Charles Dickens lo sabía y escribió Un cuento de Navidad por una buena razón. Al llegar las últimas semanas de noviembre, todos los problemas del mundo parecen reducirse a una explosión súbita de buena voluntad, amor y mejores deseos que llevará un mes superar. Y eso, por supuesto, también incluye, a la cultura pop y a las películas de Navidad.

Las películas de Navidad son una tradición tan insistente como el turrón y el ponche de huevo, que además se han convertido en un placer culposo para buena parte del público. Hay que admitirlo, ¿qué tiene de malo disfrutar de películas en la que todo lo bueno que puede ocurrir lo hará y que además, te recordarán las maravillas de las fechas más familiares del año?

No hay nada de malo, pero tampoco lo hay en que simplemente te resulte intolerable la profusión de films cuyo argumento radica en un único giro de tuerca: la forma en que la Navidad se convierte en la gran panacea para todo tipo de problemas, situaciones y circunstancias. No es de extrañar que para una buena parte de la audiencia, el hecho de los argumentos navideños resulten irritantes, aburridos e incluso, insoportables sin más.

¿Se trata de un fenómeno o solo rechazo involuntario a las películas de Navidad?

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En realidad, se trata de algo más. Mientras la mayoría del mundo parece seducido por las inevitables canciones de Mariah Carey y Bing Crosby, otra parte sufre un repunte del estrés ocasionado precisamente por la obligación de celebrar las fiestas.

Hace dos años, una encuesta de de la Asociación Estadounidense de Psicología, revelaba que un abultado 38% de los encestados tenía picos de ansiedad durante estas fechas. En especial, en las últimas semanas de diciembre, cuando buena parte de la programación televisiva e incluso en plataformas streaming se concentra en el fenómeno de lo navideño.

La reacción parece provocada por algo tan simple como duro de asimilar: la profusión de historias en las que “todo estará bien” gracias al Pino, la cena y las reconciliaciones forzadas, pueden provocar el efecto contrario.

Los participantes en la encuesta mencionaron que muchas veces, la Navidad les recuerda que carecen de tiempo o dinero para celebrar las fechas de manera “apropiada”. Como si eso no fuera suficiente, las películas — con sus decorados meticulosos, espectaculares y a menudo, lujosos — provocan la sensación que la celebración de las fechas depende de lo que puedan comprar, consumir o en todo caso, disfrutar de forma material.

Con frecuencia, las películas navideñas son acusadas de fomentar el comercialismo. Lo que a su vez provoca que buena parte de la noción de la Navidad — o cómo se celebra — deba encajar en un estereotipo muy específico que muy pocos quieren o pueden cumplir.

Varios encuestados también indicaron que las fechas navideñas aumentan la presión para entregas de regalos, reuniones familiares y comportamientos fraternos para los cuales no están preparados. Y aunque pueda parecer insólito que un producto en apariencia inofensivo como un film navideño pueda provocar semejante reacción es inevitable que lo haga.

Después de todo, las películas, films, podcast y contenido web relacionado con las fechas son un punto de referencia más que válido para analizar la experiencia personal. Un fenómeno que suele ocurrir con cualquier situación relacionada con la cultura pop.

Películas de Navidad: malos momentos, buenos momentos

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Unsplash | Arun Kuchibhotla

De modo que Scrooge no estaba del todo equivocado cuando iba de un lado a otro quejándose de la profusión momentánea de buena voluntad navideña.

Y aunque el cuento preferido de la época guarda una moraleja sobre lo importante de encontrar el verdadero sentido a celebraciones de naturaleza emocional, Charles Dickens tuvo especial cuidado en dejar claro que hay una considerable presión sobre la navidad como el momento idóneo para una serie de situaciones que no todos estamos preparados para afrontar.

En el año 2008, el escritor estadounidense Les Standiford analizó en su singular libro El hombre que inventó la Navidad, la manera en cómo el relato revivió y dio forma a nuestro espíritu festivo.

Para el autor, Dickens dotó a la fiesta de la beatífica apariencia de fiesta familiar que nos resulta tan familiar, y le brindó además una identidad por completo occidental.

