El director logra que tanto el valor de Nancy como la maliciosa ambición de Stuart se enfrenten en un espacio mínimo de repercusiones dolorosas. Porque mientras el personaje de Foster batalla por la idea sobre lo legal con la que comulga, el de Cumberbatch tiene la necesidad de la realización.

En medio de ambas cosas, se encuentra Sahari, en una zona gris que en hace una década hubiera resultado impensable en una película semejante. Pero la película refleja el ambiente ambiguo y angustioso de las revelaciones a media voz sobre el miedo, la consonancia del terror con los ideales. Hay algo en esencia intuitivo en cómo Foster reacciona y construye la percepción sobre lo admisible, al mismo tiempo que Cumberbatch parece avanzar en dirección contraria. Cuando ambas fuerzas chocan, la película alcanza su punto más alto, el más doloroso y sin duda, el más sincero.

Las dudas sobre el Estado

El contexto también enfatiza la idea del país tenebroso, dividido por intereses y con una codicia violenta cercana al castigo ejemplarizante. Guantánamo no es solo un lugar, también es un estrato. Una dimensión atemporal e irracional de la ley. El director muestra la cárcel como una especie de espacio derrotado, lleno de una terrorífica personalidad propia. La audacia de Mcdonald en crear una condición de espacio terrorífico en medio de la suposición de lo judicial es brillante. Quizás con mayor inteligencia visual — el realizador repite las mismas tomas, como una secuencia en loop de rara belleza —, la película podría expresar más el conflicto que sostiene la mera existencia de una cárcel semejante.

Pero The Mauritanian se queda en medio del debate esencial y se aleja de cualquier experimentación técnica. En realidad, toda la producción se sostiene en el diálogo de Sahari con un confinamiento inmerecido y violento. Mientras, el mundo a su alrededor sigue su curso y la batalla legal en el exterior avanza, la víctima se aísla, termina aplastada, devastada, consumida. Con una lentitud casi perversa, Mcdonald muestra el derrumbe de Sahari como una percepción casi dolorosa sobre el terror inexpresado. La historia va y viene, se aleja del reo para volver a la corte. La tensión se hace entonces, un juego de miradas sobre los intereses reales en la ley estadounidense. Y más allá de eso, lo que esconde la posibilidad del miedo en la contradicción de una época, plagada de dudas sobre la falibilidad del Estado.

Sin duda, Foster y Cumberbatch son el punto más alto del film. Un duelo de actuación en la que la cansada noción de la experiencia de ella impacta contra la dureza religiosa y moral de él. Entre ambos, Sahari es un rehén, una víctima maltratada y rota atrapada en medio de una situación inexcusable. El rostro del otro país más allá de la célebre bandera de barras y estrellas. Una osadía que quizás es el punto más alto de la película.