Por lo general, los seres humanos solemos fijarnos más en aquello que es visible a nuestros ojos que en lo que no se ve. Es lógico, en realidad. Quizás por eso, los microorganismos son grandes olvidados en muchos ámbitos. Sin embargo, a veces se cambian las tornas y centramos la atención en lo pequeño, convirtiendo en invisible aquello que sí se ve. Es el caso de las defensas de nuestro sistema digestivo. El papel de la microbiota se ha estudiado mucho, con conclusiones muy positivas sobre sus funciones. Sin embargo, no se ha tenido tanto en cuenta que también existe una macrobiota, formada por gusanos intestinales y otros parásitos.

Suena poco amigable. Y lo cierto es que esa es la realidad. Pueden producirnos dolor abdominal, pérdida de peso, falta de apetito y otros síntomas digestivos. Además, algunos pueden ser transmisores de enfermedades. Lo lógico, si detectamos su presencia, es eliminarlos. Pero lo cierto es que, cuando lo hacemos, estamos sacrificando un gran beneficio que nos aportaban, sin que fuésemos conscientes de ello. Es la conclusión de un estudio, recién publicado en eLife, por científicos del Instituto UCL Envejecimiento saludable (UCL IHA) de Londres. ¿Pero cuál era exactamente este precio que pagaban estos parásitos a cambio de fastidiarnos tanto?

El papel desconocido de los gusanos intestinales

Algunos gusanos intestinales, como los anquilostomas, los trematodos y las tenias han acompañado al ser humano durante miles de años. El hecho de que hayan evolucionado junto a nosotros puede haberlos convertido en verdaderos expertos de nuestras respuestas fisiológicas. Esto les confiere la ventaja de manipularlas para su beneficio; pero, quizás como un simple daño colateral, también nos aportan ventajas a nosotros.

Durante una revisión de la literatura científica de los últimos años, los autores de este estudio encontraron varias publicaciones en las que se vinculaba la pérdida de estos parásitos con el aumento de las tasas de asma, eccema atópico, enfermedad inflamatoria intestinal, esclerosis múltiple, artritis reumatoide y diabetes. Incluso llegaron a encontrar algunos trabajos en los que se mostraba que la infección con estos gusanos intestinales podría aliviar los síntomas del eccema y la esclerosis múltiple.

Aunque estas enfermedades pueden parecer muy variadas, todas tienen un factor común: la inflamación. En su mayoría se deben a procesos inflamatorios descontrolados o, al menos, se relacionan con ellos de algún modo.

El papel de los ‘inquilinos’ de nuestro intestino en la inflamación

Numerosos estudios han apuntado a la disbiosis intestinal como causa predominante de algunos procesos inflamatorios.

Este fenómeno hace referencia a un desequilibrio en los diferentes organismos que pueblan nuestra microbiota intestinal. Se sabe que muchas de estas especies microbianas son inmunomoduladoras o, lo que es lo mismo, regulan algunas funciones de nuestro sistema inmunitario, favoreciendo que se den respuestas adecuadas, ni demasiado escasas ni muy explosivas. Suele decirse que la virtud está en el punto medio y, en el caso de nuestras defensas, esto es algo claramente literal.

¿Pero qué tiene que ver la microbiota en esta regulación? Numerosos estudios han señalado como responsable a la conocida como “hipótesis de los viejos amigos”. Esta sostiene que nuestro sistema inmunitario desarrolló sus funciones óptimas en un mundo sucio, mucho antes de que las medidas de higiene estuviesen tan implementadas como ahora. En definitiva, la presencia de microorganismos, buenos o malos, le hacía funcionar con un rendimiento adecuado. Pero entre esos viejos amigos no solo había suciedad microscópica. También estaban muy extendidos los gusanos intestinales, así como otros parásitos macroscópicos.

Durante mucho tiempo los hemos sacado de la ecuación, pero estaban influyendo notablemente en el resultado.

¿Y ahora qué?

Este estudio señala que la presencia de gusanos intestinales podría influir beneficiosamente en la prevención de enfermedades inflamatorias. Además, el envejecimiento celular está asociado a la inflamación, por lo que también influirían sobre él.

A bote pronto, cabe pensar que quizás no deberíamos empeñarnos en eliminar estos parásitos. No obstante, no podemos olvidar que nos provocan muchos perjuicios. No son comparables a la microbiota intestinal en ese sentido.

Por eso, la propuesta de estos científicos es centrarse en investigar qué proteínas de dichos parásitos pueden ser clave en ese papel inmunomodulador. Si se detectaran, podrían desarrollarse fármacos que imitaran una infección por gusanos intestinales, sin sufrir la parte desagrable. Sería algo similar a una vacuna. Pero aún queda mucho por investigar. De momento, debemos seguir como hasta ahora, eliminándolos cuando se detectan. Eso sí, sin olvidar que también existen y que nos estaban haciendo un regalo que hemos tardado mucho tiempo en apreciar.

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