“No existían las tarjetas de Navidad en la Inglaterra de 1843, no había árboles de Navidad en las residencias reales, no cerraban las empresas durante una semana, ni se celebraban tantos servicios religiosos de medianoche. Para la iglesia anglicana todo el asunto de la Navidad tenía un lejano regusto a paganismo”, insiste Standiford. Y además reflexiona sobre el hecho que hasta la publicación del cuento de Dickens, la navidad era poco menos que un asunto doméstico sin mayor trascendencia.

“Quizás sin saberlo, Dickens creó la percepción de la navidad como una época de buena voluntad que debía celebrarse desde una perspectiva estrictamente cristiana”, añade Standiford en un análisis sobre la trascendencia de la mayor fiesta cristiana que ha sido tachado de cínico e incluso, directamente reaccionario.

Pero Standiford no ha sido el único en reflexionar sobre el origen real de la Navidad como un ritual en esencia familiar cargado de buena voluntad. El escritor William Makepeace Thackeray insistió sobre la posibilidad de que el rotundo éxito del cuento de Dickens transformara la Navidad en una percepción benigna sobre la sensibilidad cultural: “Desencadenó una oleada de hospitalidad en toda Inglaterra, fue la causa por la que se encendieron cientos de fuegos junto a los árboles de Navidad, de una terrible matanza de pavos de Navidad”, escribió con cierta ironía.

Y aunque lo cierto es que la obra de Dickens no es la única publicada en el siglo XIX que tiene como tema central la Navidad y la bondad del espíritu humano que parece representar, sí resulta obvia que su concepción cambió para siempre la forma en cómo Inglaterra — y quizás Europa — percibía la festividad de la Navidad, que hasta entonces continuaba teniendo cierto regusto pagano.

En plena explosión económica del siglo XIX, la noción sobre el bien y el mal se transformó en una visión más relacionada con el consuelo de la pobreza. Con sus fantasmas bonachones y su gran celebración a la percepción de la familia, Dickens había creado una versión de los viejos ritos más cercanas a la prédicas de la Iglesia sobre la solidaridad, la compasión y la empatía que a la percepción de la oscuridad y la luz que seguía siendo tradicional en buena parte de Europa.

El mismo espíritu es el que la publicidad norteamericana de las primeras décadas del siglo XX trató de recuperar. En el libro 50 imágenes para la Historia de la Comunicación, coordinado por las profesoras Mª del Mar Ramírez Alvarado y Mª Ángeles Martínez, se hace un recorrido que demuestra el impacto considerable de la publicidad en la idea de la Navidad, tal y como la conocemos en la actualidad.

Y aunque la celebración del nacimiento del Jesucristo era una tradición Europa por derecho propio, la costumbre llegó a América gracias al flujo migratorio. Lo que provocó una mezcla de costumbres y también de símbolos, relacionados con la forma en que la navidad como fecha tradicional puede concebirse.

De hecho y siempre según el libro, no fue hasta el siglo XIX que buena parte de la ciudad de Nueva York asumió la tradición como algo que debía incluir a la familia, y también cumplir con ciertas poeta de celebración.

Incluso, la imagen de Santa Claus — que hasta entonces había sido una combinación del padre de la Navidad escandinavo y el cristiano San Nicolás — tiene una relación directa con el poema de Clement C. Moore Una visita de San Nicolás, publicado en 1823. Dicho texto se volvió especialmente popular durante el siglo siguiente. En él se hace la primera descripción de Santa Claus como un hombre obeso, anciano, de larga barba y mofletes sonrojados.

Esta versión del símbolo navideño es la que inmortalizó las ilustraciones de Thomas Nast para Harper’s Weekly popularizadas durante las primeras décadas del siglo XX. En 1931, la agencia D’Arcy contrató al ilustrador Haddon Sundblom, que creó una síntesis de todas las descripciones de la imagen del Santa Claus para una publicidad de la bebida de Coca Cola. Por supuesto, no era la primera vez que se dibujaba al personaje, ni la marca inventó al personaje. Pero sí tuvo un considerable efecto en la forma en que se le percibió en adelante.

De hecho, las ilustraciones de Sundblom estandarizaron la idea sobre las celebraciones navideñas. De ellas proceden la modificación del árbol navideño casero a una metáfora del original oriundo de Alemania mucho más sofisticado. Así como la idea de Santa Claus recorriendo el mundo entero para llevar la felicidad. Este último detalle fue parte de una campaña masiva de Coca Cola durante los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que convirtió a la figura más importante de la navidad, en un embajador de la marca a nivel universal.

Hollywood mira con atención a las películas de Navidad

En el clásico del ’46 It’s a Wonderful Life de Frank Capra, George Bailey (James Stewart) intenta suicidarse en nochebuena. La adaptación del cuento de The Greatest Gift de Philip Van Doren Stern tiene una aire agridulce que, sin embargo, ya enmarca lo que será una tendencia en los años siguientes: cuestionar el sentido de la Navidad solo para comprender su importancia más adelante.

Con modificaciones evidentes, se trata del mismo espíritu de El Cuento de Navidad de Dickens, solo que llevado a una nueva dimensión. ¿Por qué la navidad acentúa la idea que toda la celebración carece en realidad de sentido?

Algo parecido había ocurrido en el film Miracle on 34th Street (1947) de George Seaton, en la que ya se analiza las figuras tradicionales de la navidad desde un punto de vista novedoso y moderno. Además de cuestionar la fe y la capacidad de las fiestas para cumplir la fórmula de “resolver todos los problemas”.

Poco a poco, es evidente que Hollywood refleja las mismas preguntas que la cultura de masas ya se hacía con respecto a la navidad y su importancia. Varias de las películas emblemáticas de la meca del cine comenzaron a insistir sobre el hecho que la navidad es mucho más que su opulenta belleza comercial.

Pero también resultó muy sencillo crear una fórmula en la que la Navidad era un paquete de situaciones que debían ocurrir de manera casi exacta. Desde la proliferación de la estampa de la navidad “perfecta” hasta argumentos basados en una edulcorada visión de la realidad, es evidente que el cine saturó al género de mensajes que terminaron por resultar incómodos y hasta directamente intolerables.

Es porque soy verde, ¿verdad?

En medio de su fea y desordenada cueva, El Grinch que Jim Carrey interpretó en la película del mismo nombre (Ron Howard — 2000) dejó claro a la preciosa Cindy Lou Quien (Taylor Momsen) que en realidad no odiaba la Navidad, “sino a la gente”.

Aunque la frase puede parecer una burlona crítica a la comercialización de las fiestas, también es el motivo por el cual buena parte del público terminó por sentir que las películas navideñas dejaron de representarles.

Se trata de la presión añadida que las fiestas — y su significado — presupone para muchas personas. Desde el aumento de crisis relacionadas con cuadros psiquiátricos relacionados cómo el estrés, la ansiedad y la depresión, hasta las exigencias materiales de la fecha. La Navidad comercial y su reflejo en el cine son un tipo de lenguaje simbólico que puede irritar — y con razón — a mucha gente. Tal y como reflejaba el cuento del Doctr Seuss y sus versiones cinematográficas, la insistencia en la instantánea de la Navidad crea la sensación de que solo son valiosas en caso de cumplir con lo que parece ser una serie de interminables requisitos.

¿Pueden las películas de Navidad simbolizar ese rechazo a la comercialización y trivialización de un momento en esencia doméstico y familiar? De hecho, lo es y para buena parte de los que odian las películas relacionadas con la fecha, el centro del debate es la insistencia en una única imagen sobre la Navidad.

De hecho, un considerable número de quienes odian las tradiciones de temporada, se sienten más a gusto con películas como Gremlins (Joe Dante -1984), Die Hard (John McTiernan -1988) e incluso clásicos del terror como Black Christmas (Bob Clark -1974) que con versiones dulzonas sobre el tema.

¿El motivo? Sin duda el hecho de que desacralizan la imagen de la Navidad como hecho cultural.

¿Está mal odiar las películas de navidad? No lo es y de hecho, es más que probable que solo sea una reacción a la insistencia en ciertos símbolos — por completo comerciales — que rodean la celebración.

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